– Tenemos habitación reservada en un hotel del aeropuerto y billetes para el primer vuelo de la mañana a Washington. Vamos.
– ¿Tengo tiempo de pegarle una patada en los huevos a Doug antes de marcharme?
– Eso no es nada profesional, John. Vámonos.
– Está bien.
Volví junto a Lisa y le dije que teníamos que marcharnos, y ella dijo que nos abriría las puertas. Fuimos a nuestro coche, y Lisa nos acompañó. Yo no quería marcharme, así que le dije a Lisa:
– La verdad es que me siento un poco culpable por tener levantado a todo el mundo. Realmente creo que debería quedarme aquí con ustedes hasta el amanecer. No hay ningún problema. Me encantaría hacerlo.
– Olvídelo -respondió ella.
– Sube al coche -me dijo Kate.
Lisa, que era una buena compañera, consideró que me debía una explicación por la sequedad de su respuesta.
– Señor Corey, tenemos un plan cuidadosamente trazado que lleva aplicándose dedde 1988. No creo que forme usted parte de ese plan.
– No estamos en 1988. Además, ésta no es solamente una acción protectora. También estamos intentado capturar a un experto asesino.
– Ya lo sabemos. Por eso estamos aquí. No se preocupe.
– Vámonos, John -me dijo Kate.
– Podríamos entrar en la casa -le dije a Lisa, ignorando a Kate-. Allí no estorbaremos.
– Olvídelo.
– Sólo un trago rápido con Ron y Nancy.
Lisa rió.
– Vámonos, John -insistió Kate.
– De todos modos, no están en casa -dijo la mujer del Servicio Secreto.
– ¿Perdón?
– No están en casa -repitió Lisa.
– ¿Dónde están?
– No puedo decírselo.
– Muy bien. ¿Quiere decir que ya los han sacado de aquí y que se encuentran bajo severas medidas de protección en un lugar secreto, como Fort Knox o algo así?
Lisa miró a su alrededor y respondió:
– No es ningún secreto, en realidad. De hecho, lo han publicado los periódicos pero su amigo, ése al que usted ha gritado antes, no quiere que lo sepa.
– ¿Saber qué?
– Bueno, los Reagan se marcharon de aquí ayer y están pasando unos días en Rancho del Cielo.
– ¿Quiere decir que están muertos?
Se echó a reír.
– No. Es su viejo rancho, al norte de aquí, en las montañas de Santa Inez. La antigua Casa Blanca del Oeste.
– Me está diciendo que están en ese rancho, ¿no?
– Exacto. Este viaje al viejo rancho es una especie de… ellos lo llaman el último rodeo. Él está muy enfermo, ya sabe.
– Lo sé.
Ella pensó que le sentaría bien. A él le encantaba ese rancho.
– Sí. Ahora lo recuerdo. ¿Y eso ha salido en los periódicos?
– Hubo un comunicado de prensa. No todos los medios lo recogieron. Pero la prensa está invitada el viernes, que es el último día de estancia allí de los Reagan. Tomarán algunas fotos y todo eso. Ya sabe, el anciano cabalgando hacia el sol poniente. En plan melancólico. -Y añadió-: No sé qué será ahora de esa conferencia de prensa.
– Carajo. ¿Y tienen agentes allí ahora?
– Desde luego. -Y añadió, como hablando consigo misma-: El hombre tiene Alzheimer. ¿Quién iba a querer matarlo?
– Bueno, puede que él tenga Alzheimer, pero las personas que quieren matarlo tienen buena memoria.
– No se preocupe. La situación está controlada.
– ¿Es grande ese rancho?
– Bastante. Casi trescientas hectáreas.
– ¿Cuántos agentes del Servicio Secreto lo custodiaban cuando estaba aquí siendo presidente?
– Unos cien.
– ¿Y ahora?
– No lo sé. Hoy había seis. Estamos tratando de conseguir una docena más. La oficina del Servicio Secreto de Los Ángeles no es muy grande. Ninguna de nuestras oficinas lo es. Nos servimos de agentes de la policía local y de Washington cuando lo necesitamos.
Kate ya no parecía tan ansiosa por marcharse.
– ¿Por qué no utilizan el FBI? -le preguntó a Lisa.
– Están en camino agentes del FBI procedentes de Ventura -respondió Lisa-. Pero quedarán estacionados cerca de Santa Bárbara. Es la ciudad más próxima. No podemos tener en el rancho personal no perteneciente al Servicio Secreto que no conoce nuestro modus operandi. La gente podría sentirse herida.
– Pero si no tienen un número suficiente de agentes, entonces es la persona a la que están protegiendo ustedes la que puede resultar herida -señaló Kate.
Lisa no replicó.
– ¿Por qué no lo sacan de allí y lo llevan a un lugar seguro? -pregunté yo.
Lisa miró de nuevo a su alrededor y dijo:
– Mire, no se considera que esta amenaza sea muy digna de crédito. Pero, para responder a sus preguntas, en esas montañas no hay más que una carretera, estrecha y sinuosa, y es ideal para una emboscada. El helipuerto presidencial ya no está allí, pero, aunque estuviese, las montañas se hallan completamente envueltas en niebla esta noche, como la mayoría de las noches en esta época del año.
– Santo Dios. ¿De quién fue la idea?
– ¿De ir a Rancho del Cielo, quiere decir? No lo sé. Probablemente parecía buena idea en el momento. -Y añadió-: Comprenda que este hombre, pese al cargo que ostentó, es un anciano enfermo que no ha estado a la vista del público desde hace diez años. No ha hecho ni dicho nada que lo convierta en objetivo de un asesinato. De hecho, detectamos más amenazas de muerte contra los perros de la Casa Blanca que contra este ex presidente. Comprendo que posiblemente haya cambiado la situación, y reaccionaremos a ese cambio. Mientras tanto, tenemos tres jefes de Estado visitando Los Ángeles, dos de los cuales son odiados por medio mundo, y estamos casi al límite de nuestros recursos. No queremos perder un jefe de Estado visitante de un país amigo, aunque no sea un tipo recomendable. No quiero parecer fría y desalmada, pero enfrentémonos a ello. Ronald Reagan no es tan importante.
– Yo creo que lo es para Nancy. Para los chicos. Escuche, Lisa, hay un aspecto sicológicamente negativo en el hecho de que sea asesinado un ex presidente. Es malo para la moral, ¿sabe? Por no mencionar su carrera profesional. Así que procure que sus jefes se tomen esto en serio.
– Nos lo tomamos muy en serio. Estamos haciendo todo lo que podemos por el momento.
– Además, esto ofrece la oportunidad de capturar al terrorista número uno de Estados Unidos.
– Lo sabemos. Pero comprenda que esa teoría suya no está dando mucho juego.
– Está bien. No diga que no he avisado a todo el mundo.
– Agradecemos el aviso.
Abrí la puerta del coche, y Lisa nos preguntó:
– ¿Van a ir allí?
– No -respondí-. No vamos a internarnos en la montaña, y además de noche. Y mañana tenemos que estar en Washington. Bueno, gracias.
– Aunque no le sirva de gran cosa, sepa que estoy con usted en esto.
– La veré en la comisión de investigación del Senado.
Subí al coche, y Kate estaba ya al volante. Salimos del parking y nos dirigimos hacia la carretera. Las puertas se abrieron automáticamente, y enfilamos St. Cloud Road.
– ¿Adónde? -me preguntó Kate.
– Al Rancho del Cielo.
– No sé para qué pregunto.
CAPÍTULO 53
Partimos en dirección al Rancho del Cielo. Pero primero teníamos que salir de Santa Bel Air, y tardamos un rato en encontrar una entrada a la autopista.
– Ya sé la respuesta pero dime por qué vamos al rancho de Reagan.
– Porque allí es donde la cosa se va a poner interesante.
– Prueba otra vez.
– Nos quedan seis horas hasta nuestro vuelo de madrugada. Mientras matamos el tiempo, podríamos intentar matar a Asad Jalil.
Ella inspiró profundamente, oliendo las flores, supongo.
– Y crees que Jalil sabe que Reagan está allí y que se propone matarlo, ¿verdad? -me preguntó.
– Creo que Jalil se proponía matar a Reagan en Bel Air; al llegar a California recibió información nueva de alguien, ordenó a Aziz Rahman que desde Santa Mónica lo llevara hacia el norte para explorar el terreno en torno al rancho de Reagan y para deshacerse en algún cañón de su maletín, que probablemente contenía las Glock y sus documentos de identidad falsos.