-¿Dónde está el señor? -preguntó.
-Se ha marchado.
Cristina miró en derredor, la playa infinita desierta en ambas direcciones.
-¿Para siempre?
-Para siempre.
Cristina sonrió y se sentó a mi lado.
-He soñado que éramos amigos -dijo.
La miré y asentí.
-Y somos amigos. Siempre lo hemos sido.
Rió y me tomó de la mano. Señalé al frente, al sol que se hundía en el mar, y Cristina lo contempló con lágrimas en los ojos.
-¿Me acordaré algún día? -preguntó.
-Algún día.
Supe entonces que dedicaría cada minuto que nos quedaba juntos a hacerla feliz, a reparar el daño que le había hecho y a devolverle lo que nunca supe darle. Estas páginas serán nuestra memoria hasta que su último aliento se apague en mis brazos y la acompañe mar adentro, donde rompe la corriente, para sumergirme con ella para siempre y poder al fin huir a un lugar donde ni el cielo ni el infierno nos puedan encontrar jamás.