– ¿O sea, que no ha abierto ninguna caja?
El hombre estaba empezando a mosquearse.
– Necesito ayuda para eso -respondió-. Podría llevarme todo el día.
– ¿Cuántos vehículos pasaron por aquí antes de recibir la alerta?
– Pues como… unos dos o tres.
– ¿Qué clase de vehículos?
– Un par de camiones y un taxi.
– ¿Había un pasajero en el taxi?
– No me fijé. Fue antes de la alerta -añadió.
– Muy bien… -Le di la foto y le dije-: Este tipo va armado y es peligroso. Ya ha matado a demasiados policías hoy.
– Santo Dios.
Monté de nuevo en el coche y continuamos. Observé que el policía de la Autoridad Portuaria no empezaba con nosotros y nos obligaba a abrir el maletero, que es lo que yo habría hecho si algún engreidillo me hinchaba las narices. Pero América no estaba preparada para nada de esto. En absoluto.
Enfilamos la ancha autopista que conducía a Manhattan.
Permanecimos un rato en silencio. El tráfico en la carretera de circunvalación era lo que el idiota del helicóptero de tráfico llamaría de moderado a intenso. En realidad, era de intenso a horrible, pero no me importaba. Contemplé cómo pasaba Brooklyn por la ventanilla derecha, y les dije a mis amigos federales:
– Hay dieciséis millones de personas en el área metropolitana, ocho millones en la ciudad de Nueva York. Entre ellas hay unos doscientos mil inmigrantes recién llegados de países islámicos, la mitad de ellos aquí, en Brooklyn.
Ni Kate ni Nash hicieron ningún comentario.
Por lo que se refería a Jalil, si en efecto había desaparecido entre aquella muchedumbre, ¿podría encontrarlo la BAT? Quizá. La comunidad de Oriente Medio era bastante cerrada pero en su seno había informadores e, incluso, americanos leales. La red terrorista clandestina estaba muy debilitada, y es preciso reconocerles a los federales que tenían un buen conocimiento de quién era quién.
De modo que por esa razón Asad Jalil no establecería contacto con los sospechosos habituales. Nadie lo bastante listo como para hacer lo que él acababa de hacer iba a ser lo bastante estúpido como para asociarse con alguien menos inteligente que él.
Consideré la audacia del señor Jalil, que sus simpatizantes llamarían valentía. Aquel hombre iba a ser un desafío, por decirlo suavemente.
– Alrededor de un millón de personas entran ilegalmente todos los años en este país -dijo finalmente Nash-. No es tan difícil. De modo que yo creo que la misión de nuestro hombre no era entrar en el país para cometer un acto de terrorismo. Su misión era hacer lo que ha hecho en el avión y en el Club Conquistador y, luego, largarse. No ha salido en ningún momento del aeropuerto y, a menos que la policía de la Autoridad Portuaria lo haya capturado, en estos instantes se encuentra volando rumbo a algún país extranjero. Misión cumplida.
– Yo ya he descartado esa teoría -dije-. Es equivocada.
– Yo he descartado las demás teorías -replicó Nash secamente-. Sostengo que está volando.
Recordé el caso de Plum Island y el ilógico razonamiento y las audaces teorías conspirativas del señor Nash. Evidentemente, el hombre había sido entrenado por encima de su inteligencia y había olvidado hasta el más elemental sentido común.
– Diez pavos a que tenemos noticias de nuestro amigo muy pronto y muy cerca -le dije.
– Hecho -respondió. Se volvió en su asiento y me dijo-: Tú no tienes experiencia en estas cosas, Corey. Un terrorista experto no es como un criminal estúpido. Golpean y huyen, y unos años después vuelven a golpear y a huir. No regresan a la escena de sus crímenes, y no se ocultan en casa de su amiguita con una pistola y un saco lleno de dinero, y no van a un bar y alardean de sus crímenes. Está a bordo de un avión.
– Gracias, señor Nash. -Me pregunté si debía estrangularlo o partirle el cráneo con la culata de la pistola.
– Es una teoría interesante, Ted -intervino Kate-. Pero hasta que estemos seguros vamos a alertar a toda la sección de Oriente Medio de la BAT para que vigilen las casas de conocidos simpatizantes de los terroristas y de sospechosos.
– No tengo nada que oponer a los procedimientos operativos habituales -replicó Nash-. Pero te digo que si el fulano está todavía en el país, el último lugar en que vas a encontrarlo es donde crees que está. El tipo de febrero no volvió a aparecer después de fugarse, y nunca aparecerá. Si estos dos tipos están relacionados, representan algo nuevo y desconocido. Algún grupo del que no sabemos nada.
Eso ya lo había imaginado. Y también, a un cierto nivel, esperaba que tuviese razón en lo de que Jalil estaba volando. No me importaría perder los diez pavos, aunque fuese con aquel gilipollas, y por mucho que me hubiera gustado echarle el guante a Asad Jalil y molerlo a golpes hasta que ni su madre pudiera reconocerlo, realmente deseaba que estuviera en otra parte, donde no pudiera causar más daño a Estados Unidos. Quiero decir que un tío capaz de matar a todos los pasajeros inocentes de un avión indudablemente tenía una bomba atómica en la manga, o ántrax en el sombrero o gas venenoso en el culo.
– ¿De qué estamos hablando, de un terrorista árabe? -preguntó Simpson.
– Estamos hablando de la madre de todos los terroristas -respondí bruscamente.
– Olvide todo lo que ha oído -le dijo Nash a Simpson.
– No he oído nada -respondió Simpson.
Nos acercábamos al puente de Brooklyn.
– Creo que vas a llegar con retraso a tu cita en Long Island -dijo Kate.
– ¿Con cuánto retraso?
– Como un mes.
No respondí.
– Probablemente, mañana a primera hora cogeremos el avión para Washington.
Supongo que eso era el equivalente federal de ir a One Poli-ce Plaza a que le den a uno un repaso. Me pregunté si en mi contrato habría una cláusula de rescisión. Lo tenía en mi mesa de Federal Plaza. Tendría que echarle un vistazo.
Cruzamos el puente y salimos a los desfiladeros del bajo Manhattan. Nadie hablaba mucho pero se podía oler el humo de las neuronas funcionando.
Los coches de policía no tienen radios normales de AF/FM pero el agente Simpson tenía una radio portátil, y sintonizó las noticias de 1010 WINS. Un reportero estaba diciendo:
– El avión se encuentra todavía en el área de seguridad vallada situada junto a una de las pistas, y no podemos ver lo que sucede, aunque hemos visto varios vehículos entrar y salir de la zona. Hace unos minutos ha salido del lugar lo que parecía ser un voluminoso camión frigorífico, y se rumorea que ese camión transportaba cadáveres.
El reportero hizo una pausa para dar mayor efecto a sus palabras y continuó:
– Las autoridades no han emitido ningún comunicado oficial, pero un portavoz del Consejo Nacional de Seguridad en el Transporte ha declarado a los periodistas que se ha producido una emisión de gases tóxicos y que hay varias víctimas mortales entre los pasajeros y la tripulación. No obstante, el aparato ha aterrizado sin problemas, y no podemos sino esperar y desear que haya habido pocas víctimas.
La presentadora preguntó:
– Larry, nos están llegando rumores de que el avión perdió todo contacto por radio desde varias horas antes de aterrizar. ¿Has oído algo acerca de eso?
– La Administración Federal de Aviación no lo ha confirmado pero un portavoz suyo ha dicho que el piloto comunicó por radio que se estaban produciendo emanaciones de gases a bordo y que creía que se trataba de algo químico o quizá un incendio eléctrico.
Aquello era nuevo para mí pero no para Ted Nash, que comentó crípticamente:
– Me alegro de que dejen bien claros los hechos.
¿Hechos? A mí me parecía que, a falta de humo en el avión, alguien lo estaba fabricando y lanzándolo sobre los demás.
El reportero y la presentadora estaban hablando ahora de la tragedia de Swissair, y alguien recordó la tragedia aérea saudí. Nash apagó la radio.