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—Estoy despierto —dijo Ender.

—Ya lo veo —contestó Mazer—. Has tardado mucho. Hoy tienes una batalla.

Así que Ender se levantó y libró la batalla y la ganó. Pero ese día no había otra batalla y le dejaron irse a la cama pronto. Al desnudarse, le temblaban las manos.

Durante esa noche creyó sentir unas manos que le tocaban afectuosamente. Manos llenas de cordialidad, y de afecto. Soñó que oía voces.

—No has sido muy amable con él.

—No era ésa mi misión.

—¿Cuánto tiempo puede seguir así? Se está desmoronando.

—Suficiente. Ya casi se ha terminado.

—¿Tan pronto?

—Unos días más y todo habrá pasado.

—¿Cómo lo logrará si está en este estado?

—Bien. Hoy ha combatido mejor que nunca.

En su sueño, las voces parecían la del coronel Graff y la de Mazer Rackham. Pero los sueños eran así, podían pasar las cosas más disparatadas, porque soñó que una de las voces decía: «No puedo resistir ver lo que se le está haciendo.» Y la otra voz contestaba: «Lo sé. Yo también le quiero.» Y entonces se convinieron en Valentine y Alai, y en su sueño le estaban enterrando, sólo que donde tendieron su cuerpo creció una colina, y se secó y se convirtió en una casa de insectores, como el Gigante.

Sólo era un sueño. Si alguien sentía amor y compasión por él, era sólo en sus sueños.

Se despertó y libró otra batalla y ganó. Luego se fue a la cama y durmió otra vez y soñó otra vez, y luego se despertó y ganó otra vez, y durmió otra vez y casi no sabía cuándo estaba despierto y cuándo estaba durmiendo. Ni le importaba.

El día siguiente era su último día en la Escuela de Alto Mando, aunque él no lo sabía. Mazer Rackham no estaba en su habitación cuando se despertó. Se duchó y se vistió, y esperó a que Mazer viniera a abrir la puerta. No venía. Ender probó a abrir la puerta. Estaba abierta.

¿Le había dejado libre Mazer esa mañana por accidente? No había nadie junto a él que le dijera que debía comer, que debía ir a hacer prácticas, que debía dormir. Libertad. El problema era que no sabía qué hacer. Se le ocurrió la idea de encontrarse con sus jefes de escuadrón, hablar con ellos cara a cara, pero no sabía dónde estaban. Por lo que sabía, podían estar a veinte kilómetros. Por eso, tras vagar por los túneles un rato, fue al comedor y tomó el desayuno junto a unos marines que contaban chistes verdes, que Ender no entendía en absoluto. Después fue a la sala del simulador a hacer prácticas. Aunque era libre, no se le ocurría otra cosa.

Mazer le esperaba. Ender entró a paso lento en la sala. Arrastraba ligeramente los pies, y estaba cansado y apagado.

Mazer frunció el ceño.

—¿Estás despierto, Ender?

Había más personas en la sala del simulador. Ender se preguntó por qué estaban allí, pero no se molestó en preguntar. No merecía la pena preguntar; nadie le contestaría. Se dirigió a los controles del simulador y se sentó, listo para empezar.

—Ender Wiggin —dijo Mazer—. Date la vuelta, por favor. El juego de hoy requiere una pequeña explicación.

Ender se dio la vuelta. Miró fijamente a los hombres reunidos en el fondo de la sala. A la mayoría no les había visto nunca. Algunos incluso vestían de paisano. Vio a Anderson y se preguntó qué haría allí, quién se ocuparía de la Escuela de Batalla si él no estaba. Vio a Graff y recordó el lago en los bosques en las afueras de Greensboro, y quería irse a casa. «Llévame a casa —dijo en silencio a Graff—. En mis sueños me dijiste que me querías. Llévame a casa.»

Pero Graff se limitó a mover la cabeza, un saludo, no una promesa, y Anderson actuaba como si no le viera.

—Presta atención, por favor, Ender. Hoy es tu examen final en la Escuela de Alto Mando. Estos observadores están aquí para evaluar lo que has aprendido. Si prefieres que no estén en la sala mirarán por otro simulador.

—Pueden estar.

Examen final. Después de hoy, a lo mejor podía descansar.

—Para que ésta sea una prueba imparcial de tu capacidad, y no algo parecido a lo que has practicado muchas veces; y además para que te enfrentes a situaciones que no te has encontrado antes, la batalla de hoy introduce un elemento nuevo. Está escenificada en torno a un planeta. Ello influirá en la estrategia del enemigo, y te obligará a improvisar. Por favor, hoy concéntrate en el juego.

Ender hizo señas a Mazer para que se acercase, y le preguntó en voz baja:

—¿Soy el primer estudiante que llega tan lejos?

—Si ganas hoy, Ender, serás el primer estudiante que lo hace. No estoy autorizado a decirte más.

—Bueno, yo sí estoy autorizado para oírlo.

—Mañana puedes ser todo lo petulante que quieras. Hoy, sin embargo, te agradecería que te concentraras en el examen. No echemos por la borda todo lo que has hecho hasta ahora. Dime, ¿qué harás con el planeta?

—Tengo que poner a alguien detrás, o será un punto ciego.

—Cierto.

—Y la gravedad influirá en el consumo de combustible; es más barato bajar que subir.

—Sí.

—¿Funciona el Pequeño Doctor contra los planetas?

La cara de Mazer se puso rígida.

—Ender, los insectores nunca atacaron a la población civil en ninguna de sus invasiones. Tú decidirás si es correcto adoptar una estrategia que invitaría a las represalias.

—¿Es el planeta lo único nuevo?

—¿Te acuerdas de la última vez que te di una batalla con una sola cosa nueva? Permíteme que te diga, Ender, que hoy no seré amable contigo. He contraído con la flota la responsabilidad de no graduar a un estudiante de segunda categoría. Haré lo que pueda contra ti, Ender, y no tengo ningunas ganas de mimarte. Si tienes en cuenta todo lo que sabes sobre ti y todo lo que sabes sobre los insectores, tendrás una razonable posibilidad de éxito.

Mazer salió de la sala.

Ender habló por el micrófono.

—¿Estáis ahí?

—Todos —dijo Bean—. Un poco tarde para hacer prácticas esta mañana, ¿no?

O sea, que no se lo habían dicho a los jefes de escuadrón. Ender acarició la idea de decirles lo importante que era esa batalla para él, pero decidió que no era conveniente que tuvieran en mente una preocupación más.

—Lo siento —dijo—. Me he dormido.

Se rieron. No se lo creían.

Les indicó maniobras de calentamiento para la batalla que se avecinaba. Le costó más de lo normal aclarar sus ideas, concentrarse en el mando, pero enseguida recuperó el ritmo, respondiendo rápidamente, pensando bien. «O, por lo menos —se dijo a sí mismo—, pensando que pienso bien.»

El campo del simulador se aclaró. Ender esperó a que saliera el juego. «¿Qué pasará si paso este examen? ¿Hay más escuelas? ¿Otro año o dos de adiestramiento penoso, otro año de aislamiento, otro año de gente empujándome hacia aquí y hacia allá, otro año sin control de mi propia vida?» Intentó recordar su edad. Once años. ¿Cuántos años hacía que cumplió once años? ¿Cuántos días? Debía haber sido aquí, en la Escuela de Alto Mando, pero no se acordaba del día. Puede que ese día no se hubiera acordado. Nadie se había acordado, excepto tal vez Valentine.

Y mientras esperaba que saliera el juego, deseaba perderlo, perder la batalla del todo y completamente, para que le expulsaran, como a Bonzo, y le dejaran irse a casa. Bonzo había sido destinado a Cartagena. El quería ver unas órdenes de viaje que dijeran Greensboro. Éxito significa seguir. Fracaso significaba irse a casa.