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– ¿Qué…?

Chip vestía vaqueros, camiseta y botas de marcha, era de tez bronceada, tenía aspecto de estar en magnífica forma física y aparentaba menos edad de la que tenía. Todo el mundo en California está bronceado y en forma, excepto los tipos como yo, que están sólo de paso.

– Señor Wiggins -dijo Tom-, nos gustaría hablar unos minutos con usted.

– ¿A qué viene todo esto?

La amiga asomó la cabeza por la puerta y preguntó:

– ¿Qué ocurre, Chip?

Chip le explicó de dónde habían salido las gorras del FBI.

Al cabo de uno o dos minutos, Chip estaba sentado, la amiga se hallaba en el cuarto de la televisión acompañada por Edie y Chip permanecía relajado pero lleno de curiosidad. Por cierto, que la chica era un bombón, pero yo no me fijé.

– Señor Wiggins, esto guarda relación con la misión de bombardeo en que usted participó el 15 de abril de 1986 -empezó diciendo Tom.

– Oh, mierda.

– Nos hemos tomado la libertad de entrar en su casa sobre la base de la información de que un terrorista libio…

– Oh, mierda.

– …se encontraba en la zona y trataba de atacarlo.

– Oh, mierda.

– Tenemos controlada la situación pero me temo que vamos a pedirle que se abstenga durante algún tiempo de acudir a su trabajo y se tome unas vacaciones.

– ¿Qué…?

– Ese hombre está todavía en libertad.

– Mierda.

Tom puso a Chip parcialmente en antecedentes de la situación y añadió:

– Me temo que tenemos malas noticias para usted. Algunos de sus compañeros de escuadrilla han sido asesinados.

– ¡Qué!

– Asesinados por ese hombre, Asad Jalil.

Tom le dio una fotografía de Jalil y le indicó que la mirase y se la guardara.

Chip miró la fotografía, la dejó a un lado y preguntó:

– ¿Quién ha sido asesinado?

– El general Waycliff y su esposa… -dijo Tom.

– Oh. Dios mío… ¿Terry ha muerto? ¿Y Gail…?

– Sí, señor. Lo siento. También Paul Grey, William Satherwaite y James McCoy.

– Oh, Dios mío… oh, mierda… oh…

– Y, como tal vez sepa, el coronel Hambrecht fue asesinado en Inglaterra en enero.

Chip se dominó y empezó a comprender lo cerca que había estado de tropezarse con la Parca.

– Mierda… -Se puso en pie y miró a su alrededor, como si tratase de descubrir a un terrorista-. ¿Dónde está ese tipo?

– Estamos tratando de apresarlo -le aseguró Tom-. Podemos quedarnos aquí esta noche con usted o esperar a que recoja sus cosas y acompañarlo…

– Me largo de aquí.

– Muy bien.

Chip Wiggins se sumió durante unos momentos en una profunda reflexión, quizá la reflexión más profunda que había tenido en algún tiempo.

– ¿Sabe? -dijo-. Siempre supe… se lo dije a Bill aquel día, después de haber soltado las bombas y cuando nos volvíamos… le dije que aquellos bastardos no iban a dejar pasar la cosa así… oh, mierda… ¿Bill está muerto?

– Sí, señor.

– ¿Y Bob? ¿Bob Callum?

– Está bajo estrecha protección.

– ¿Por qué no va a visitarlo? -intervine.

– Sí… buena idea. ¿Está en la Academia de la Fuerza Aérea?

– Sí, señor -respondí-. Podemos custodiarlos a los dos allí. -Y así sale más barato.

Bueno, de nada servía quedarnos más tiempo, de modo que Kate y yo nos despedimos mientras Chip se iba a hacer la maleta. Parecía la clase de tipo que le prestaría a uno un par de calzoncillos, pero el hombre ya tenía bastante en qué pensar.

Kate y yo salimos al aire fragante del exterior y nos quedamos esperando a Chuck.

– Chip Wiggins es un hombre muy afortunado -observó Kate.

– Además de verdad. ¿Has visto qué tía?

– No sé por qué intento siquiera hablar contigo.

– Lo siento. -Reflexioné unos instantes y dije-: ¿Por qué necesita el rifle?

– ¿Quién? Oh, te refieres a Jalil.

– Sí, Jalil. ¿Por qué necesita el rifle?

– No sabemos si era un rifle.

– Supongamos que lo era. ¿Por qué necesita el rifle? No para matar a Chip en su casa.

– Eso es verdad. Pero quizá quería matarlo en algún otro sitio. En el bosque.

– No, a ese tipo le gusta el trato de cerca y personal. que habla con sus víctimas antes de matarlas. ¿Por qué necesita el rifle? Para matar a alguien al que no puede acercarse. Alguien a quien no necesita hablar.

– Creo que tienes razón.

Llegó el coche y montamos, yo delante, Kate detrás, Chuck al volante.

– Ha habido suerte -dijo Chuck-. ¿Queréis un buen motel?

– Claro. Con espejos en el techo.

Alguien detrás de mí me dio un cachete en la cabeza.

Así que enfilamos en dirección a la costa, donde Chuck dijo que había varios buenos moteles con vistas al océano.

– ¿Hay en la zona un sitio donde conducir toda la noche en paños menores? -pregunté.

– ¿Qué?

– Ya sabes. Como California tiene esos sitios donde conducen toda la noche en paños menores, me preguntaba si…

– Cierra la boca, John -dijo Kate-. No le hagas caso, Chuck.

Mientras el coche avanzaba, Chuck y Kate conversaban sobre logística y planes de acción para el día siguiente.

Yo estaba pensando en el señor Asad Jalil y en nuestra conversación. Estaba tratando de introducirme en su perturbada mente, tratando de pensar qué haría a continuación si fuese él.

De lo único que estaba seguro era de que Asad Jalil no se iba a su país. Volveríamos a tener noticias de él. Y Pronto.

CAPÍTULO 49

Chuck hizo una llamada desde su teléfono móvil y nos reservó dos habitaciones en un sitio llamado Ventura Inn, junto a la playa. Utilizó el número de mi tarjeta de crédito, consiguió la tarifa reducida de funcionario y me aseguró que era un gasto reembolsable.

Luego le entregó una bolsita de papel a Kate y dijo:

– Te he comprado pasta de dientes y cepillo. Si necesitas alguna otra cosa, podemos parar.

– Estupendo.

– ¿Qué has comprado para mí? -pregunté.

Sacó de debajo del asiento otra bolsita y me la dio.

– Unos cuantos clavos para que los mastiques.

Ja, ja.

Abrí la bolsa y encontré pasta de dientes, cepillo, una navaja y un bote de viaje de crema de afeitar.

– Gracias.

– Paga el gobierno.

– Me abrumas.

– Vale.

Me lo guardé todo en los bolsillos de la chaqueta. A los diez minutos llegamos a un edificio de varios pisos en cuya marquesina un letrero lo anunciaba como hotel de Playa Ventura Inn. Chuck detuvo el coche ante la puerta de recepción.

– Nuestra oficina estará atendida toda la noche -dijo-, de modo que, si necesitáis algo, llamad.

– Si surge algo -respondí-, no dejes de llamarnos tú, o me enfadaré de veras.

– Tú eres nuestro hombre, John. Tom quedó impresionado por la forma en que indujiste a ese tipo a colaborar voluntariamente.

– Con un poco de sicología se llega muy lejos.

– A decir verdad, hay un montón de lotófagos por aquí. De vez en cuando es bueno ver un dinosaurio carnívoro.

– ¿Es un cumplido?

– Más o menos. Bien, ¿a qué hora queréis que os recoja por la mañana?

– A las siete y media -respondió Kate.

Chuck saludó con la mano y se alejó.

– ¿Estás loca? -dije a Kate-. Son las cuatro y media de la madrugada, hora de Nueva York.

– Son las diez y media de la mañana, hora de Nueva York.

– ¿Estás segura?

Me ignoró y entró en el vestíbulo del motel. La seguí.

Era un sitio agradable, y por la puerta que daba al salón se oía música de piano.

El recepcionista nos saludó cordialmente y nos informó de que tenía para nosotros unas lujosas habitaciones en el piso doce con vistas al océano. Nada demasiado bueno para los defensores de la civilización occidental.