Kate se me quedó mirando, preguntándose, supongo, si estaba chiflado u horrorizado. Definitivamente estoy chiflado, y reconozco que también un poco horrorizado. Quiero decir que creía haberlo visto todo, pero pocas personas hay en la tierra que hayan visto nada parecido a aquello, excepto tal vez en la guerra. En realidad, aquello era la guerra.
Miré en el interior de la amplia cabina de clase turista y vi que los enfermeros ya habían subido a bordo. Estaban recorriendo los pasillos, emitiendo declaraciones de fallecimiento y etiquetando pulcramente cada cuerpo con el número de asiento y de pasillo. Más tarde, cada cuerpo sería introducido en un saco.
Me detuve junto a la puerta lateral de estribor y aspiré una bocanada de aire fresco. Tenía la sensación de que estábamos pasando algo por alto, algo de gran importancia.
– ¿Deberíamos volver a inspeccionar la cúpula? -pregunté a Kate.
– Yo creo que la hemos revisado suficientemente -respondió, después de reflexionar unos instantes-. Despensa, lavabo, cabina de mando, armario, cabina de pasaje, compartimentos de equipaje… Los forenses estarán encantados de que no hayamos contaminado demasiado la escena.
– Sí…
Había algo, sin embargo, que yo había olvidado, o quizá en lo que no había reparado… Pensé en las placas de los federales y en las carteras y pasaportes que Jalil no se había llevado, y, aunque se lo había explicado a Kate, y a mí mismo, estaba empezando a preguntarme por qué Jalil no había cogido todo aquello. Suponiendo que todo lo que hacía tenía una finalidad, ¿cuál era la finalidad de hacer lo contrario de lo que esperaríamos?
Me devanaba los sesos pero no sacaba nada en claro.
Kate estaba registrando una de las carteras de mano.
– Tampoco parece que falte nada aquí -dijo-, ni siquiera el dossier de Jalil, ni las hojas de claves, ni la nota de instrucciones enviada por Zach Weber…
– Un momento.
– ¿Qué ocurre?
Todo estaba empezando a encajar.
– Está tratando de hacernos creer que ha terminado con nosotros. Misión concluida. Quiere que pensemos que se ha dirigido al edificio de Salidas Internacionales y que yendo allí está limpio de sospecha. Quiere que creamos que ha salido en un vuelo a alguna parte, y no quiere llevar estas cosas encima por si lo someten a uno de los controles rutinarios.
– No te sigo. ¿Está o no intentando coger un vuelo al extranjero?
– Quiere que lo creamos, pero no es cierto.
– Muy bien…, o sea que se queda en el país. Probablemente ya ha salido del aeropuerto.
Yo estaba todavía tratando de asimilarlo.
– Si no se llevó las credenciales porque quería estar limpio, ¿por qué se llevó las pistolas? -dije-. No llevaría las pistolas a la terminal, y si huía del aeropuerto, habría un cómplice con una pistola para él. Así que… ¿por qué necesita dos pistolas dentro del aeropuerto…?
– Está dispuesto a abrirse paso a tiros -dijo Kate-. Ha conservado el chaleco antibalas. ¿Qué piensas?
– Estoy pensando… -De pronto pensé en el desertor de febrero, y una idea absolutamente increíble tomó forma en mi cabeza-. ¡Oh, mierda…!
Eché a correr en dirección a la escalera de caracol y pasé a toda velocidad por delante del tipo que yo había apostado allí, subí los peldaños de tres en tres e irrumpí en la cúpula, donde me abalancé rápidamente sobre Phil Hundry. Le agarré el brazo derecho, que, según advertí ahora, lo tenía pegado al cuerpo y con la mano encajada entre el muslo y el posabrazos central. Se lo levanté y le eché un vistazo a la mano. Faltaba el dedo pulgar, limpiamente seccionado por un instrumento afilado.
– ¡Maldita sea!
Cogí el brazo de Peter Gorman, lo separé del cuerpo y vi la misma mutilación.
Kate estaba ahora a mi lado, y le mostré el brazo y la mano sin vida de Gorman.
Durante medio segundo pareció horrorizada y confusa. Luego exclamó:
– ¡Oh, no!
Los dos bajamos por la escalera de caracol, cruzamos la puerta y, apartando a empujones a unas cuantas personas, descendimos por la escalera móvil. Encontramos el coche de la policía de la Autoridad Portuaria en que habíamos llegado, y yo salté al asiento del copiloto mientras Kate se instalaba en la parte posterior.
– Luces y sirena -le ordené a Simpson-. En marcha.
Saqué del bolsillo el teléfono móvil de Kate y llamé al Club Conquistador. Esperaba oír la voz de Nancy Tate, pero no hubo respuesta.
– El Conquistador no contesta -dije a Kate.
– Oh, Dios…
Simpson se dirigió hacia la entrada del recinto de seguridad, serpenteando por entre una docena de vehículos aparcados, pero, cuando llegamos allí, varios policías de la Autoridad Portuaria nos hicieron parar y nos informaron de que la zona estaba sellada.
– Lo sé -respondí-. Yo fui quien dio la orden.
A los policías, eso les importaba un bledo.
Kate manejó adecuadamente la situación, mostrando sus credenciales del FBI, utilizando un poco de lógica, sutiles amenazas y algo de sentido común. El agente Simpson colaboró también. Yo mantuve la boca cerrada. Finalmente, los policías de la Autoridad Portuaria nos dejaron pasar.
– Bien, escuche -le dije rápidamente a Simpson-. Tenemos que ir al extremo oeste del aeropuerto, donde están todos aquellos edificios auxiliares. Por el camino más directo y rápido.
– Bueno, la carretera de circunvalación…
– No, directo y rápido. Pistas y carreteras de rodaje. De prisa.
El agente Simpson titubeó.
– No puedo ir por la pista sin llamar a la torre. Stavros se enfadará…
– Esto es una 10-13 -le informé, lo que significa «Policía en Apuros».
Simpson pisó el acelerador, como haría cualquier policía con una 10-13.
– ¿Qué es una 10-13? •-me preguntó Kate.
– Descanso para tomar café.
Una vez que hubimos sorteado un grupo de vehículos, me dirigí a Simpson:
– Ahora haga como si fuese un avión disponiéndose a despegar. Adelante.
Pisó a fondo el pedal, y el gran Chevy Caprice aceleró por la lisa pista de cemento como si estuviera propulsado a reacción. Simpson encendió la radio y comunicó a la torre lo que estaba haciendo. Al tipo de la torre pareció que iba a darle un infarto.
Mientras tanto, yo abrí el teléfono móvil y marqué de nuevo el número del Club Conquistador, pero tampoco hubo respuesta esta vez.
– ¡Mierda! -Marqué el número del móvil de Foster, y contestó-. George -dije-, estoy tratando de llamar a Nick… Sí, de acuerdo… Voy hacia allá. Sea quien sea el que llegue primero, que tenga cuidado. Creo que Jalil va en esa dirección. Eso es lo que he dicho. Jalil les ha cortado los pulgares a Phil y a Peten… Sí. Me has oído bien.
Me guardé el teléfono en el bolsillo y le dije a Kate:
– George tampoco podía entenderlo.
– Dios mío, espero que no lleguemos demasiado tarde -murmuró ella.
El coche iba ahora a ciento sesenta, devorando la pista.
A lo lejos vi el viejo edificio que albergaba el Club Conquistador. Quería decirle a Simpson que ya no había necesidad de apresurarse, pero no podía resolverme a hacerlo, y ya íbamos a ciento setenta. El coche empezó a vibrar pero Simpson no pareció reparar en ello. Me miró.
– Los ojos en la carretera -le dije.
– Pista.
– Da igual. ¿Ve aquel edificio alargado de cristal? Empiece a desacelerar, busque una carretera de servicio o pista de rodaje y vaya hacia él.
– De acuerdo.
Al acercarnos más, vi un 3 IR invertido pintado en la pista y que ésta terminaba más allá, y advertí que una alta valla de cable entrelazado nos separaba del edificio. Pasamos ante una carretera de servicio que parecía dirigirse hacia una puerta existente en la valla, pero estaba cien metros más a la derecha de donde yo necesitaba estar. Simpson salió de la pista con un brusco viraje, el coche se deslizó durante unos segundos sobre dos ruedas solamente y luego cayó de nuevo y rebotó con estruendo.