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– Espero que no lo maten -dijo-. A Jalil, me refiero. Si logra salir de esta zona se dirigirá a un punto de reunión donde cree que lo esperan unos compatriotas que lo sacarán del país. Pero eso no sucederá.

– ¿Y dónde está ese punto de reunión? -pregunté, aunque sin esperar respuesta.

– No lo sé. La información sobre este caso está muy compartimentada.

– Si no estás persiguiendo a Jalil, ¿para qué necesitas ese rifle y la mira telescópica?

– Nunca sabe uno qué va a necesitar y cuándo lo va a necesitar -respondió, bajando los prismáticos-. ¿Lleváis chaleco antibalas?

Viniendo de un colega, la pregunta era completamente normal pero yo me sentía un poco receloso de Ted en aquel momento.

No respondí, y, lo que resultaba interesante, tampoco lo hizo Kate. Es decir, yo no pensaba que Ted fuera a intentar matarnos pero estaba claro que el hombre se hallaba sometido a una cierta tensión, aunque no lo manifestaba. Aunque si pensabas en lo que él y sus compañeros estaban tratando de lograr, te dabas cuenta de que era mucho lo que dependía de las próximas horas.

Para ellos, esto era un plan a largo plazo, y sumamente peligroso, de eliminar a Muammar al-Gadafi sin dejar demasiadas huellas dactilares de la CÍA, y el plan había empezado a desarrollarse unas horas antes de que el vuelo 175 de Trans-Continental llegase a tocar tierra siquiera. Además, el plan podía considerarse ilegal conforme a las leyes a la sazón vigentes en los Estados Unidos. De modo que el viejo Ted estaba tenso. ¿Pero levantaría aquel rifle contra Kate y. contra mí y nos mataría si incrementábamos sus problemas? Nunca sabes lo que son capaces de hacer quienes tienen armas y problemas, especialmente si creen que su agenda es más importante que tu vida.

La luminosidad iba aumentando minuto a minuto pero la niebla persistía, lo que estaba bien porque producía curiosos efectos en las miras de visión nocturna.

– Oye, ¿qué tal por Frankfurt y París? -le pregunté a Ted.

– Muy bien. Resolví un asuntillo que tenía allí. -Y añadió-: Si hubieras ido a Frankfurt, como se te ordenó, ahora no te encontrarías en esta situación.

Yo no sabía muy bien en qué situación me encontraba pero conozco una amenaza velada cuando la oigo. Teniendo eso presente, yo no quería suscitar temas desagradables pero tenía que preguntar:

– ¿Por qué dejaste que Asad Jalil matara a esos pilotos de caza y a esas otras personas?

Me miró, y noté que estaba preparado para la pregunta pero que no le gustaba.

– El plan era, simplemente, llevarlo detenido al JFK -dijo-, trasladarlo a Federal Plaza, mostrarle pruebas incontrovertibles, entre ellas declaraciones grabadas de varios desertores, del adulterio de su madre y de quién mató a su padre, y devolverlo luego a su país.

– Eso lo entendemos, Ted -dijo Kate-. Lo que no entendemos es por qué, una vez que huyó, lo dejasteis completar su misión.

– En realidad, no teníamos ni idea de cuál era su misión concreta -respondió Ted.

– Perdón -dije-. Eso son chorradas. Tú sabías que estaría aquí, en el rancho de Reagan, y sabías lo que iba a hacer antes de venir aquí.

– Bueno, piensa lo que quieras. Teníamos la impresión que se lo enviaba aquí para matar a Ronald Reagan. No sabíamos que tenía los nombres de los pilotos integrantes de aquella escuadrilla. Eso es información clasificada. En cualquier caso, no importaba cuál fuese su misión porque se suponía que sería detenido en el aeropuerto Kennedy. Si hubiera sido así, no habría sucedido ninguna de las demás cosas.

– Ted, seguramente que tu mamá te enseñó que si juegas con fuego te acabas quemando.

Ted no quería verse en evidencia ante los puntos débiles de su historia, y si lo dejaba a su aire, él mismo iría poniéndolos de manifiesto.

– Bueno -nos dijo Ted-, el plan se ha torcido pero no se ha frustrado por completo. Es importante que capturemos a Jalil y le digamos lo que sabemos sobre su padre y su madre y lo soltemos luego en Libia. A propósito, fue un amigo de la familia quien mató a Karim Jalil en París. Un hombre llamado Habib Nadir, capitán del ejército y camarada y amigo del capitán Jalil. Nadir mató a su amigo por orden directa de Muammar al-Gadafi.

Menuda gente.

Ted, que no tenía nada de estúpido, dijo:

– Naturalmente, es posible que Asad Jalil salga del país y regrese a Libia antes de que se nos presente la oportunidad de hablar con él. Así que me estaba preguntando si alguno de vosotros pensó en comunicar lo que sabíais sobre la traición de Gadafi a la familia Jalil.

– Deja que piense… -respondí-, hablamos de su rencor contra Norteamérica, de sus deseos de matarme… ¿qué más…?

– Tengo entendido por tus colegas de la casa de Wiggins que mencionaste brevemente estas cuestiones al final de tu conversación con Jalil.

– Cierto. Fue después de llamarlo follacamellos.

– No es de extrañar que quiera matarte -rió Ted, y seguidamente me preguntó-: ¿Y te extendiste sobre esto en tu posterior conversación con él?

– Pareces saber mucho acerca de lo que pasa en el FBI.

– Estamos en el mismo equipo, John.

– Espero que no.

– Oh, no te las des de santo. El halo no te va bien.

Lo ignoré y me dirigí a Kate:

– Bueno, ¿preparada? -Me volví hacia Ted-: Tengo que irme, Ted. Te veré en la comisión de investigación del Senado.

– Un momento. Responde primero a mi pregunta. ¿Le hablaste a Asad Jalil de la traición de Gadafi?

– ¿Tú qué crees?

– Supongo que sí. En parte porque parecías muy interesado en esa cuestión durante nuestras reuniones en Nueva York y Washington. En parte porque eres muy listo y sabes cómo fastidiar a la gente. -Sonrió.

Sonreí yo también. Ted era realmente un buen tipo. Sólo un poco tortuoso.

– Sí -dije-. Lo tengo completamente en ascuas con eso. Tenías que haber oído aquella conversación, cuando le dije que su madre era una puta y su padre un cornudo. Por no hablar de lo de Gadafi matando a su padre. Se puso furioso. Dijo que me iba a cortar la lengua y a rebanarme el pescuezo. Bueno, yo no me tiré a su madre ni maté a su padre. ¿Por qué estaba tan cabreado conmigo?

Ted parecía estar disfrutando con mi tono desenfadado y estaba además encantado de saber que yo le había hecho el trabajo.

– ¿Y tienes la impresión de que te creyó?

– ¿Cómo diablos voy a saberlo? Quería matarme a mí. No dijo nada del tío Muammar.

Ted reflexionó unos instantes.

– Para los árabes, eso es una cuestión de honor personal -dijo-. Honor familiar, que ellos llaman irá. Casi cualquier deshonor familiar debe lavarse con sangre.

– Probablemente, eso funciona mejor que el juzgado de familia.

– Yo creo que Jalil matará a Gadafi -continuó-, y, si se entera de la verdad sobre Habib Nadir, lo matará también, y quizá igualmente a otras personas en Libia. Entonces nuestro plan, que tan desagradable te resulta, quedará justificado.

Kate, que tiene una moral mejor que la mía, indicó:

– No hay ninguna justificación para incitar a una persona a rnatar a nadie. Para luchar contra monstruos no tenemos que comportarnos como monstruos. Está mal -añadió.

Juiciosamente, Ted no entró en una grandilocuente justificación de su plan favorito para eliminar al coronel Muammar al-Gadafi.

– Créeme, debatimos intensamente esta cuestión y la sometimos al dictamen del comité de ética -le dijo a Kate.

Casi me echo a reír.

– ¿Estás tú en ese comité? Y, a propósito, ¿cuál es la ética de integrarte en la BAT para promover tu propio plan de juego? ¿Y cómo diablos he acabado yo trabajando contigo?

– Yo lo solicité. Realmente admiro tu talento y tu perseverancia. De hecho, estuviste a punto de impedir que Jalil escapara en el aeropuerto. Ya te dije que si quieres trabajar para nosotros, hay un puesto disponible. Y para ti también, Kate.