El campo del doctor Ingenio sólo se debilitó en la misma periferia del simulador. Dos o tres naves enemigas volaban a la deriva. Las astronaves de Ender no explotaron. Pero donde había estado la vasta flota del enemigo, y el planeta que protegían, no quedaba nada significativo. Una masa informe crecía a medida que la gravedad arrastraba de nuevo hacia abajo gran parte de los escombros. Estaba al rojo vivo y rotando; era también mucho más pequeño que el mundo que había sido antes. Casi toda su masa era ahora una nube que flotaba en el exterior.
Ender se quitó los auriculares, a través de los que le llegaban los vítores de sus jefes de batallón, y sólo entonces se dio cuenta de que había igual ruido en la sala donde estaba. Los hombres de uniforme se abrazaban los unos a los otros, reían, gritaban; otros, lloraban; algunos se arrodillaban o se postraban, y Ender supo que estaban rezando. Ender no lo entendía. Todo parecía erróneo. Se suponía que tenían que estar enfadados.
El coronel Graff se separó de los demás y vino hacia Ender. Las lágrimas corrían por su cara, pero sonreía. Se inclinó, alargó los brazos y, ante la sorpresa de Ender, le abrazó, le apretó con fuerza, y susurró:
—Gracias, gracias Ender, gracias a Dios por ti, Ender.
Los demás también se acercaron a estrecharle la mano, a felicitarle. Intentó buscar una explicación lógica a todo eso. ¿Había pasado el examen a pesar de todo? Era su victoria; no la de ellos, y una victoria hueca, un fraude; ¿por qué se comportaban como si hubiera ganado con honor?
La muchedumbre se apartó y dejó pasar a Mazer Rackham. Fue derecho hacia Ender y le alargó la mano.
—Tomaste la decisión difícil, chico. Todo o nada. Acabar con ellos o acabar con nosotros. Pero el cielo sabe que no había ninguna otra forma de hacerlo. Felicidades. Les venciste, y todo ha terminado.
¿Terminado? ¿Les venciste? Ender no lo entendía.
—Te vencí.
Mazer se rió, con una risa fuerte que llenó la sala.
—Ender, nunca has jugado conmigo. Desde que me convertí en tu enemigo, no has jugado ni un solo juego.
Ender no entendió la broma. Había jugado muchos juegos, a un precio terrible para sí mismo. Empezó a enfadarse.
Mazer estiró la mano y le tocó los hombros. Ender se lo sacudió. Entonces, Mazer se puso serio y dijo:
—Ender, durante los últimos meses has sido e1 comandante de nuestras flotas. Esta era la Tercera Invasión. No era un juego, las batallas eran reales, y el único enemigo con el que luchabas eran los insectores. Ganaste todas las batallas, y hoy has combatido con ellos en su mundo de origen, donde estaba la reina, las reinas de sus colonias, todas estaban allí y las destrozaste completamente. No nos atacarán de nuevo. Lo hiciste. Tú.
Real. No un juego. La mente de Ender estaba demasiado cansada para enfrentarse con todo eso. No eran simplemente puntos de luz en el aire; eran naves reales con las que había luchado y naves reales que había destruido. Y un mundo real que había hecho caer en el olvido. Caminó entre la muchedumbre. Esquivando sus felicitaciones, ignorando sus manos, sus palabras, su júbilo. Cuando llegó a su habitación se quitó la ropa, trepó a la cama y se durmió.
Ender se despertó cuando le zarandearon. Tardó un momento en reconocerles. Graff y Rackham. Les dio la espalda.
—Dejadme dormir.
—Ender, necesitamos hablar contigo —dijo Graff.
Ender se dio la vuelta para verles la cara.
—Han estado proyectando los vídeos en la Tierra durante todo el día y toda la noche desde la batalla de ayer.
—¿Ayer?
Había dormido de un tirón todo un día.
—Eres un héroe, Ender. Han visto lo que hiciste, tú y los demás. No creo que haya un solo gobierno en la Tierra que no te haya concedido su más alta condecoración.
—Los maté a todos, ¿verdad? —preguntó Ender.
—¿Qué todos? —preguntó Graff.
—¿Los insectores?
—Esa era la idea. Mazer se inclinó hacia él.
—Para eso era la guerra.
—Todas sus reinas. Y por consiguiente maté a todos sus niños, todo de todo.
—Ellos lo decidieron cuando nos atacaron. No era culpa tuya. Tenía que pasar.
Ender asió el uniforme de Mazer y se colgó de él estirándole hacia abajo para que estuvieran cara a cara.
—¡No quería matarlos a todos! No quería matar a nadie! ¡No soy un asesino! ¡No me queríais, desgraciados, queríais a Peter, pero me hicisteis hacerlo, me engañasteis!
Estaba llorando. Había perdido el control de sí mismo.
—Por supuesto que te engañamos. Ese es el asunto —dijo Graff—. Tenía que ser un engaño o no lo habrías hecho. Ese era nuestro problema. Teníamos que tener un comandante con tanta empatía que pensara como los insectores, los entendiera y se anticipara a ellos. Tanta compasión que ganara el amor de sus subordinados y trabajara con ellos como una máquina perfecta, tan perfecta como los insectores. Pero alguien con tanta compasión nunca habría sido el asesino que necesitábamos. Nunca habría ido a la batalla deseando ganar a toda costa. Si la hubieras sabido, no lo habrías hecho. Si fueras el tipo de persona que podría hacerlo incluso sabiéndolo, no habrías entendido a los insectores en la medida necesaria.
—Y tenía que ser un niño, Ender —dijo Mazer—. Eras más rápido que yo. Mejor que yo. Soy demasiado viejo y cauteloso. Una persona decente que conozca el arte de la guerra no va a la batalla con un corazón entero. Pero no lo sabías. Nos aseguramos de que no lo supieras. Eras inquieto y brillante y joven. Era para lo que habías nacido.
—Teníamos pilotos en nuestras naves, ¿verdad?
—Sí.
—Ordenaba a los pilotos que fueran y murieran, y ni siquiera lo sabía.
—Ellos lo sabían, Ender, y fueron de todas formas. Sabían por qué lo hacían.
—¡No me lo preguntasteis! ¡No me dijisteis la verdad sobre nada!
—Tenías que ser un arma, Ender. Como una pistola, como el Pequeño Doctor, que funcionara perfectamente, pero sin saber a qué apunta. Nosotros te apuntamos. Somos los responsables. Si hay algo mal hecho, nosotros lo hicimos.
—Explícamelo más tarde —dijo Ender. Sus ojos se cerraron. Mazer Rackham le zarandeó.
—No te duermas, Ender —dijo—. Es muy importante.
—Habéis acabado conmigo —dijo Ender—. Ahora dejadme en paz.
—Por eso estamos aquí—dijo Mazer—. Estamos intentando decírtelo. No han acabado contigo, en absoluto. Allá abajo reina el caos. Van a comenzar una guerra. Los americanos afirman que el Pacto de Varsovia está a punto de atacarles, y el Pacto de Varsovia dice lo mismo del Hegemon. No hace ni veinticuatro horas que ha acabado la guerra con los insectores y el mundo de allí abajo vuelve de nuevo a la lucha, tan mal como siempre. Y todos están preocupados por ti. Todos te quieren. El jefe militar más grande de la historia, quieren que dirijas sus ejércitos. Los americanos. El Hegemon. Todos excepto el Pacto de Varsovia, y éstos te quieren muerto.
—Muy bien —dijo Ender.
—Tenemos que llevarte lejos de aquí. Hay marines rusos por todo Eros, y el Polemarch es ruso. Podría haber un baño de sangre en cualquier momento.
Ender les dio la espalda de nuevo. Esta vez le dejaron. No dormía. Les escuchaba.
—Eso es lo que me asustaba, Rackham. Le forzó demasiado. Algunos de esos puestos avanzados menores podían haber esperado. Le podía haber dado algunos días para descansar.
—¿También usted, Graff? ¿Intenta decidir cómo podría haberlo hecho mejor? Usted no sabe qué habría pasado si no le hubiera forzado. Nadie lo sabe. Lo hice de la forma en que lo hice, y tuvo éxito. Por encima de todo, tuvo éxito. Memorice esta defensa, Graff. Quizá tenga que utilizarla usted también.
—Lo siento.
—Veo lo que le ha afectado. El coronel Liki dice que hay una gran probabilidad de que quede dañado permanentemente, pero no lo creo. Es muy fuerte. Ganar significa mucho para él, y ganó.