Apuró su copa.
—¿Porque no encuentro atractivos a los hombres?
—Sí. —Yay dejó escapar una carcajada—. ¡Después de todo, eres un hombre!
—Entonces, ¿debería sentirme atraído hacia mí mismo?
Yay le observó en silencio durante unos momentos con una débil sonrisa aleteando en las comisuras de sus labios. Después se rió y bajó la vista.
—Bueno, físicamente no.
Sonrió y le entregó su copa vacía. Gurgeh volvió a llenarla y Yay le dio la espalda para concentrar nuevamente su atención en la pareja que seguía discutiendo.
Gurgeh dejó a Yay exponiendo apasionadamente sus opiniones sobre el lugar que la geología debería ocupar en la política educativa de la Cultura y fue a hablar con Ren Myglan, una joven a la que había conocido hacía poco. Gurgeh había albergado la esperanza de que Ren iría a visitarle aquella tarde.
Uno de los miembros del grupo había traído consigo una mascota, un enumerador proto-consciente estigliano que iba y venía por la habitación contando entre murmullos. El esbelto animal de tres miembros cubierto de vello rubio llegaba a la cintura de una persona normal y no tenía ninguna cabeza discernible, pero sí montones de abultamientos esparcidos por su cuerpo. El enumerador empezó contando personas y llegó a la conclusión de que había veintitrés humanos en la habitación. Después empezó a contar los artículos del mobiliario y acabó concentrándose en las piernas, tarea que le acabó llevando hasta donde estaban Gurgeh y Ren Myglan. Gurgeh bajó los ojos hacia el animal. El enumerador le estaba contemplando los pies mientras agitaba los miembros más o menos en dirección a sus zapatillas. Gurgeh lo apartó con la punta del pie.
—Digamos que seis —murmuró el enumerador, y se marchó.
Gurgeh siguió hablando con Ren.
Unos cuantos minutos de conversación aproximándose un poquito más a ella de vez en cuando hicieron que Gurgeh lograse estar lo bastante cerca para hablarle en susurros al oído, y no tardó en alargar el brazo por detrás de Ren para deslizar los dedos a lo largo de su columna vertebral, sintiendo la caricia sedosa de los pliegues del vestido que llevaba puesto.
—Dije que me iría con los demás —murmuró Ren.
Bajó la vista, se mordió el labio inferior y se llevó una mano a la espalda apretando la mano de Gurgeh, quien había empezado a acariciarle el comienzo de las nalgas.
—¿Un grupo de lo más aburrido y un cantante que actuará para todo el mundo? —la riñó suavemente Gurgeh sin alzar la voz. Apartó la mano y le sonrió—. Tú mereces un poco más de atención individualizada, Ren.
Ren rió en silencio y le apartó con el codo.
Acabó saliendo de la habitación y no volvió. Gurgeh fue hacia Yay, que estaba gesticulando animadamente mientras defendía los atractivos de la existencia en islas magnéticas flotantes, pero antes de llegar a ella vio a Chamlis inmóvil en un rincón ignorando concienzudamente a la mascota trípeda, que parecía fascinada por la unidad e intentaba rascarse uno de sus numerosos bultos sin caer de espaldas. Gurgeh alejó al enumerador y estuvo un rato hablando con Chamlis.
Los invitados acabaron marchándose blandiendo botellas y unas cuantas bandejas de golosinas requisadas. La aeronave despegó con un siseo y se perdió en la noche.
Gurgeh, Yay y Chamlis terminaron su partida de cartas. Gurgeh ganó.
—Bueno, tengo que irme —dijo Yay. Se puso en pie y se estiró voluptuosamente—. ¿Chamlis?
—Yo también. Iré contigo. Podemos compartir un vehículo.
Gurgeh les acompañó hasta el ascensor de la casa. Yay se abotonó la chaqueta y Chamlis se volvió hacia Gurgeh.
—¿Quieres que les diga algo a los de Contacto?
Gurgeh había estado contemplando con expresión distraída el tramo de escalones que llevaba a la parte principal de la casa y se volvió hacia Chamlis con cara de perplejidad. Yay hizo lo mismo.
—Oh, sí —dijo por fin, sonriendo. Se encogió de hombros—. ¿Por qué no? Veamos si quienes nos superan en ingenio saben dar con alguna solución que se nos haya pasado por alto. ¿Qué puedo perder?
Se rió.
—Me encanta verte feliz —dijo Yay, y le dio un breve beso en los labios. Entró en el ascensor y Chamlis la siguió. Yay miró a Gurgeh y le guiñó el ojo un segundo antes de que se cerrara la puerta—. Dale recuerdos a Ren —dijo sonriendo.
Gurgeh contempló la puerta del ascensor durante unos momentos, meneó la cabeza y sonrió. Volvió a la sala. Un par de robots manejados a control remoto por la casa ya se estaban encargando de la limpieza. Todo parecía encontrarse en su sitio, tal y como debía estar. Fue al tablero colocado entre los dos sofás donde había jugado la partida de Despliegue con Yay y colocó una de las piezas en el centro del hexágono de partida. Después se volvió hacia el sofá en el que se había sentado Yay cuando regresó de hacer ejercicio. Su cuerpo había dejado una mancha de humedad que ya se estaba desvaneciendo, un retazo de negrura casi imperceptible sobre la oscura superficie del sofá. Gurgeh alargó la mano lentamente, la puso sobre la mancha de humedad, se olisqueó los dedos y sonrió. Cogió un paraguas y fue a inspeccionar los daños producidos en el césped por el aterrizaje de la aeronave, y acabó volviendo a la casa. La luz que brillaba en la achaparrada torre principal le indicó que Ren estaba esperándole.
El ascensor bajó doscientos metros por la montaña y empezó a internarse en el lecho de roca que había debajo de ella. Redujo la velocidad para atravesar una compuerta rotatoria y fue descendiendo lentamente por el metro de material de base ultradenso hasta detenerse en una galería de tránsito situada debajo de la Placa Orbital. Un par de vehículos subterráneos esperaban el momento de ponerse en marcha y las pantallas sintonizadas con el exterior mostraban los rayos de sol que caían sobre la base de la Placa. Yay y Chamlis subieron a un vehículo, le dijeron dónde querían ir y se sentaron. El vehículo se activó, giró sobre sí mismo y empezó a acelerar.
—¿Contacto? —preguntó Yay volviéndose hacia Chamlis. El suelo del vehículo ocultaba el sol y las estrellas brillaban con su gélido resplandor más allá de las pantallas laterales. El vehículo dejó atrás varias estructuras del equipo vital pero casi siempre enigmático e incomprensible que se hallaba debajo de todas las Placas—. ¿Estoy equivocada o he oído mencionar el nombre del gran espantajo?
—Le sugerí la posibilidad de hablar con los de Contacto —replicó Chamlis.
La unidad flotó hacia una pantalla. La pantalla se desprendió sin dejar de mostrar el paisaje exterior y fue subiendo por la pared del vehículo hasta revelar el decímetro de espacio que su grosor había estado ocupando en la piel del vehículo. El sitio donde había estado la pantalla que fingía ser una ventana se convirtió en una auténtica ventana; una transparente superficie cristalina con el vacío y el resto del universo al otro lado. Chamlis contempló las estrellas.
—Pensé que quizá ellos tuvieran alguna idea… algo que pudiera distraerle.
—Creía que procurabas no mantener ningún tipo de relación con los de Contacto.