– De acuerdo, pero quiero el diez por ciento de tus honorarios -respondí.
– Lo tienes. Y perderé el caso, y le caerá la perpetua.
– Hecho.
Así que, una vez resuelto eso, pensé que debía llamar a antiguas amigas para decirles que tenía una compañera a tiempo completo que pronto sería mi mujer. Pero no quería hacer esas llamadas telefónicas, de modo que, en su lugar, envié e-mails, tarjetas y fax. Recibí unas cuantas respuestas, en su mayoría condolencias por la novia. No le enseñé ninguna de ellas a Kate.
Se aproximaba el Gran Día, y yo no estaba nervioso. Ya había estado casado, y me había enfrentado muchas veces a la muerte. No quiero decir que haya ninguna semejanza entre casarse y que te disparen pero… tal vez la haya.
Kate manifestaba bastante calma con respecto a todo el asunto, y eso que nunca había hecho el paseíllo por el pasillo central. Parecía dominar realmente la situación y sabía qué había que hacer, y cuándo había que hacerlo, y quién tenía que hacer qué, y todo eso. Yo creo que se trata de un conocimiento no aprendido que tiene algo que ver con el cromosoma X.
Bromas aparte, me sentía feliz, satisfecho y más enamorado que nunca. Kate Mayfield era una mujer extraordinaria, y yo sabía que viviríamos siempre felices. Creo que lo que me gustaba de ella era que me aceptaba tal como era, lo cual no es realmente demasiado difícil, habida cuenta de lo casi perfecto que soy.
Además, habíamos compartido una experiencia que era todo lo profunda y determinante que dos personas pueden compartir, y lo habíamos hecho bien. Kate Mayfield era valiente, leal e ingeniosa y, a diferencia de mí, todavía no era cínica ni estaba hastiada del mundo. De hecho, era una patriota, y no puedo decir otro tanto de mí mismo. Tal vez lo fuera en otro tiempo pero en el transcurso de mi vida nos han sucedido demasiadas cosas a mi país y a mí. Sin embargo, hago mi trabajo.
Lo que más siento con respecto a todo este asunto -aparte de mi evidente sentimiento por la pérdida de vidas- es que no creo que hayamos aprendido nada de todo esto.
Como yo, el país siempre ha tenido suerte y siempre se las ha arreglado para esquivar la bala fatal. Pero la suerte, como he aprendido en las calles y en las mesas de juego y en el amor, se acaba. Y, si no es demasiado tarde, te enfrentas a los hechos y a la realidad y trazas un plan de supervivencia que no tiene para nada en cuenta la suerte.
Y hablando de eso, el día de nuestra boda llovía, lo cual, según he descubierto, se supone que significa buena suerte. Yo creo que sólo significa que te mojas.
Casi todos mis amigos y familiares habían hecho el viaje hasta esta pequeña ciudad de Minnesota, y la mayoría de ellos se comportaron mejor que en mi primera boda. Naturalmente, hubo unos cuantos incidentes cuando mis compañeros solteros de la policía de Nueva York se mostraron groseros con aquellas provincianitas rubias y de ojos azules -incluido el incidente de Dom Fanelli con la dama de honor, en el que no entraré- pero eso era de esperar.
Los familiares de Kate eran blancos, anglosajones y protestantes, y el sacerdote era metodista y actor consumado. Me hizo prometer amar, honrar y no volver a mencionar jamás el «Expediente X».
Fue una ceremonia de doble anillo: un anillo para el dedo de Kate, otro anillo para mi nariz. Bueno, supongo que ya está bien de chistes sobre el matrimonio. De hecho, me han dicho que ya está bien.
Los blancos anglosajones y protestantes del Medio Oeste vienen en dos variedades: secos y húmedos. Éstos le daban al frasco, así que nos llevábamos realmente bien. Él padre era un tipo estupendo, la madre era guapa, y también la hermana. Mis padres les contaron sobre mí un montón de historias que a ellos les parecían graciosas, más que anormales. La cosa iba a salir bien.
En cualquier caso, Kate y yo pasamos una semana en Atlantic City y luego otra semana en la costa californiana. Acordamos reunimos con Gene Barlet en Rancho del Cielo, y el viaje en coche a las montañas fue mucho más agradable que la última vez. Y también el rancho, que ofrecía mucho mejor aspecto a la luz del día y sin francotirador.
Volvimos al peñasco, que parecía mucho más pequeño que como yo lo recordaba. Gene tomó fotografías, incluyendo una de la herida de Kate no apta para menores, y a instancias de Gene recogimos varios fragmentos de piedras.
– Encontramos cincuenta y dos casquillos en el suelo -dijo Gene, señalando la línea de árboles-. Jamás he oído hablar de tantos disparos hechos por un francotirador contra dos personas. Realmente, el tipo quería lo que no podía tener.
Yo creo que nos estaba diciendo que el juego no había terminado.
La línea de árboles me estaba poniendo un poco nervioso, así que nos fuimos. Gene nos enseñó el lugar donde se había encontrado muerto a Ted Nash en un camino de herradura, a menos de cien metros del VORTAC, con un solo balazo en la frente. No tengo ni idea de adónde iba Ted, ni qué hacía allí, y nunca lo sabremos.
Habida cuenta de que estábamos en nuestra luna de miel, sugerí que ya habíamos visto bastante y volvimos a la casa del rancho, tomamos una coca-cola, comimos unos dulces y continuamos camino hacia el norte.
Habíamos dejado en Nueva York el teléfono móvil de Kate, ya que no queríamos recibir ninguna llamada de amigos ni de asesinos durante nuestra luna de miel. Pero, sólo por precaución, cada uno llevábamos nuestra pistola.
Nunca se sabe.
Agradecimientos
Dada la naturaleza del material utilizado en esta novela, algunas de las personas a las que me gustaría manifestar aquí mi agradecimiento han solicitado permanecer en el anonimato. Respeto esa petición y expreso mi gratitud por sus aportaciones.
Quisiera dar las gracias, en primer lugar, a Thomas Block, amigo de la infancia, capitán de US Airways, director sustituto de la revista Flying, coautor de Mayday y autor de otras seis novelas, por su valiosa ayuda en «cuestiones de aviones» y otras materias. Como siempre, Tom acudió cuando yo me encontraba en el aire y sin hélice.
Gracias también a Sharon Block, ex ayudante de vuelo de Braniff International y US Airways, por leer el manuscrito y ponerse de mi parte en discusiones editoriales con su marido.
Mi agradecimiento especial a los miembros de la Brigada Antiterrorista Conjunta y buenos amigos los detectives del Departamento de Policía de Nueva York Kenny Hieb y John Gallagher (retirado) y también al detective Tom Pistone por sus conexiones.
Mi agradecimiento muy especial a un buen amigo, y ex policía de la Autoridad Portuaria y miembro de Pistolas y Mangueras, Frank Madonna, por compartir conmigo sus conocimientos y por su paciencia. Gracias también a los miembros de Pistolas y Mangueras detective Donald McMahon, agente de policía Bobby Yarzab, y a todos los hombres y mujeres que conocí en el aeropuerto internacional John F. Kennedy, que dedicaron parte de su tiempo a enseñarme las instalaciones y responder a preguntas estúpidas.
La sección de esta novela referente a la incursión aérea estadounidense sobre Libia no se habría podido escribir sin la ayuda de Norm Gandía, capitán de la Marina de Estados Unidos (retirado). Norm es veterano de la guerra de Vietnam, es Ángel Azul, buen amigo y moderado bebedor. Gracias también a Al Krish, teniente coronel de la Fuerza Aérea de Estados Unidos (retirado), por dejarme entrar en la carlinga del F-111.
Le estoy agradecido al personal de la Fundación de la Joven América por guiarme en una visita privada al rancho de Ronald Reagan. Gracias especiales a Ron Robinson, presidente de la fundación, Marc Short, director ejecutivo del rancho de Ronald Reagan, y a Kristen Short, director de desarrollo del rancho. Muchas gracias también a John Barletta, ex jefe de la unidad presidencial del Servicio Secreto. La profesionalidad y dedicación de John son demasiado poco frecuentes en el mundo actual.
Una vez más, gracias a los bibliotecarios Laura Flanagan y Martin Bowe, que realizaron un espléndido trabajo de investigación y me ayudaron con minuciosos detalles que sólo un bibliotecario podría haber tenido la paciencia y los conocimientos necesarios para encontrar.