– Lo consultaremos con nuestros consejeros espirituales. Bueno, tengo que irme, Ted. Que vaya bien la entrevista.
– Sólo una o dos cosas más.
– Está bien. Dispara. -Mala elección de palabras.
– Quería decirte que me hizo mucha gracia aquel chiste. El de la fiscal general que contaste en la reunión. Edward me lo contó. Hay mucha verdad en los chistes. El FBI celebraría una gran conferencia de prensa, como va a hacer esta tarde en Washington. A mi compañía no le gustan las conferencias de prensa.
– Vaya, a mí tampoco.
– Y la CÍA convertía al conejo en un agente doble. -Sonrió-. Tuvo gracia. Y fue una muestra de presciencia en este caso.
– Entiendo. Y no olvides lo que hacían los policías, Ted. Le daban al oso una somanta de mil diablos hasta que confesaba ser un conejo, ¿no?
– Estoy seguro de que lo harían. Pero eso no convierte al oso en un conejo.
– Lo importante es que el oso dice que es un conejo. Y, ya que estamos en ello, los agentes dobles trabajan solamente para ellos mismos. ¿Hemos terminado?
– Casi. Sólo quiero recordaros a los dos que esta conversación no ha existido. -Miró a Kate y añadió-: Es muy importante que Asad Jalil regrese a Libia.
– No -replicó Kate-, lo importante es que sea juzgado en Estados Unidos por asesinato.
Ted se volvió hacia mí.
– Creo que tú lo entiendes.
– ¿Voy a discutir con un tipo que tiene un rifle de gran potencia?
– No os estoy amenazando a ninguno de los dos -me informó Ted-. No seas melodramático.
– Lo siento. Es esa historia de «Expediente X». La televisión me está pudriendo el cerebro. Antes era «Misión imposible». Muy bien, entendido. Hasta otra.
– Realmente, yo no volvería ahora andando a la casa del rancho. Jalil sigue por ahí suelto, y vosotros dos sois un blanco perfecto.
– Ted, puestos a elegir entre quedarnos aquí contigo o andar esquivando las balas de un francotirador, ¿adivinas con qué nos quedamos?
– No digas que no te advertí.
Sin responder, di media vuelta y me alejé. Kate me imitó.
– Oh, felicidades por vuestro compromiso -exclamó Ted-. Invitadme a la boda.
Agité la mano sin volverme. Es curioso, no me importaría invitarlo. Era un completo tontolaba, pero, en resumidas cuentas, era nuestro tontolaba… realmente quería hacer lo que fuese mejor para el país. Terrible. Pero yo comprendía, lo cual era terrible también.
Continuamos bajando la pendiente, alejándonos de la estación VORTAC. Yo no sabía si iba a recibir un balazo en la espalda disparado por Ted o un balazo de frente disparado por Jalil, apostado entre los árboles que crecían al pie de la pendiente.
Continuamos caminando, y me di cuenta de que Kate estaba tensa.
– No te preocupes -dije-. Silba.
– Tengo la boca seca.
– Hum.
– Tengo ganas de devolver.
– Oh, oh. Como las náuseas matutinas…
– Déjate de bromas, John. Esto es… repugnante. ¿Te das cuenta de lo que ha hecho?
– Ellos practican un juego duro y peligroso, Kate. No juzgues y no serás juzgada.
– Ha habido personas asesinadas.
– No quiero hablar de ello ahora. ¿De acuerdo?
Kate sacudió la cabeza.
Encontramos un camino de herradura que atravesaba una extensión de piedras rojas y espesos matorrales. Yo esperaba tropezarme con una patrulla motorizada o un puesto de vigilancia fijo pero nunca hay un agente del Servicio Secreto cerca cuando lo necesitas.
El cielo estaba mucho más claro ahora, y una suave brisa procedente del mar empezó a disipar la niebla. Mal asunto.
Caminamos hacia donde creíamos que estaban la casa del rancho y el edificio del Servicio Secreto, pero los caminos parecían serpentear y retorcerse continuamente, y yo no estaba seguro de dónde demonios estábamos.
– Creo que nos hemos perdido -dijo Kate-. Me duelen los pies. Estoy cansada y sedienta.
– Vamos a sentarnos un rato.
Nos sentamos sobre una roca lisa y descansamos. Había allí una vegetación extraña, probablemente artemisa, cardo y todas esas plantas de los cowboys. La maleza era espesa pero no muy alta, no lo bastante como para ocultarnos adecuadamente mientras caminábamos. Se me ocurrió que quizá fuera mejor que nos quedáramos quietos.
– Suponiendo que Jalil esté ahí fuera, entonces probablemente está a menos de doscientos metros de la casa, de modo que quizá no debamos acercarnos demasiado a ella ni al edificio del Servicio Secreto -le dije a Kate.
– Buena idea. Nos quedaremos aquí para que Jalil pueda matarnos sin molestar a nadie más.
– Sólo estoy tratando de anticiparme a sus intenciones.
– Bueno, piensa una cosa. Quizá no va a matarnos. Quizá nos pegue unos cuantos tiros en las piernas y luego se acerque y te corte la lengua y te rebane el pescuezo.
– Veo que has estado pensando en eso. Gracias por decírmelo.
– Lo siento. -Ella bostezó-. De todos modos, tenemos nuestras pistolas, y no quiero dejar que te coja viva.
Kate rió pero era una risa emocional y físicamente debilitada.
– Descansa un poco.
Unos diez minutos después, oí un sonido vagamente familiar y me di cuenta de que eran las palas de un helicóptero zumbando en el aire.
Me puse de pie sobre la roca en que había estado sentado, salté a un peñasco próximo de metro y medio de altura y me volví en dirección al sonido.
– Ha llegado la caballería -dije-. La caballería aérea. Jo. Mira eso.
– ¿Qué?
Kate se levantó pero yo le apoyé la mano en el hombro y empujé hacia abajo.
– Siéntate. Yo te contaré lo que pasa.
– Puedo verlo por mí misma.
Se puso en pie sobre la roca en que había estado sentada y se subió al peñasco, a mi lado. Miramos los dos hacia los helicópteros. Había seis Hueys describiendo círculos a pocos cientos de metros de distancia, y supuse que estaban sobrevolando la casa del rancho, de modo que nos encontrábamos cerca y ya sabíamos qué dirección tomar.
Divisé entonces un enorme helicóptero bimotor Chinook que asomaba por el horizonte, y colgando del Chinook había un automóvil, un gran Lincoln negro.
– Debe de ser un vehículo blindado -dijo Kate.
– Diligencia -le recordé-. Seis Hollys con personal Hércules volando sobre Azufre mientras Látigo y Arco Iris suben a Diligencia. Cabeza y Cola en tierra. Melchor, Gaspar y Baltasar vienen de camino.
Lanzó un suspiro de alivio, o quizá de exasperación.
Permanecimos unos minutos contemplando cómo se desarrollaba la operación, y, aunque no podíamos ver lo que sucedía en tierra, era evidente que Látigo y Arco Iris se dirigían ahora por la avenida Pennsylvania en un coche blindado, con vehículos de escolta y los helicópteros en lo alto. Misión cumplida.
Si estaba en algún lugar de los alrededores, Asad Jalil podía verlo también, naturalmente, y si todavía llevaba su bigote postizo, en aquellos momentos estaría retorciéndoselo y murmurando: «¡Maldición, otra vez burlado!»
De modo que bien está lo que bien acaba, ¿no?
No del todo. Yo tenía la idea de que Asad Jalil, habiendo fallado lo grande, optaría ahora por lo pequeño.
Pero, antes de que pudiera hacer nada al respecto, como bajar de aquel peñasco y refugiarme en la maleza para esperar ayuda, Asad Jalil cambió de objetivo.
CAPÍTULO 56
Lo que sucedió luego pareció desarrollarse a cámara lenta, entre dos latidos de un corazón.
Le dije a Kate que saltara del peñasco. Yo salté pero ella lo hizo medio segundo después que yo.
No oí el chasquido del rifle provisto de silenciador pero comprendí que el disparo había partido de la cercana línea de árboles porque oí la bala zumbar como una abeja sobre mi cabeza, donde había estado en el peñasco medio segundo antes.