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– ¿Tienes hijos?

– Esto es importante, John. Presta atención.

– Sí. Estoy intentando… ya sabes, cambiar de marcha.

Dejó de comer y me miró.

– ¿Estás asustado?

– No, claro que no.

– Pareces asustado.

– Es sólo acidez de estómago. Ocurre con la edad.

– Todo irá bien. Viviremos siempre felices.

– Estupendo. Pero ya sabes, no hace mucho que nos conocemos…

– Lo hará en junio.

– Sí. Es cierto.

– ¿Me quieres?

– Realmente, sí, pero el amor…

– ¿Qué tal si me levanto y me voy de aquí? ¿Cómo te sentirías? ¿Aliviado?

– No. Me sentiría fatal.

– ¿Entonces? ¿Por qué luchas contra tus sentimientos?

– ¿Vamos a empezar con análisis otra vez?

– No. Sólo te estoy diciendo cómo son las cosas. Estoy locamente enamorada de ti. Quiero casarme contigo. Quiero tener hijos contigo. ¿Qué más quieres que diga?

– Di… me encanta Nueva York en junio.

– Odio Nueva York. Pero por ti viviría en cualquier parte.

– ¿En Nueva Jersey?

– No forcemos las cosas.

Había llegado el momento de las revelaciones.

– Escucha, Kate -dije-, debes saber que soy un cerdo chovinista macho, un misógino y que cuento chistes sexistas.

– ¿Qué quieres decir?

Comprendí que esa línea de razonamiento no me llevaba a ninguna parte, así que dije:

– También tengo una mala actitud hacia la autoridad y siempre estoy a punto de crearme problemas profesionales, y no tengo un centavo y no valgo para administrar el dinero.

– Por eso necesitas un buen abogado y un buen contable. Ése soy yo.

– ¿No puedo contratarte, simplemente?

– No. Tienes que casarte conmigo. Soy una profesional de servicio completo. Además, puedo prevenir la impotencia.

Es inútil discutir con una profesional.

La conversación en tono de broma había terminado, y nos miramos el uno al otro por encima de la mesa.

– ¿Cómo sé que no soy el único para ti? -dije finalmente.

– ¿Cómo puedo explicarlo? Mi corazón late más de prisa cuando tú estás en la habitación. Adoro verte, oírte, olerte, saborearte y tocarte. Eres bueno en la cama.

– Gracias. Tú, también. De acuerdo, no voy a hablar de carreras profesionales, de que seas trasladada, de vivir en Nueva York, de mi exigua pensión de invalidez, de los diez años de diferencia de edad…

– Catorce.

– Exacto. No voy a luchar contra esto. Estoy enamorado. Perdidamente enamorado. Si echo esto a rodar, seré desgraciado durante el resto de mi vida.

– Lo serás. Casarte conmigo es lo mejor para ti. Confía en mí. Lo digo de veras. No te rías. Mírame. Mírame a los ojos.

Lo hice, y el pánico desapareció súbitamente, y me invadió una extraña sensación de paz, como la que sentí cuando me estaba desangrando en la calle 102 Oeste. Tan pronto como dejas de luchar contra ello -contra la muerte o contra el matrimonio-, tan pronto como te dejas llevar y te rindes, ves una luz radiante, y un coro de ángeles cantando te sostiene en el aire, y una voz dice: «Ven sin resistirte o tendré que esposarte.»

No, la voz dice realmente: «La lucha ha terminado, ha concluido el sufrimiento, y una nueva vida, esperemos que un poco menos jodida que la anterior, está a punto de comenzar.»

Le cogí la mano a Kate, y nos miramos a los ojos.

– Te quiero -le dije.

Y era verdad.

CAPÍTULO 50

A las siete y media, Chuck nos recogió delante del Ventura Inn.

– Nada nuevo -nos informó.

Lo que no era del todo cierto. Ahora yo estaba comprometido.

Mientras íbamos a la oficina de Ventura, Chuck nos preguntó:

– ¿Estaba bien el hotel?

– Maravilloso -respondió Kate.

– ¿Vais a continuar alojados en él?

– No -respondió Kate-. Pasaremos los próximos días en Los Ángeles. A menos que hayas oído algo diferente.

– Bueno… por lo que he oído, los jefes de Washington quieren que comparezcáis mañana por la tarde en una importante conferencia de prensa. Quieren que estéis allí mañana por la mañana como muy tarde.

– ¿Qué clase de conferencia de prensa? -pregunté.

– La grande. Ya sabes, en la que lo revelan todo. Todo sobre el vuelo Uno-Siete-Cinco, sobre Jalil, sobre la incursión libia del ochenta y seis, sobre la muerte de los pilotos a manos de Jalil y luego sobre lo que sucedió ayer con Wiggins. Revelación completa. Pidiendo la cooperación ciudadana y todo eso.

– ¿Para qué nos necesitan a nosotros en una conferencia de prensa? -pregunté.

– Yo creo que necesitan dos héroes. Chico y chica. Los mejores y los más brillantes. Uno de vosotros es muy fotogénico -añadió. Y se echó a reír. Ja, ja.

El día no empezaba bien, pese a que la temperatura era de veintidós grados y hacía sol otra vez.

– ¿Necesitamos parar para algo? -preguntó Chuck-. ¿Ropa interior?

– No. Sigue.

Pocos minutos después, Chuck nos dejó en el parking de la oficina de Ventura.

– El surf ha terminado. Tengo que irme -anunció.

Supuse que estaba bromeando. De todos modos, salimos, pertrechados con los chalecos antibalas, y echamos a andar hacia el edificio.

– No me gusta esto -le dije a Kate mientras caminábamos-. No necesito que me exhiban en un numerito de relaciones públicas.

– Conferencia de prensa.

– Eso. Tengo trabajo.

– Quizá podamos aprovechar la conferencia de prensa para anunciar nuestro compromiso.

Todo el mundo tiene algo de comediante. Probablemente es influencia mía pero yo no estaba de humor aquella mañana.

Así que entramos en el edificio, subimos en el ascensor y llamamos al zumbador de la puerta. Cindy López nos hizo pasar.

– Tienes que llamar a Jack Koenig -nos informó.

Desearía no volver a oír jamás esas palabras.

– Llama tú -le dije a Kate.

– Quiere hablar con usted -recalcó Cindy-. Hay un despacho vacío ahí.

Kate y yo devolvimos nuestros chalecos. Luego entramos en el derecho y yo marqué el número de Jack Koenig. Eran las ocho en punto en Los Ángeles, y yo estaba razonablemente seguro de que eran las once en Nueva York.

La secretaria de Jack me pasó la comunicación.

– Buenos días -respondió Jack.

Percibí una nota de amabilidad en su voz, lo cual resultaba preocupante.

– Buenos días. -Conecté el altavoz para que Kate pudiese escuchar y hablar. Dije a Jack-: Está aquí Kate.

– Hola, Kate.

– Hola, Jack.

– Primero -dijo Jack-, quiero felicitaros a los dos por un trabajo excelente, una extraordinaria muestra de labor detectivesca y, por lo que he oído, John, una técnica de interrogatorio muy eficaz por lo que se refiere al señor Azim Rahman.

– Le di un rodillazo en los huevos y luego intenté asfixiarlo. Una vieja técnica.

Hizo un breve silencio, seguido por:

– Bueno, he hablado personalmente con el caballero y parecía encantado de la oportunidad de ser un testigo del gobierno.

Bostecé.

– He hablado también con Chip Wiggins -continuó- y he obtenido información de primera mano acerca de aquella incursión sobre Al Azziziyah. Menuda misión. Pero Wiggins indica que quizá una de sus bombas se desviara un poco, y no le sorprendería que fuera ésa la bomba que alcanzó la casa de Jalil. Irónico, ¿verdad?

– Supongo.

– ¿Sabía que a ese complejo de Al Azziziyah lo llamaban «universidad del yihad»? Es verdad. Era y es un centro de entrenamiento terrorista.

– ¿Me está aleccionando para esa estúpida conferencia de prensa?

– Aleccionando, no. Informando.

– Jack, me importa un carajo lo que le ocurriera a esa familia en 1986. Me trae sin cuidado si la familia de Jalil resultó muerta por error o por un acto deliberado. Yo tengo que capturar a un criminal, y el criminal está aquí, no en Washington.