—Ha hecho que me odien.
—¿Ah, sí? ¿Qué vas a hacer entonces? ¿Esconderte en un rincón? ¿Ponerte a besar sus traseros para que te vuelvan a querer? Sólo hay una cosa que hará que dejen de odiarte. Y esa cosa es ser tan bueno en todo lo que hagas que no puedan ignorarte. Les he dicho que eres el mejor. ¡Mejor que lo seas!
—¿Y si no puedo?
—Mala cosa entonces. Mira, Ender, siento que estés solo y asustado. Pero los insectores están ahí fuera. Diez billones, cien billones, un millón de billones, por lo que sabemos. Con otras tantas naves, por lo que sabemos. Con armas que no conocemos. Y con ganas de usar esas armas para barrernos. No está en juego el mundo, Ender. Sólo nosotros. Sólo la raza humana. En lo que se refiere al resto de la Tierra, si somos barridos habría un reajuste y se acomodaría al siguiente paso de la evolución. Pero la humanidad no quiere morir. Como especie, hemos evolucionado para sobrevivir. Y lo hacemos esforzándonos, afanándonos, y, al cabo de unas cuantas generaciones, trayendo al mundo un genio. El que inventó la rueda. Y la luz. Y el vuelo. El que construyó una ciudad, una nación, un imperio. ¿Entiendes algo de lo que te digo?
Ender pensaba que sí, pero no estaba seguro, y por eso no dijo nada.
—No. Claro que no. Te lo diré llanamente. Los seres humanos son libres, excepto cuando la humanidad los necesita. A lo mejor la humanidad te necesita. Para hacer algo. Creo que la humanidad me necesita a mí para averiguar para qué sirves. Los dos podemos hacer cosas despreciables, Ender; pero si la humanidad sobrevive, habremos sido buenos instrumentos.
—¿Nada más? ¿Sólo instrumentos?
—Los seres humanos son todos instrumentos, que los demás usan para que podamos sobrevivir todos.
—Eso es mentira.
—No. Es simplemente una verdad a medias. Te puedes preocupar de la otra mitad una vez que hayamos ganado esta guerra.
—Habrá terminado antes de que haya crecido —dijo Ender.
—Espero que te equivoques —dijo Graff—. Por cieno, no te ayuda nada hablar conmigo. Los demás chicos estarán comentando que el tal Ender Wiggin está haciendo la pelota a Graff. Si llega a correr la voz de que eres el pelota de los profesores, estás frito.
«En otras palabras, vete y déjame en paz», pensó Ender.
—¡Adiós! —dijo Ender. Se remolcó con las dos manos a lo largo del tubo por donde se habían ido los demás chicos. Graff le observaba.
—¿Es ése? —le dijo uno de los profesores que había a su lado.
—Dios sabe —dijo Graff—. Si no es Ender, mejor que aparezca pronto.
—Quizá no sea nadie —dijo el profesor.
—Quizá. Pero en ese caso, Anderson, en mi opinión Dios es un insector. Puedes repetirlo por ahí si quieres.
—Lo haré.
Permanecieron en silencio un buen rato.
—Anderson.
—¿Sí?
—El chico está equivocado. Soy su amigo.
—Ya lo sé.
—Es bondadoso. Es limpio de corazón.
—He leído los informes. —Anderson, piensa en lo que le vamos a hacer.
Anderson fue terminante:
—Le vamos a convertir en el mejor comandante militar de la historia.
—Y después vamos a cargar el destino del mundo sobre sus hombros. Por su propio bien, espero que no sea él. De verdad.
—¡Animo! Los insectores pueden matarnos a todos antes de que se gradúe. Graff sonrió.
—Tienes razón. Ahora me siento mejor.
5
JUEGOS
—Puede contar con mi admiración. Un brazo roto. Ese sí que ha sido un golpe maestro.
—Ha sido un accidente.
—¿De verdad? Y pensar que yo ya le be recomendado en el informe oficial.
—Es demasiado fuerte. Eso convierte al otro pequeño imbécil en un héroe. Podría dificultar la formación de muchos chicos. Creo que debería haber pedido ayuda.
—¿Pedir ayuda? Creía que eso era precisamente lo que más valoraba en él, que resolvía sus problemas sin ayuda de nadie. Cuando esté allá fuera rodeado por una flota enemiga, no habrá nadie que acuda en su ayuda si la pide.
—¿Quién iba a pensar que el otro idiota saldría disparado de su asiento? ¿Y que aterrizaría en tan mala posición contra el tabique?
—Un ejemplo más de la estupidez de los militares. Si tuviera usted un poco de cabeza, se dedicaría a una actividad con futuro, como vender seguros de vida.
—Usted también, mente lúcida.
—Tenemos que aceptar el hecho de que somos gente de segunda categoría. Con el destino de la humanidad en nuestras manos. Da una deliciosa sensación de poder, ¿verdad? Especialmente teniendo en cuenta que esta vez no habrá ningún tipo de críticas en caso de que perdamos.
—No lo había visto nunca desde esa perspectiva. Pero hagamos lo posible por no perder.
—Veamos cómo lo arregla Ender. Si ya le hemos perdido, si no lo arregla, ¿quién es el siguiente? ¿Quién viene ahora?
—Haré una lista.
—Mientras tanto, vaya buscando la forma de recuperara Ender.
—Ya se lo he dicho. No podemos romper su aislamiento. Si lo hacemos, jamás se convencerá de que nunca acudirá nadie en su ayuda, nunca. Si piensa, aunque sólo sea una vez, que hay una salida fácil, está perdido.
—Tiene razón. Seria terrible que creyera que tiene algún amigo.
—Puede tener amigos. Lo que no puede tener es padres.
Los demás chicos ya habían elegido sus literas cuando llegó Ender. Se detuvo en la puerta del dormitorio buscando la única cama que quedaba libre. El techo era bajo; podía tocarlo con las manos. Un dormitorio de tamaño infantil, con las literas inferiores apoyadas directamente en el suelo. Los demás chicos le miraban, de reojo. Efectivamente, la litera inferior situada justo al lado de la puerta era la única que estaba vacía. Por un momento, se le pasó por la cabeza la idea de que permitirles ponerle en el peor sitio era abrir la posibilidad a futuras intimidaciones. Y sin embargo no era fácil desalojar a ninguno.
En consecuencia, mostró una amplia sonrisa.
—Eh, gracias —dijo. Sin asomo de sarcasmo. Lo dijo con tanta sinceridad que parecía que le hubieran reservado el mejor sitio—. Creía que iba a tener que pedir una litera baja al lado de la puerta.
Se sentó y miró el casillero que estaba abierto al pie de la litera. Había un papel pegado en la puerta.
Ender encontró el lector, una hoja de plástico opaco. Puso la mano izquierda en él y dijo: «Ender Wiggin, Ender Wiggin.»
El lector se iluminó con luz verde durante un momento. Ender cerró su casillero e intentó abrirlo otra vez. No pudo. Luego puso la mano en el lector y dijo: «Ender Wiggin.» El casillero se abrió solo. También se abrieron otros tres compartimientos.
Uno de ellos contenía cuatro monos como el que llevaba puesto, y uno blanco. Otro compartimiento contenía una pequeña consola, exactamente igual que las de la escuela. Parecía que los estudios no habían terminado todavía.