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– No sabemos dónde está el sospechoso. Que nosotros sepamos podría estar en Libia, o en la costa oeste, y quizá en Washington. ¿Quién sabe? Lo que yo sé es que el director del FBI y el director de la sección contraterrorista, por no mencionar al propio presidente de la nación, quieren que esté usted en Washington mañana. De modo que no piense siquiera en desaparecer.

– Sí, señor.

– Muy bien. Me juego el puesto si no se presenta.

– Le oigo.

Jack no insistió en ello.

– Kate, ¿cómo estás? -preguntó.

Kate respondió en dirección al altavoz:

– Perfectamente. ¿Qué tal George?

– George se encuentra bien. Continúa en el Club Conquistador pero volverá mañana a Federal Plaza. John -añadió-, el capitán Stein te manda recuerdos y su felicitación por un trabajo bien hecho.

– El criminal está todavía en libertad, Jack.

Pero usted ha salvado varias vidas. El capitán Stein se siente orgulloso de usted. Todos estamos orgullosos de usted.

Etcétera, etcétera. Pero es importante establecer relaciones cuasipersonales en el seno de las fuerzas del orden. Todo el mundo se interesa personalmente por todo el mundo. Eso es buena señal, supongo, y encaja con la nueva y sensiblera Norteamérica. Me pregunté si la CÍA sería así. Lo cual me recordó.

– ¿Dónde está Ted Nash? -pregunté.

– No estoy seguro -respondió Jack-. Yo lo dejé en Frankfurt. Se iba a París.

Se me ocurrió, y no por primera vez, que la CÍA, de la que tantas cosas dependían, estaba ahora siendo eclipsada por el FBI, cuyo ámbito de actuación se ceñía a los agitadores internos. Quiero decir que un tipo como Nash o sus colegas podría estar ahora de vacaciones en Moscú sin correr más peligro que el que entrañaba la mala comida. Una organización como ésa necesita una finalidad, y al carecer hoy en día de finalidad alguna, estaba abocada a meterse en líos. Las manos ociosas son los juguetes del diablo, como solía decirme mi abuela protestante.

En cualquier caso, Jack y Kate continuaban charlando, y Jack hizo unas cuantas preguntas capciosas sobre qué tal nos iba a Kate y a mí y todo eso.

Kate me miró con aire de estar rabiando por comunicar la buena nueva, así que ¿qué podía hacer yo? Asentí con la cabeza.

– John y yo tenemos una buena noticia -le dijo a Jack-. Estamos prometidos.

Creí oír el ruido del teléfono cayendo al suelo al otro extremo del hilo. Hubo un silencio que duró dos segundos más de lo debido. Buena noticia para Jack sería que Kate Mayfield había presentado una demanda contra mí por acoso sexual. Pero Jack es astuto y reaccionó con elegancia.

– Vaya… oye, sí que es buena noticia. Enhorabuena. Enhorabuena, John. Eso es tan… inesperado…

Yo sabía que tenía que decir algo, así que, con mi tono más viril, exclamé:

– Es hora de sentar la cabeza y aceptar el dulce yugo. Mis días de soltero han terminado. Sí, señor. Finalmente he encontrado la chica adecuada. La mujer. No podría ser más feliz. -Etcétera, etcétera.

Así que, resuelta esa cuestión, Jack nos informó sobre el trascendental asunto que nos ocupaba.

– Tenemos agentes comprobando con la Administración Federal de Aviación los planes de vuelos privados. Estamos centrando la atención en los reactores privados. Ya hemos descubierto el plan de vuelo y los pilotos que han transportado a Jalil a través de todo el país. Hemos interrogado a los pilotos. Salieron de Islip, en Long Island. Eso habría sido inmediatamente después de que Jalil asesinara a McCoy y Satherwaite en el museo. Se detuvieron en Colorado Springs, Jalil desembarcó pero sabemos que no mató al coronel Callum.

Jack continuó hablando de Jalil y de su vuelo a Santa Mónica. Los pilotos, según Jack, estaban conmocionados ahora que sabían quién era su pasajero. Eso era interesante pero no tan importante. Demostraba, sin embargo, que Jalil poseía muchos recursos y estaba fuertemente financiado. Además, podía pasar completamente inadvertido.

– ¿Y está tratando de averiguar si Jalil ha alquilado otro avión privado? -pregunté.

– Sí. Pero hay centenares de reactores privados presentando planes de vuelo todos los días. Estamos centrando la atención en aviones no alquilados por empresas o alquilados por empresas extranjeras, vuelos pagados por medios sospechosos y por clientes no habituales, clientes que parezcan extranjeros, etcétera. Es muy remota la posibilidad de dar con algo. Pero tenemos que intentarlo.

– Cierto. ¿Cómo cree que piensa salir del país ese cabrón?

– Buena pregunta. El sistema de seguridad canadiense es eficaz y cooperativo pero no puedo decir lo mismo de nuestros vecinos mexicanos.

– Supongo que no, con cinco mil ilegales cruzando la frontera todos los meses, por no mencionar las toneladas de cocaína mexicana que pasan también. ¿Ha alertado a la DEA, Aduanas e Inmigración?

– Desde luego. Y han asignado personal adicional, y nosotros, también. Va a ser un mes duro para los narcotraficantes y los ilegales. Hemos alertado también a la Guardia Costera. Es muy corta la distancia por mar desde California del Sur a las playas de México. Hemos hecho todo lo que podemos en cooperación con varias agencias locales y federales, así como con nuestros aliados mexicanos, para interceptar al sospechoso si intenta huir a través de la frontera con México.

– ¿Está usted en la tele ahora?

– No. ¿Por qué?

– Habla como si estuviera en directo por televisión.

– Es mi forma de hablar. Así es como debe usted hablar mañana por la tarde. Reduzca los tacos al mínimo.

Sonreí.

Así que conversamos un rato acerca de la persecución desencadenada contra Jalil.

– John, el asunto está controlado -dijo Jack finalmente-. Y está fuera de nuestras manos.

– No del todo. Escuche, quiero volver aquí tan pronto como termine mañana esa conferencia de prensa.

– Es una petición razonable. Veamos cómo se desenvuelve en la conferencia de prensa.

– Una cosa no tiene que ver con la otra.

– Ahora, sí.

– Está bien. Entiendo.

– Estupendo. Hábleme de su conversación telefónica con Asad Jalil.

– Bueno, no teníamos mucho en común. ¿No le han informado sobre ello?

– Sí, pero quiero conocer su impresión sobre el estado de ánimo de Jalil, su talante, la posibilidad de que se proponga regresar a su país o vaya a quedarse aquí.

– Está bien… tuve la impresión de estar hablando con un hombre que ejerce un control absoluto sobre sí mismo y sobre sus emociones. Es más, se presentaba como si continuara controlando la situación, pese al hecho de que le hemos jodido sus planes. Quiero decir, que le hemos frustrado sus planes.

Jack permaneció unos instantes en silencio.

– Siga -dijo después.

– Bueno, si tuviese que apostar, apostaría a que tiene intención de quedarse.

– ¿Por qué?

– No sé. Es una de mis corazonadas. A propósito, hablando de apuestas, quiero los diez dólares de Nash y los veinte de su amigo Edward.

– Pero usted dijo que Jalil estaba en Nueva York.

– Y estaba. Luego se marchó y luego volvió a Long Island. La cuestión es que no se largó a Arenalandia. -Miré a Kate en busca de apoyo. Aquello era importante.

– John tiene razón -dijo Kate-. Ha ganado las apuestas.

– Está bien -respondió Jack-. Aceptaré la imparcial opinión de Kate. -Ja, ja. Luego añadió, con tono serio-: ¿De modo, John, que tiene la impresión de que Asad Jalil continúa en esa zona?

– Sí.

– ¿Pero se trata sólo de una impresión?

– Si quiere decir que estoy ocultando algo, no. Hasta yo sé cuándo desembuchar. Pero… ¿cómo diría yo…? Bien… Jalil me dijo que sintió mi presencia antes de… esto es estúpido. Paparruchas de una Arenalandia mística. Pero yo siento la presencia de ese individuo. ¿Entiende?