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Ella se reunió conmigo pocos días después. Nos tomamos unas vacaciones médicas en el Ventura Inn y yo cuidé mi bronceado y aprendí a comer aguacates.

El caso es que Kate tenía un diminuto y juvenil biquini y pronto se dio cuenta de que las cicatrices no se broncean. Los hombres consideran que las cicatrices son emblemas honrosos. Las mujeres, no. Pero yo le besaba la pupita todas las noches, y empezó a darle menos importancia. De hecho, empezó a enseñarles los orificios de entrada y salida a varios cabineros, para los que una herida de bala era algo realmente guay.

Kate, entre cabineros e historias de guerra, trató de enseñarme a practicar el surf pero creo que para hacerlo bien hay que tener fundas en los dientes y el pelo descolorido.

Así pues, llegamos a conocernos mejor durante las dos semanas de luna de miel de prueba que pasamos en Ventura, y, de común y tácito acuerdo, comprendimos que estábamos hechos el uno para el otro. Por ejemplo, Kate me aseguró que le encantaba ver partidos de fútbol por televisión, le gustaba dormir con la ventana abierta en invierno, prefería los pubs irlandeses a los restaurantes selectos, detestaba los vestidos caros y las joyas y nunca cambiaba de peinado. Yo lo creí todo, naturalmente. Prometí seguir igual. Eso era fácil.

Todo lo bueno tiene un final, y a mediados de mayo regresamos a Nueva York y a nuestros puestos de trabajo en 26 Federal Plaza.

Los compañeros nos dieron una pequeña fiesta, como es costumbre, y se pronunciaron discursos estúpidos, se propusieron brindis por nuestra dedicación al trabajo, por nuestro pleno restablecimiento y, naturalmente, por nuestro compromiso y por una vida larga y feliz juntos. A todo el mundo le encanta una historia de amor. Fue la noche más larga de mi vida,

Para hacer la velada más divertida, Jack me llevó a un lado y me dijo:

– He utilizado tus treinta pavos, y también las apuestas de Ted y Edward, para pagar la factura. Sabía que no te importaría.

No me importaba. Y Ted habría querido que se hiciera así.

Teniendo en cuenta todas las circunstancias, yo prefería volver a Homicidios Norte pero eso no iba a suceder. El capitán Stein y Jack Koenig me aseguraron que me esperaba un brillante futuro en la Brigada Antiterrorista, pese al montón de denuncias formales presentadas contra mí por diversos individuos y organizaciones.

A nuestra vuelta al servicio, Kate anunció que lo estaba pensando mejor… no lo del matrimonio, sino lo del anillo de compromiso. Me puso a trabajar en algo denominado la «Lista de Invitados». Y encontré Minnesota en un mapa. Es un estado entero. Mandé por fax copias del mapa a mis compañeros de la policía de Nueva York para que supieran.

Pocos días después de nuestra vuelta, realizamos el preceptivo viaje al edificio J. Edgar Hoover y pasamos tres días con aquellos agradables tipos de Contraterrorismo, que escucharon toda nuestra historia y luego nos la repitieron de forma ligeramente diferente. Corregimos nuestra versión, y Kate y yo firmamos testimonios, declaraciones, transcripciones y no sé cuántas cosas más hasta que todo el mundo quedó contento.

Supongo que claudicamos un poco pero obtuvimos la solemne promesa de que algún día podríamos restablecer la verdad de las cosas.

El cuarto día de nuestro viaje a Washington nos llevaron al cuartel general de la CÍA en Langley, Virginia, donde fuimos recibidos por Edward Harris y otros. No fue una visita larga, y estuvimos en compañía de cuatro agentes del FBI, que llevaron casi todo el peso de la conversación en nuestro nombre. Ojalá esa gente aprendiera a largarse.

Lo único interesante de aquella visita a Langley fue nuestra entrevista con un hombre extraordinario. Era un ex agente del KGB, y se llamaba Boris, el mismo Boris que Ted nos había mencionado en el VORTAC.

El único motivo de la entrevista parecía ser el hecho de que Boris quería conocernos. Pero en la hora que estuvimos hablando obtuve la impresión de que aquel hombre había visto y hecho en su vida más que todos los que nos encontrábamos allí juntos.

Boris era un tipo corpulento, fumaba Marlboro sin cesar y se mostraba excesivamente atento con mi prometida.

Habló un poco de sus tiempos en el KGB y luego nos contó unas cuantas anécdotas sobre su segunda carrera en la Inteligencia libia. Mencionó que le había dado a Jalil varios consejos sobre su viaje a Estados Unidos. Boris tenía curiosidad por saber cómo habíamos dado con Jalil y todo eso.

No acostumbro suministrar mucha información a agentes de servicios de inteligencia extranjeros pero el hombre actuaba con nosotros sobre la base de «uno por uno», y si Kate o yo contestábamos a su pregunta él contestaba a la nuestra. Podría haberme pasado días enteros hablando con aquel tipo pero había otras personas en la sala, y de vez en cuando nos decían que no respondiéramos o que cambiáramos de tema. ¿Qué ha sido de la libertad de expresión?

De todos modos, tomamos un sorbito de vodka juntos e inhalamos humo de segunda mano.

Uno de los chicos de la CÍA anunció que era hora de marcharse, y nos pusimos todos en pie.

– Deberíamos volver a vernos -le dije a Boris.

Se encogió de hombros e hizo un gesto en dirección a sus amigos de la CÍA.

Finalmente nos estrechamos la mano.

– Ese hombre es una máquina de matar perfecta -nos dijo Boris a Kate y a mí-, y lo que no mata hoy lo matará mañana.

– Es sólo un hombre -repliqué.

– A veces me pregunto si lo es. -Y añadió-: En cualquier caso, los felicito a los dos por su supervivencia. No desperdicien ninguno de sus días.

Yo estaba seguro de que se trataba de otra expresión rusa y de que no teñía nada que ver con el tema de Asad Jalil. ¿Verdad?

Kate y yo regresamos a Nueva York, y ninguno de los dos volvió a mencionar a Boris. Pero la verdad es que me gustaría beberme una botella entera de vodka con él algún día. Quizá le hiciera llegar una citación. Quizá no era buena idea.

Transcurrieron varias semanas, y seguíamos sin saber nada de Asad Jalil ni tener noticia de que el señor Gadafi hubiera fallecido repentinamente.

Kate no hizo cambiar el número de su teléfono móvil, yo sigo teniendo el mismo número directo en 26 Federal Plaza, y estamos esperando una llamada del señor Jalil.

Mejor que eso, Stein y Koenig -como parte de nuestro pacto con la gente de Washington- nos ordenaron que formásemos un equipo especial constituido por mí, Kate, Gabe, George Foster y varias otras personas cuya única misión es encontrar y apresar al señor Asad Jalil. Yo solicité también al Departamento de Policía de Nueva York el traslado de mi viejo compañero, Dom Fanelli, a la BAT. Él se resiste pero yo soy ahora una persona importante y pronto tendré a Dom en mis manos. Quiero decir que él es responsable de que yo esté en la BAT, y una buena jugarreta se merece otra. Será como en los viejos tiempos.

No habrá nadie de la CÍA en nuestro nuevo equipo, lo que aumenta mucho nuestras probabilidades.

Este equipo especial es probablemente lo único que me mantenía en aquel jodido puesto. Quiero decir que me tomo muy en serio la amenaza de aquel individuo, y es simplemente cuestión de matar o que te maten. Ninguno de los miembros del equipo pretendemos coger vivo a Asad Jalil, y el propio Asad Jalil tampoco tiene intención de ser cogido vivo, de modo que la cosa resulta bien para todos.

Llamé a Robin, mi ex, y le informé de mi próximo matrimonio.

Ella me deseó felicidad.

– Ahora puedes cambiar el estúpido mensaje de tu contestador -me aconsejó.

– Buena idea.

– Si coges algún día a ese Jalil -añadió-, pásame el caso.

Yo había practicado este jueguecito con ella en el caso de los delincuentes que me tirotearon en la calle 102 Oeste.