– Ted -dijo Kate en un susurro.
CAPÍTULO 55
Bueno, que me ahorquen. Era Ted Nash. ¿Por qué no me sorprendía demasiado?
No se molestó en levantarse para saludarnos, así que nos acercamos nosotros y nos detuvimos ante la lisa piedra de color rojo marciano donde Ted se hallaba sentado con las piernas colgando.
Levantó brevemente la mano como si estuviéramos entrando en su despacho.
– Me alegro de que hayáis podido llegar -dijo.
Que te den por saco, Ted. ¿Qué grado de displicencia eres capaz de afectar? Me negué a seguir su estúpido juego y no dije nada.
– Podías habernos dicho que era contigo la reunión -observó Kate. Y añadió-. No te hagas el interesante, Ted.
Aquello pareció desinflarlo un poco, y pareció molesto.
Kate le informó también:
– Podríamos haberte matado. Por error.
Evidentemente, él había ensayado este momento pero Kate no le seguía el guión.
Ted tenía la cara tiznada de carbón, un pañuelo negro en torno a la cabeza y llevaba pantalones negros, camisa negra, zapatillas deportivas negras y cazadora antibalas.
– Un poco pronto para Halloween, ¿no? -le dije.
No respondió pero movió el rifle que tenía sobre las rodillas. Era un M-14 con mira telescópica de visión nocturna, igual que el que Gene no había querido dejarme.
– Muy bien, cuéntame, Teddy -le dije-. ¿Qué ocurre?
No me respondió, un poco desconcertado probablemente por lo de Teddy. Extendió el brazo hacia atrás y sacó un termo.
– ¿Café?
Yo no tenía paciencia para aguantar sus aires de héroe de película de espionaje.
– Mira, Ted, sé lo importante que es para ti mostrarte cortés y refinado pero yo no soy más que un policía de Nueva York y no estoy de humor para esta mierda -dije-. Suelta tu rollo, búscanos luego un puñetero vehículo y larguémonos de aquí.
– Está bien. En primer lugar quiero felicitaros a los dos por vuestro trabajo.
– Tú sabías todo esto, ¿verdad?
Asintió con la cabeza.
– Sabía algo pero no todo.
– Ya. A propósito, te he ganado diez pavos.
– Lo incluiré como gasto reembolsable. -Nos miró a Kate y a mí y nos informó-: Nos habéis creado un montón de problemas.
– ¿Nos? ¿A quiénes?
No respondió, sino que cogió sus prismáticos de visión nocturna y los dirigió hacia una lejana hilera de árboles.
– Tengo la seguridad casi absoluta de que Jalil se encuentra allí. ¿Estáis de acuerdo? -dijo, mientras escrutaba el lugar.
– Estoy de acuerdo -respondí-. Deberías ponerte en pie y saludarle con la mano.
– Y tú hablaste con él.
– Sí. Le di la dirección de tu casa.
Se echó a reír. Me sorprendió diciendo:
– Tal vez no lo creas, pero me caes bien.
– Y tú a mí, Ted. De verdad. Lo que no me gusta es que no compartas tus informaciones.
– Si sabías lo que estaba pasando, ¿por qué no dijiste algo? Ha habido muertos, Ted -intervino Kate.
Bajó los prismáticos y miró a Kate.
– Está bien -dijo-. Os lo contaré. Hay un hombre llamado Boris, un ex agente del KGB, que trabaja para la inteligencia libia. Por fortuna, aprecia el dinero, y trabaja también para nosotros. -Ted consideró esto unos momentos-. En realidad, nos aprecia a nosotros. No a ellos. En cualquier caso, hace unos años, Boris contactó con nosotros y nos habló de un joven llamado Asad Jalil, cuya familia resultó muerta en la incursión del ochenta y seis…
– Vaya, vaya -le interrumpí-. ¿Sabías desde hace años lo de Jalil?
– Sí. Y seguimos atentamente su progreso. Estaba claro que Asad Jalil era un agente excepcional, valeroso, brillante, entregado y motivado. Y, naturalmente, ya sabéis qué era lo que lo motivaba.
Ni Kate ni yo respondimos.
– ¿Debo seguir? -preguntó Ted-. Tal vez no queráis oír todo esto.
– Oh, claro que queremos. ¿Y qué querrías tú a cambio?
– Nada. Sólo vuestra palabra de que no lo revelaréis a nadie.
– Prueba otra cosa.
– Está bien. Si Asad Jalil es capturado, el FBI se ocupará de él, Nosotros no queremos que eso ocurra. Necesitamos hacernos cargo de él nosotros. Yo necesito que vosotros me ayudéis en todo lo que podáis, incluyendo la amnesia durante la prestación oficial de testimonio, para conseguir que se nos entregue a Jalil.
– Puede que te sorprenda pero mi influencia en el FBI y el gobierno es un tanto limitada -repliqué.
– Tú deberías sorprenderte. El FBI y el país son muy legalistas. Lo viste con los acusados en el caso del World Trade Center. Fueron procesados por homicidio, conspiración y tenencia ilícita de armas de fuego. No por terrorismo. No hay en Estados Unidos ninguna ley contra el terrorismo. Así que, como en cualquier juicio, el gobierno necesita testigos fidedignos.
– Ted, el gobierno tiene una docena de testigos contra Asad Jalil y una tonelada de pruebas forenses.
– Cierto. Pero creo que, en interés de la seguridad nacional, podemos lograr que se llegue a un acuerdo diplomático en virtud del cual Asad Jalil sea puesto en libertad y devuelto a Libia. Lo que no quiero es que ninguno de vosotros interfiera en eso invocando altos principios morales.
– Mis principios morales están a ras de suelo -le aseguré-, pero lo cierto, Ted, es que Asad Jalil ha asesinado a muchas personas inocentes.
– ¿Y? ¿Qué vamos a hacer al respecto? ¿Meterlo en la cárcel para el resto de su vida? ¿De qué les sirve eso a los muertos? ¿No sería mejor que utilizáramos a Jalil para algo más importante? ¿Algo que pueda asestar un golpe al terrorismo internacional?
Yo sabía adónde iba a parar todo aquello pero no quería llegar hasta allí.
Ted, sin embargo, quería que Kate y yo comprendiéramos.
– ¿No queréis saber por qué deseamos que Asad Jalil sea liberado y devuelto a Libia? -preguntó.
– Déjame pensar… para que mate a Muammar al-Gadafi porque Muammar se tiraba a su madre y mató a su padre -dije, apoyando la barbilla en la mano.
– Exacto. ¿No es un plan excelente?
– Bueno, yo sólo soy un policía. Pero me parece que echo algo en falta en todo eso. Asad Jalil, por ejemplo. Yo creo que necesitas detenerlo para hacer ese trabajo.
– Cierto. Boris nos ha dicho cómo va a salir Jalil del país, y estamos seguros de que podemos apresarlo. No me refiero a la CÍA… nosotros no tenemos competencia para detener a nadie. Pero el FBI o la policía local, actuando sobre la base de información facilitada por la CÍA, lo capturará, y es entonces cuando entramos en escena nosotros y concluimos un acuerdo.
Kate estaba mirando a Ted. Yo sabía lo que iba a decir, y lo dijo.
– ¿Estás loco? ¿Has perdido el juicio? Ese hombre ha asesinado a más de trescientas personas. Y si lo dejas irse asesinará a más gente, y no necesariamente la gente que tú quieres que asesine. Ese hombre es muy peligroso -añadió-. Es malo. ¿Cómo puedes querer que quede en libertad? No puedo creerlo.
Ted permaneció en silencio largo rato, como si forcejeara con un problema moral, pero un agente de la CÍA forcejeando con un problema moral es como el forcejeo de un profesional de la lucha libre; la mayor parte es pura simulación.
Apuntaba ya por el este una débil luz en el horizonte, y cantaban jubilosamente los pájaros, celebrando alborozados el hecho de que estaba terminando la noche. Me dieron ganas de unirme a ellos.
– Creedme cuando os digo que yo no sabía lo del vuelo Uno-Siete-Cinco -dijo Ted-. Boris tampoco lo sabía, o no le fue posible transmitirnos la información.
– Despide a Boris -sugerí.
– En realidad, puede que esté muerto. Habíamos adoptado medidas para sacarlo de Libia pero debe de haberse torcido algo.
– Recuérdame que no te deje nunca prepararme el paracaídas -le dije.
Ted hizo caso omiso de mi observación y volvió a sus prismáticos.