Miré pero no pude ver más que niebla, niebla, niebla. No podía creer que realmente hubiera subido a tanta distancia de la costa.
Gene hizo girar el jeep hacia la izquierda y condujo demasiado cerca del borde del abismo para mi tranquilidad. Los caballos, al menos, saben qué hacer para no caerse por los precipicios, pero los jeep Wranglers, no han aprendido aún.
Al cabo de varios largos minutos, el jeep se detuvo, y apareció un hombre entre la niebla. Iba vestido de negro, tenía una cosa negra en la cara y llevaba un rifle con mira telescópica.
– Éste es Hércules Uno… -dijo Gene-. Eso significa persona contra francotiradores.
Hércules Uno y Gene intercambiaron saludos, y éste nos presentó al recién llegado, cuyo verdadero nombre era Burt.
– El señor Corey está tratando de atraer los disparos de un francotirador -dijo Gene.
– Excelente -repuso Burt-. Es lo que estaba esperando.
Consideré que debía aclarar aquel punto.
– En realidad, no es eso -dije-. Sólo estoy reconociendo el terreno.
Burt, que parecía Darth Vader de La guerra de las galaxias, todo de negro, me miró pero no dijo nada.
Me sentía un poco fuera de lugar con mi traje y mi corbata allí, en el país de las maravillas entre hombres reales. Tipos con nombres en clave.
Gene y Burt conversaron unos instantes, y luego nos fuimos.
– Los puestos parecen demasiado separados, Gene -comenté.
No respondió. Crepitó su radio, y se la acercó al oído. Escuchó pero yo no podía oír qué le decía su interlocutor.
– Está bien. Los llevaré allí -dijo finalmente.
¿Llevar a quién y adonde?
– Alguien quiere verlos -nos dijo Gene.
– ¿Quién?
– No lo sé.
– ¿Ni siquiera tiene un nombre en clave para él?
– No. Pero tengo uno para usted: Chiflado.
Kate se echó a reír.
– No quiero entrevistarme con alguien que no tiene un nombre en clave.
– No creo que tenga opción, John. Ha sido una llamada de las altas esferas.
– ¿De quién?
– No lo sé.
Kate me miró, y nos encogimos de hombros.
Así pues, nos adentramos en la niebla para reunimos con alguien en medio de ninguna parte.
Continuamos durante otros diez minutos atravesando aquella especie de meseta, cubierta de rocas y flores silvestres y barrida por el viento. No había camino pero tampoco lo necesitábamos porque el terreno era liso y despejado, Parecíamos estar en el punto más alto de la zona.
Delante de mí, por entre los remolinos de niebla, divisé algo blanco. Cogí el rifle y lo enfoqué. La cosa blanca parecía ahora teñida de verde a través de la fantasmagórica lente, y vi que era un edificio de cemento del tamaño de una casa grande. Se hallaba situado al pie de un enorme terraplén de tierra y piedra. Más allá del edificio, al otro lado del terraplén, se alzaba una alta estructura de aspecto extraño, como un embudo invertido.
Cuando llegamos a cien metros de aquellas estructuras de aspecto intergaláctico que se erguían veladas por la niebla en la cumbre del mundo, Kate se volvió hacia mí.
– De acuerdo, esto es un momento de «Expediente X» -dijo.
Gene se echó a reír.
– Eso es una instalación VORTAC -nos informó.
– Bueno -dije yo-, eso lo aclara todo.
– Es un radiofaro para la navegación aérea. ¿Comprende?
– ¿Para qué clase de aviones? ¿De qué planeta?
– De cualquier planeta. Emite señales omnidireccionales…, ya sabe, señales de radio en una amplitud de trescientos sesenta y cinco grados para orientación de aviones militares y civiles. Algún día será sustituido por el sistema de posicionamiento global por satélite pero, por el momento, continúa en funcionamiento. Los submarinos nucleares rusos que navegan frente a la costa -añadió- también lo utilizan. Gratis.
El jeep continuaba acercándose a aquella estación VORTAC, por lo que supuse que era allí adónde íbamos.
– Parece un lugar horrible en el que trabajar -dije.
– Estas instalaciones no necesitan personal. Todo es automático, y está supervisado por el Control de Tráfico Aéreo de Los Ángeles. Pero vienen algunos empleados para simples labores de mantenimiento. Tiene su propia fuente de energía.
– Claro. Si no, haría falta un cable muy largo hasta la casa del rancho.
Gene rió entre dientes.
– Ahora estamos en terreno federal -dijo.
– Ya me siento mejor. ¿Es aquí donde nos vamos a reunir con alguien?
– Sí.
– ¿Con quién?
– No lo sé. -Continuando con sus explicaciones, añadió-: Aquí mismo, por donde estamos pasando, estaba el Patio de Juego Tres…, el helipuerto presidencial. De cemento e iluminado. Fue una estupidez quitarlo.
Finalmente detuvo el jeep a unos veinte metros del VORTAC.
– Bien, los veré más tarde -dijo.
– ¿Perdón? ¿Quiere que bajemos?
– Si no les importa.
– No hay nadie aquí, Gene -dije.
– Están ustedes. Y alguien más está ahí, esperándolos.
– Muy bien, sigamos el juego -dije, dirigiéndome a Kate.
Salté del jeep, y Kate bajó también.'
– ¿Se va usted? -preguntó ella a Gene.
– Sí.
Gene ya no parecía tener muchas ganas de hablar.
– ¿Puedo coger ese rifle? -le pregunté, sin embargo.
– No.
– Bueno, gracias por el paseo, Gene. Si alguna vez va usted a Nueva York, le llevaré de noche a Central Park.
– Hasta luego.
– Vale.
Gene puso el jeep en marcha y desapareció entre la niebla.
Kate y yo nos quedamos allí, en el descampado, rodeados por la niebla arremolinada, sin que se viera ninguna luz por ninguna parte, a excepción de la que procedía de la solitaria estructura extraterrestre. Yo casi esperaba que de aquella espectral torre brotara un rayo de la muerte que me convirtiera en protoplasma o algo así.
Pero me picaba la curiosidad, así que eché a andar hacia el VORTAC, con Kate al lado.
Kate miraba la estructura mientras caminábamos.
– Veo varias antenas -dijo-. No veo ningún vehículo. Quizá éste es el VORTAC falso. -Rió.
Estaba bastante tranquila, pensé, dada la situación. Quiero decir que allí, en alguna parte, había un asesino loco, nosotros estábamos armados sólo con pistolas, no teníamos chaleco antibalas, ni medio alguno de transporte e íbamos a reunimos con alguien que yo ni siquiera estaba seguro de que fuese de este planeta.
Cuando llegamos al edificio de cemento, miré a través de su única y pequeña ventana y vi una amplia sala repleta de aparatos electrónicos con luces parpadeantes y otros extraños chismes de alta tecnología. Golpeé con los nudillos en el cristal.
– ¡Hola! ¡Venimos en son de paz! ¡Llévenme en presencia de su jefe!
– Deja de hacer el idiota, John. Esto no tiene ninguna gracia.
Pensé que ella había hecho un chiste hacía un minuto. Pero era cierto, aquello no tenía ninguna gracia.
Caminamos a lo largo de la base del montón de tierra y piedras de doce metros de altura, en cuya cima se hallaba el embudo blanco invertido que se elevaba otros veinticinco metros más en el aire.
Fuimos hasta el extremo del montículo y, al volver una esquina, vimos a un hombre vestido con ropas oscuras y sentado sobre una roca lisa en la base del terraplén. Se hallaba a unos diez metros de distancia, y, a pesar de la oscuridad y de la niebla, vi que estaba mirando a través de lo que debían de ser unos prismáticos de visión nocturna.
Kate lo vio también, y ambos llevamos la mano a nuestras pistolas.
El hombre nos oyó o percibió nuestra presencia, porque bajó los prismáticos y se volvió hacia nosotros. Entonces vi que tenía un objeto alargado apoyado sobre las rodillas y que no se trataba de una caña de pescar.
Permanecimos mirándonos durante unos pocos pero largos segundos.
– Vuestro viaje ha terminado -dijo el hombre finalmente.