—Somos unos críos —dijo Petra—. Probablemente nos harán ir a la escuela. Es la ley. Tienes que ir a la escuela hasta que tengas diecisiete años.
Se rieron de eso. Se rieron hasta que les corrieron las lágrimas por las mejillas.
15
LA VOZ DE LOS MUERTOS
El lago estaba tranquilo; no soplaba brisa. Los dos hombres estaban sentados en sus sillas en el muelle flotante. Había una pequeña balsa de madera amarrada al muelle; Graff enganchó un pie en la cuerda y tiró de la balsa, luego la dejó ir, luego volvió a tirar de ella.
—Has adelgazado.
—Unas tensiones te hacen engordar y otras te hacen adelgazar. Soy una criatura de productos químicos.
—Debe haber sido duro. Graff se encogió de hombros.
—No mucho. Sabía que saldría absuelto.
—Algunos no estábamos tan seguros. La gente se puso como loca allá abajo. Malos tratos a los niños, negligencia homicida… Esos vídeos de las muertes de Bonzo y Stilson eran horripilantes. Ver a un niño hacerle eso a otro…
—Creo que fueron los vídeos lo que me salvó. El fiscal los presentó, pero nosotros contamos toda la historia. Estaba claro que Ender no les provocó. Al fin y al cabo, era sólo un juego de adivinanzas. Declaré que hice lo que creí necesario para la preservación de la raza humana, y tuvo éxito; hicimos que los jueces aceptaran que el fiscal debía probar más allá de toda duda que Ender habría ganado la guerra sin el adiestramiento que le dimos. Después de eso, no podía haber problemas. Exigencias de la guerra.
—De todas formas, Graff, fue un gran alivio para todos. Sé que nos peleábamos, y sé que el fiscal utilizó en tu contra las cintas de nuestras conversaciones. Pero para entonces yo ya sabía que tenías razón, y me ofrecí a testificar en tu favor.
—Lo sé. Me lo dijeron mis abogados.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—No lo sé. Seguir descansando. Me corresponden unos cuantos años de vacaciones acumuladas. Suficientes para llegar al retiro, y tengo muchos salarios, que no he utilizado nunca, depositados en bancos. Puedo vivir de los intereses. Pero a lo mejor no lo soporto. Quizás haga algo.
—Es una perspectiva halagüeña. Pero yo tampoco lo soportaría. Me han ofrecido la dirección de tres universidades distintas, en la hipótesis de que soy pedagogo. Cuando les digo que lo único que me preocupaba en la Escuela de Batalla eran los juegos, no se lo creen. Creo que aceptaré la otra oferta.
—¿Delegado?
—Ahora que la guerra se ha acabado, es hora de volver a jugar. Será casi como estar de vacaciones. Sólo veintiocho equipos en la liga. Aunque después de tantos años viendo volar a esos niños, ver rugby es como ver babosas machacándose entre sí.
Se rieron, Graff suspiró y empujó la balsa con el pie.
—Esa balsa, seguro que no flota contigo encima.
Graff negó con la cabeza.
—La construyó Ender.
—Ahora lo entiendo. Aquí es donde le trajiste.
—Le han cedido este lugar. Me preocupé de que fuera recompensado con creces. Tendrá todo el dinero que pueda necesitar.
—Si le dejan volver para disfrutarlo.
—No le dejarán.
—¿Con Demóstenes revolviéndolo todo para que vuelva a casa?
—Demóstenes ya no está en las redes. Anderson entornó una ceja.
—¿Qué significa eso?
—Demóstenes se ha retirado. Para siempre.
—Tú sabes algo, viejo. Tú sabes quién es Demóstenes.
—Era.
—De acuerdo, dímelo.
—No.
—Ya no eres tan ameno como antes, Graff.
—Nunca lo he sido.
—Por lo menos, podrás decirme por qué. Éramos muchos los que creíamos que Demóstenes llegaría a ser Hegemon.
—No ha habido nunca ninguna posibilidad de que lo consiguiera. No, ni siquiera la turba de políticos cretinos que seguía a Demóstenes podría convencer al Hegemon de que trajera a Ender a la Tierra. Ender es demasiado peligroso.
—Sólo tiene once años. Doce ahora.
—Más peligroso todavía, porque se le podría manipular fácilmente. Todo el mundo conjuraría el nombre de Ender. El niño dios, el hacedor de milagros, con la vida y la muerte en sus manos. Todos los cachorros de tirano querrían tener al chico, para ponerle al frente de un ejército y ver cómo el mundo se le une en tropel o se encoge de miedo. Si Ender viniera a la Tierra, querría venir aquí, a descansar, a salvar lo que pueda de su infancia. Pero ellos no le dejarían descansar.
—Ya veo. ¿Le ha dicho alguien eso a Demóstenes?
Graff sonrió.
—Demóstenes se lo ha dicho a alguien. A alguien que podía haber utilizado a Ender como ningún otro, para gobernar el mundo y hacer el mundo a su imagen y semejanza.
—¿Quién?
—Locke.
—Locke es uno de los que decían que Ender debería permanecer a Eros.
—Las cosas no siempre son lo que parecen.
—Todo eso es demasiado complicado para mí, Graff. Prefiero los juegos. Reglas limpias. Árbitros. Principio y final. Vencedores y vencidos, y luego todos a casa con sus esposas.
—¿Me darás entradas para algún partido?
—No vas a quedarte aquí y retirarte, ¿verdad?
—No.
—Vas a entrar en la Hegemonía, ¿verdad?
—Soy el nuevo ministro de Colonización.
—Así que van a hacerlo.
—En cuanto nos lleguen los informes sobre las colonias de los insectores. Están ahí, ya preparadas, con edificaciones e industrias ya levantadas, y todos los insectores muertos. Muy cómodo. Aboliremos las leyes de limitación de la población.
—Que todos odian.
—Y todos esos terceros y cuartos y quintos se embarcarán en astronaves con rumbo a mundos conocidos y desconocidos.
—¿Crees que la gente irá?
—La gente siempre va. Siempre. Siempre creen que pueden encontrar una vida mejor que la que tenían en el viejo mundo.
—Qué más da, quizá tengan razón.
Al principio, Ender creía que le llevarían de vuelta a la Tierra en cuanto estuviera todo más calmado. Pero todo estaba en calma ahora, había estado en calma durante más de un año, y ahora estaba claro que no lo llevarían a la Tierra, que era mucho más útil siendo un nombre y una historia que siendo una persona de carne y hueso, e incómoda.
Y estaba además el asunto de la corte marcial sobre los crímenes del coronel Graff. El almirante Chamrajnagar intentó impedir que Ender los viera, pero no lo consiguió; a Ender se le había concedido también el rango de almirante, y ésa fue una de las pocas veces que hizo valer los privilegios de su rango. Así que contempló los vídeos de las peleas con Stilson y Bonzo, miró las fotografías de los cadáveres, escuchó a los psicólogos y a los abogados discutir si se había cometido un crimen o si había sido en defensa propia. Ender tenía su propia opinión sobre el asunto, pero nadie se la pidió. En realidad, a quien se atacaba en el juicio era a Ender. El fiscal era demasiado listo para acusarle directamente, pero no le faltaron intentos de presentarle como un enfermo, un loco pervertido y criminal.
—No te preocupes —dijo Mazer Rackham—. Los políticos te tienen miedo, pero todavía no pueden destruir tu reputación. Estará indemne hasta que entren en escena los historiadores, dentro de unos treinta años.
A Ender no le preocupaba su reputación. Miraba los vídeos impasiblemente, pero de hecho le divertían. «He matado en batalla a diez mil millones de insectores, que estaban tan vivos y eran tan inteligentes como cualquier hombre, que ni siquiera habían lanzado contra nosotros un tercer ataque, y nadie llama crimen a eso…»
Le pesaban todos sus crímenes, y las muertes de Stilson y Bonzo no le pesaban ni más ni menos que las demás.
Y así, con ese peso, esperó el paso de esos meses vacíos, hasta que el mundo que había salvado decidiera que podía volver a casa.