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Hubo un largo silencio mientras, probablemente, Jack Koenig buscaba el número de la sección siquiátrica de la Brigada.

– Bueno, he aprendido a no apostar dinero contra usted -dijo finalmente con tono afable.

Yo pensaba que iba a decirme que me fuera a dormir un rato pero, en lugar de ello, se dirigió a Kate y preguntó:

– ¿Vais a ir a la oficina de Los Ángeles?

– Sí -respondió ella-. Creo que es buena idea saludar a la gente, establecer una relación de trabajo y ver si podemos ser de alguna utilidad cuando volvamos.

– Tengo entendido que tienes amigos ahí.

– Sí.

Tal vez hubiera en sus palabras una alusión sobreentendida a la historia sexual de una hora de Kate pero yo no era celoso y ya no iba a acudir a ningún cebo. El anzuelo ya estaba echado, el gran pez había sido sacado del agua y se movía ahora a sacudidas por la cubierta, pugnando por respirar, si vale la metáfora. De modo que Kate no necesitaba utilizar antiguos novios o pretendientes, como Teddy, para hacer que John se decidiera y se le declarase.

Jack y Kate charlaron durante un minuto acerca de personas que ambos conocían en Los Ángeles, y luego Jack dijo:

– Muy bien, coged un avión a Dulles pero no más tarde de esta noche.

Kate le aseguró que así lo haríamos.

Jack se dispuso a colgar, pero había llegado el momento de hacerme el Colombo.

– Oh, una cosa más -dije.

– ¿Sí?

– El rifle.

– ¿Qué rifle?

– El rifle que había en el paquete alargado.

– Oh, sí, he interrogado al señor Rahman sobre ese paquete. Y también lo ha hecho todo el mundo, en Los Ángeles y en Washington.

– ¿Y?

– Rahman y su familia están bajo custodia.

– Estupendo. Es lo mejor para ellos. ¿Y?

– Bueno, los agentes de Los Ángeles le han hecho a Rahman dibujar y describir el paquete. Y han fabricado una caja que Rahman dice que es del mismo tamaño, centímetro arriba o abajo, que la que él le dio a Jalil.

– ¿Y?

– Y han ido poniendo pesas metálicas en la caja hasta que le ha parecido a Rahman que el peso era el mismo. Memoria muscular. ¿Conoce…?

– Sí. ¿Y?

– Bueno, ha sido un experimento interesante pero no demuestra nada. Los rifles de culata de nailon y plástico son ligeros, los rifles más antiguos son pesados. Los rifles de caza son largos, los rifles de asalto son más cortos. No hay manera de determinar si era un rifle lo que había dentro.

– Comprendo. ¿Era largo y pesado ese rifle?

– Si era un rifle, era un rifle largo y pesado.

– Como un rifle de caza con mira telescópica.

– En efecto -dijo Jack.

– Bien. Consideremos el peor de los casos. Es un rifle de caza, largo, preciso y con mira telescópica. ¿Qué va a hacer Jalil con él?

– La impresión es que se trataba de un recurso para el supuesto de que Wiggins no estuviese en casa. En otras palabras, Jalil estaba preparado para matar a Wiggins mientras estuviese acampado en el bosque.

– ¿De veras?

– Es una teoría. ¿Tiene usted otra?

– Por el momento, no. Pero me imagino a Chip y su amiga acampados en el bosque y me pregunto por qué Jalil, ataviado con ropa de montañero, no se acerca simplemente hasta ellos para compartir una taza de café en torno a la hoguera y menciona luego con aire casual que ha ido allí a matar a Chip y le explica por qué antes de meterle en la cabeza una bala del calibre 40. ¿Capisce?

Jack dejó pasar unos segundos.

– El caso es que Wiggins estaba acampado con una docena de amigos, de modo que Jalil… -dijo finalmente.

– No cuela, Jack. Jalil haría lo que hiciese falta para mirar a Chip Wiggins a los ojos antes de matarlo.

– Quizá. Bien, la otra teoría, que tal vez sea más lógica, es que si ese paquete contenía un rifle, el rifle debe ser utilizado para ayudar a Jalil en su huida. Por ejemplo, si tuviera que eliminar a un miembro de la patrulla fronteriza en la frontera mexicana, o si se viera perseguido en la mar por un guardacostas. Algo así. Él necesita un arma de largo alcance para cualquier situación que pueda surgir durante su huida de Estados Unidos. En cualquier caso -añadió Jack-, necesitaba un cómplice, Rahman, así que ¿por qué no hacer que Rahman le entregue un rifle, junto con todo lo demás? Los rifles son fáciles de comprar.

– No son fáciles de ocultar.

– Se pueden desmontar. Es decir, no descarto la posibilidad de que Asad Jalil tenga un rifle de alta precisión y se proponga matar a alguien a quien no pudiera tener dentro del radio de acción de su pistola. Pero es cierto que no se ajusta a lo que es su misión declarada ni a su modus operandi. Usted mismo lo ha dicho. De cerca y personal.

– Exacto. En realidad, yo creo que había mobiliario de patio en aquella caja. ¿Ha visto alguna vez cómo empaquetan esa basura barata en las tiendas de rebajas? Un mobiliario de patio de diez piezas metido en una caja no más grande que una caja de camisa. Seis sillas, una mesa, sombrilla y dos tumbonas hechas en Taiwan. Junte la ranura A con la ranura B. De acuerdo, nos veremos en Washington.

– Bien. Tomaremos aquí las disposiciones necesarias para el viaje. Mandaré por fax la información de vuelo a la oficina de Los Ángeles. La conferencia de prensa está convocada para las cinco de la tarde en J. Edgar. Sé que John disfrutó en su última visita aquí. Y, de nuevo, enhorabuena a los dos por vuestro excelente trabajo y por vuestro compromiso. ¿Está fijada ya la fecha?

– Junio -respondió Kate.

– Magnífico. Los noviazgos cortos son los mejores. Espero estar invitado.

– Por supuesto que lo estás -le aseguró Kate.

Pulsé el botón de desconexión.

Kate y yo permanecimos unos momentos en silencio, y luego ella me dijo:

– Estoy preocupada por ese rifle.

– Y con motivo.

– Quiero decir… no me pongo nerviosa con facilidad, pero podría proponerse disparar contra nosotros.

– Posiblemente. ¿Quieres ponerte otra vez la camiseta de Little Italy?

– ¿El qué?

– El chaleco antibalas.

Se echó a reír.

– Eres único para los nombres.

Volvimos al área común y mantuvimos una improvisada reunión con las seis personas que había, incluidos Juan, Edie y Kim. Tomamos café.

– Dentro de media hora vamos a traer de Los Ángeles al señor Rahman -dijo Edie-. Vamos a hacer que nos lleve al cañón adonde llevó a Jalil para tirar aquel maletín.

Asentí. En eso también había algo que me preocupaba. Comprendía que Jalil tenía que matar el tiempo a aquella hora tan temprana, antes de que las tiendas abriesen, pero podía haberle dicho a Rahman que lo llevase, simplemente, a un motel barato. ¿Por qué viajó durante una hora a lo largo de la costa en dirección al norte y se deshizo allí del maletín?

En cualquier caso, no le pedí a Cindy los chalecos antibalas, y tampoco lo hizo Kate. Quiero decir que todo lo que íbamos a hacer era circular por Los Ángeles. Aunque tal vez fuera eso razón suficiente para llevar chaleco antibalas. Bueno, es la clásica broma de Nueva York.

Pero Cindy nos dio dos estupendos maletines de lona con grandes logotipos del FBI como recuerdo de nuestra visita, y quizá también como una forma de decirnos: «No queremos volver a veros.» Aunque puede que fueran imaginaciones mías.

Así que Kate y yo metimos en los maletines nuestros objetos de aseo y nos preparamos para ir a la oficina de Los Ángeles. Descubrimos que no había ningún helicóptero disponible, lo que a veces es un indicio de que tu cotización está bajando. Había disponible, sin embargo, un coche, sin conductor, y Cindy nos dio las llaves. Kate le aseguró que conocía el camino. La gente de California es realmente amable.

Nos estrechamos todos la mano y prometimos mantenernos en contacto, y nos invitaron a volver en cualquier momento, a lo que yo respondí:

– Volveremos pasado mañana.