La señora Rhee se ofreció a presentarnos a sus colegas, y la seguimos a la cocina, mientras el señor Fleming volvía a su puesto junto al ventanal, atisbando a través de las persianas venecianas. Alta tecnología. Pero, naturalmente, alguno de los que vigilaban en el exterior nos avisaría si alguien se acercaba a la casa.
La cocina se hallaba débilmente iluminada por una bombilla fluorescente situada bajo un estante, pero pude ver que databa de 1955, aproximadamente, y en ella estaban un hombre y una mujer vestidos también con el atuendo de comando urbano consistente en pantalón oscuro, camisa azul marino y cazadora de nailon. Sobre el mostrador reposaban sus gorras de béisbol azules. El hombre estaba sentado a la mesita de la cocina, leyendo un montón de informes a la luz de una linterna. La mujer se hallaba apostada en la puerta trasera, atisbando por la mirilla.
La señora Rhee nos presentó al caballero, cuyo nombre, como el mío, era Juan, aunque el apellido era una retahíla de sílabas que no conseguí retener. La dama era negra y se llamaba Edie. Nos saludó con la mano mientras continuaba escrutando la trasera de la casa.
Regresamos a través de la estancia en forma de L y cruzamos una puerta que daba a un pequeño vestíbulo en el que había tres puertas, la más pequeña de las cuales correspondía a un cuarto de baño. En la más grande de las habitaciones, un dormitorio, un hombre vestido de traje se hallaba sentado ante un centro de transmisiones informatizado y atendía su radio y dos teléfonos móviles mientras jugaba con el ordenador del señor Wiggins. La única luz de la estancia procedía de la pantalla del monitor, y todas las persianas estaban echadas.
La señora Rhee hizo las presentaciones, y el hombre, que se llamaba Tom Stockwell y era de etnia pálida, nos dijo:
– Pertenezco a la oficina de Los Ángeles y soy el agente asignado a este caso.
Supongo que eso me dejaba a mí fuera. Decidí ser amable.
– La señora Mayfield y yo estamos aquí para ayudar, sin ánimo de entrometernos -dije.
– ¿Cuánto tiempo se van a quedar? -preguntó.
– Todo el que haga falta.
Kate puso a Tom al corriente de la situación.
– Como ya sabrá, puede que el sospechoso Heve chaleco antibalas y tiene por lo menos dos armas, Glock de calibre cuarenta, que, al igual que el chaleco, parece ser que robó a los dos agentes que iban a bordo del avión.
Presentó a Tom un informe verbal, y él escuchó atentamente.
– Ese hombre es extremadamente peligroso, y no esperamos poder capturarlo fácilmente -concluyó-. Pero necesitamos cogerlo vivo.
– Tenemos varias armas e instrumentos no letales, como la pistola viscosa y la red proyectil, además, naturalmente, de gas y… -dijo Tom.
– Perdone -le interrumpí-. ¿Qué es una pistola viscosa?
– Es un aparato que se maneja con una mano y lanza un chorro de una sustancia viscosa que se endurece inmediatamente e inmoviliza a la persona.
– ¿Es una cosa de California?
– No, señor Corey. Se puede encontrar en toda la nación. Y también tenemos una red que podemos disparar y envolver en ella al individuo -añadió Tom.
– ¿De veras? ¿Y tienen también pistolas de verdad?
Tom no me hizo caso y continuó informándonos.
Le interrumpí de nuevo para preguntarle:
– ¿Han evacuado la zona?
– Hemos debatido mucho ese tema -respondió-, pero Washington está de acuerdo en que intentar evacuar la zona podría constituir un problema.
– ¿Para quién?
– En primer lugar está el evidente problema de que se vería a los agentes efectuando las notificaciones -explicó-. Algunas personas no están en casa, y pueden venir más tarde, así que eso podría llevarnos toda la noche. Y sería un engorro para los residentes si tuvieran que abandonar su casa durante un período indefinido. No obstante -agregó-, hemos evacuado las casas situadas a ambos lados y detrás de ésta, y ahora hay agentes nuestros en ellas.
Quedaba sobreentendido que era más importante capturar a Asad Jalil que preocuparse por la posibilidad de que unos contribuyentes quedaran atrapados en un fuego cruzado. Yo no podía decir honradamente que estuviera en desacuerdo con ello.
La señora Rhee añadió:
– Los agentes que permanecen vigilando tienen instrucciones de no intentar apresar al sospechoso en la calle, a menos que perciba el peligro y trate de huir. Muy probablemente, la captura se realizará en esta casa o en sus proximidades. Lo más probable es que el sospechoso esté solo y seguramente armado con dos pistolas únicamente. Así que no esperamos que se produzca un prolongado intercambio de disparos si actuamos correctamente. -Nos miró a Kate y a mí-. Se cortará el tráfico en las inmediaciones si decidimos que se está acercando el sospechoso.
Personalmente, yo pensaba que los vecinos ni siquiera se darían cuenta de que había un tiroteo delante de su casa si tenían el volumen de sus televisores y equipos de música lo bastante alto.
– Si les sirve de algo, estoy de acuerdo -dije.
Pero mentalmente veía la imagen de un crío en bici pasando en el peor momento posible. Son cosas que ocurren. Ya lo creo que ocurren.
– Supongo que los agentes de vigilancia tienen aparatos de visión nocturna -dijo Kate.
– Naturalmente.
Estuvimos un rato charlando, y Kate tuvo buen cuidado de decir a Tom y Kim que ella misma había trabajado tiempo atrás en California, y convinieron en que todos actuábamos con eficacia, excepto yo quizá, que me sentía un poco como un bicho raro.
Tom mencionó que la antigua casa de Wiggins en Burbank estaba también ocupada y vigilada por el FBI, y nos informó de que la policía local de Ventura y la de Burbank estaban alertadas pero no se les había pedido ayuda directa.
En algún momento me cansé de oír lo perfectamente que estaba todo cubierto desde el domingo y pregunté:
– ¿Dónde está su sexta persona?
– En el garaje. El garaje está lleno de trastos, de modo que Wiggins no puede meter el coche en él, pero la puerta tiene un sistema de apertura automática, así que es posible que Wiggins entre por él a pie y pase a la cocina por la puerta que comunica ambos recintos. Probablemente es lo que hará, ya que le queda más cerca de donde detendrá el coche.
Bostecé. Supongo que sentía los efectos del cambio de horario y no había dormido mucho en los últimos días. ¿Qué hora era en Nueva York? ¿Más tarde? ¿Más temprano?
Tom nos aseguró que se estaban realizando toda clase de esfuerzos por localizar a Elwood Wiggins antes de que volviera a la casa.
– Por lo que sabemos -dijo-, Jalil podría intentar asaltarlo mientras se dirige a casa. Wiggins conduce un jeep Grand Cherokee púrpura, que no está aquí, así que estamos alerta para cuando aparezca.
– ¿Qué conduce su novia? -pregunté.
– Un Ford Windstar blanco que está todavía en casa de la chica en Oxnard, que también se encuentra vigilada -respondió Tom.
¿Oxnard"? De todos modos, ¿qué podía decir yo? Aquellos tipos eran eficientes, profesionalmente hablando. Personalmente, yo seguía pensando que eran rutinarios y convencionales.
– Estoy seguro de que están informados sobre las anteriores visitas de Jalil a los ahora difuntos compañeros de escuadrilla de Wiggins -dije-. Esto me indica que Jalil tiene quizá más información sobre Chip Wiggins que nosotros. Lleva mucho más tiempo que nosotros buscando a Wiggins. -Y añadí para que constase-: Es muy posible que el señor Wiggins y el señor Jalil se hayan encontrado ya.
Durante unos segundos, nadie hizo ningún comentario.
– Eso no cambia nuestro trabajo aquí -dijo Tom finalmente-. Nosotros esperamos a ver si aparece alguien. Naturalmente, hay una alarma en toda la zona para localizar a Jalil y a Wiggins, de modo que tal vez recibamos una llamada de la policía diciéndonos que uno, o el otro, o los dos han aparecido. Wiggins, vivo, y Jalil, esposado.