Luego metió la mano en uno de los bolsillos de la chaqueta.
– Llamaré al motel Sea Scape para comunicarles nuestra situación -dijo- y que avisen al Servicio Secreto de aquí y…
Siguió buscando en los bolsillos y exclamó:
– No encuentro el móvil.
Oh, oh.
Tanteamos los dos por el suelo. Kate extendió demasiado la mano por el lado izquierdo, y el suelo estalló a unos centímetros de sus dedos. Retiró la mano al instante, como si hubiera tocado un hornillo caliente, y se la miró.
– Dios mío, he sentido cómo esa bala me rozaba los nudillos… pero… no estoy herida… He sentido el calor o algo así.
– Ese hombre sabe disparar. ¿Dónde está el móvil?
Volvió a registrarse los bolsillos de la chaqueta y los pantalones.
Se ha debido de caer del bolsillo al rodar por el suelo -anunció-. Maldita sea.
Nos quedamos mirando la pendiente cubierta de maleza que se extendía ante nosotros pero no había forma de saber dónde estaba el teléfono, y, desde luego, ninguno de los dos iba a ir a buscarlo.
Así que continuamos allí sentados, atentos al ruido de alguien que avanzara hacia nosotros. Yo esperaba que aquel bastardo estuviera viniendo en nuestra dirección porque sabía que tendría que rodear el peñasco o pasar por encima de él, y lo oiríamos. Yo quería dispararle una vez por lo menos. Pero si se movía describiendo un arco amplio, no lo veríamos ni lo oiríamos, y él tenía el rifle con mira telescópica. Me sentí de pronto menos seguro en aquel lado del peñasco, sabiendo que Jalil podría estar moviéndose por entre la maleza de la que nosotros acabábamos de salir.
– Siento lo del teléfono -dijo Kate.
– No es culpa tuya. Supongo que yo debería tener un móvil.
– No es mala idea. Te compraré uno.
Pasó un helicóptero a unos cuatrocientos metros de distancia pero no nos vio, ni nos detectó -tampoco a Jalil-, con cualquiera que fuese la clase de sensor con que iba equipado. Y tampoco disparó Jalil contra él, que habría sido un blanco fácil. Esto me indujo a creer que Asad Jalil se había ido… o que el señor Jalil se abstenía de disparar porque a quien realmente quería cazar era a mí. Bueno, era una idea inquietante.
Fuera como fuese, yo ya me había hartado de aquello. Me quité la chaqueta y, antes de que Kate pudiera impedírmelo, me puse rápidamente en pie y la agité a un lado, como un torero citando al toro. Pero, a diferencia de un torero, yo me deshice apresuradamente de la chaqueta mientras me zambullía detrás del peñasco, justo a tiempo para oír el zumbido que sacudió la chaqueta e hizo saltar unas ramas a nuestro lado.
– Creo que está todavía entre los árboles -dije antes de que Kate pudiera gritarme.
– ¿Y cómo lo sabes?
– El disparo ha venido de esa dirección. Me he dado cuenta por el zumbido y el impacto, y ha habido un lapso de medio segundo, como si estuviese todavía a cien metros de distancia.
– ¿Te estás inventando eso?
– Más o menos.
Bueno, volvimos a la guerra de nervios. Justo cuando ya pensaba yo que Jalil estaba ganando, don Asesino Implacable se sintió frustrado y empezó a disparar de nuevo. El muy cabrón se divertía disparando sobre la cresta del peñasco, y fragmentos de piedra volaban por el aire y caían sobre nosotros.
Disparó un cargador completo, luego recargó el arma y empezó a disparar por ambos lados del peñasco, de modo que los proyectiles impactaban a pocos centímetros de nuestras encogidas piernas. Contemplé, fascinado, cómo la pedregosa tierra estallaba en pequeños cráteres.
– Ese tío es un desgraciado -dije a Kate.
Ella no respondió, hipnotizada por la tierra que volaba a nuestro alrededor.
Jalil dirigió entonces su puntería a los costados del peñasco, haciendo que las balas rozasen la piedra a sólo unos centímetros de nuestros hombros. La roca se iba haciendo un poco más pequeña.
– ¿Dónde aprendería a disparar así? -pregunté.
– Si yo tuviese un rifle -replicó ella-, ya le enseñaría cómo se dispara. -Y añadid)-: Si hubiera llevado chaleco antibalas, no estaría sangrando.
– Recuérdalo para la próxima vez. -Le cogí la mano y se la apreté-. ¿Qué tal estás?
– Bien… duele mucho.
– Aguanta un poco. Ya se cansará de jugar con su rifle.
– ¿Cómo estás tú? -me preguntó.
– Tengo una nueva herida que enseñar a las chicas.
– ¿Quieres otra más?
Volví a apretarle la mano y dije, estúpidamente:
– Las heridas de él y las de ella.
– No tiene ninguna gracia. Esta maldita herida me está dando punzadas.
Le desaté la chaqueta, le pasé la mano por la espalda y palpé suavemente el orificio de salida.
Lanzó un grito de dolor.
– Está empezando a coagularse -dije-. Procura no moverte para que no sangre otra vez. Mantén el orificio de entrada taponado con el pañuelo.
– Ya sé, ya sé, ya sé. Dios mío, cómo duele.
– Lo sé. -Yo he pasado por eso. Volví a anudarle la chaqueta en torno a la cintura.
Jalil tuvo otra idea y empezó a disparar contra las demás rocas, más pequeñas, que había a nuestro alrededor, provocando rebotes, como un jugador de billar que tratase de lograr una jugada desde detrás de la bola ocho. Las rocas eran de arenisca, y la mayoría de ellas se partían, pero de vez en cuando Jalil conseguía un rebote, y una de las balas se estrelló realmente contra el peñasco, por encima de mi cabeza.
– Mete la cabeza y la cara entre las piernas -dije a Kate. Y añadí-: Es perseverante el muy bastardo, ¿eh?
– Realmente te aborrece, John -dijo ella, metiendo la cabeza entre las piernas-. Tú le has impulsado a nuevos niveles de creatividad.
– Es un efecto que suelo provocar en la gente.
Sentí de pronto un agudo dolor en el muslo derecho y comprendí que había sido herido por una bala que había rebotado.
– ¡Maldita sea!
– ¿Qué ocurre?
Me palpé en el punto en que el ardiente proyectil me había alcanzado y descubrí un roto en el pantalón y un desgarrón en la carne. Busqué a tientas en el suelo, junto al muslo, y encontré la bala, deformada y todavía caliente. La levanté en el aire.
– Siete coma seis dos milímetros, funda de acero, proyectil militar, probablemente de un M-14, modificado como rifle de francotirador, con miras telescópicas para día y para noche intercambiables, más silenciador y supresor de fogonazo. Igual que el que tenía Gene.
– ¿A quién carajo le importa eso?
– Es sólo por hablar de algo. -Y añadí-: Igual también que el que tenía Ted.
Mis palabras quedaron flotando en el aire mientras tratábamos de ahuyentar de nuestra mente varias ideas absurdas.
– Naturalmente -agregué-, el M-14 es un rifle bastante común entre los excedentes del Ejército, y no pretendo sugerir nada mencionando que da la casualidad de que Ted tiene uno.
– Podría habernos matado en la estación VORTAC -dijo Kate finalmente.
– No lo haría tan cerca de donde Gene nos dejó para que nos reuniéramos con él -señalé.
Ella no respondió.
Naturalmente, yo no pensaba que fuese Ted quien estaba intentando matarnos. Ted no haría eso. Ted quería ir a nuestra boda, ¿no? Pero nunca se sabe. Me guardé la bala usada en el bolsillo.
Permanecimos cinco minutos inmóviles y en silencio, y yo supuse que quienquiera que fuese se había ido, aunque no tenía intención de averiguarlo.
Oí varios helicópteros que volaban en círculos a lo lejos y confié en que uno de ellos acabara viéndonos.
Pese al dolor que sentía en la pelvis, estaba empezando a desvanecerme. Me hallaba totalmente exhausto y también deshidratado, así que creí que deliraba cuando oí un timbre de teléfono. Abrí los ojos.
– ¿Qué diablos…?
Kate y yo miramos pendiente abajo hacia el lugar en que sonaba el teléfono. Yo no podía verlo aún pero tenía una vaga idea de su situación. Aseguraría que no estaba a más de ocho metros de distancia. Se encontraba directamente delante de nosotros, y, si salía a cogerlo, el peñasco impediría que Jalil me viese. Quizá.