Gurgeh estaba almorzando sin apartar los ojos de la pantalla incorporada a la mesa. Era el tercer día de partida en el Tablero del Origen. Aún faltaban unos minutos para el inicio de la siguiente sesión y Gurgeh estaba solo en la mesa viendo los noticiarios que mostraban lo bien que estaba jugando Lo Tenyos Krowo en su partida contra Yomonul y Traff. Quien se hubiera encargado de imitar el estilo del ápice —Gurgeh sabía que Krowo se había negado a tener la más mínima relación con aquella superchería— estaba haciendo un trabajo excelente. Todos los movimientos encajaban a la perfección con el estilo del jefe de la Inteligencia Naval. Gurgeh sonrió levemente.
—¿Pensando en su próxima e inminente victoria, Jernau Gurgeh? —preguntó Hamin mientras tomaba asiento delante de él.
Gurgeh hizo girar la pantalla.
—Es un poco pronto para eso, ¿no le parece?
El viejo y calvo ápice observó la pantalla y sus labios se curvaron en una sonrisa casi imperceptible.
—Hmmm. ¿Eso cree?
Hamin alargó el brazo y desactivó la pantalla.
—Las cosas siempre pueden cambiar, Hamin.
—Cierto, Gurgeh… Las cosas siempre pueden cambiar, pero creo que el curso de esta partida no sufrirá ninguna variación. Yomonul y Traff seguirán ignorándole y se atacarán el uno al otro. Acabará venciendo.
—Bueno, entonces… —dijo Gurgeh contemplando la superficie mate de la pantalla—. Krowo tendrá que jugar con Nicosar, ¿no?
—Sí, Krowo puede jugar con Nicosar. Podemos crear una partida que cubra esa eventualidad. Pero usted no debe jugar con el Emperador.
—¿No debo? —preguntó Gurgeh—. Creía haber hecho todo lo que deseaban de mí. ¿Qué más puedo hacer?
—Negarse a jugar con el Emperador.
Gurgeh clavó la mirada en las pupilas gris claro del viejo ápice. Cada ojo estaba rodeado por una red de arrugas muy finas. Los ojos de Hamin le devolvieron la mirada sin alterarse en lo más mínimo.
—¿Cuál es el problema, Hamin? Ya no soy una amenaza.
Hamin alisó la suave tela de una de sus mangas.
—¿Quiere que le confiese una cosa, Jernau Gurgeh? Odio las obsesiones. Son tan… tan cegadoras. Creo que es la palabra más adecuada, ¿no le parece? —Hamin sonrió—. Estoy empezando a preocuparme por mi Emperador, Gurgeh. Sé lo mucho que desea demostrar que merece estar sentado en el trono y que es digno del puesto que ha estado ocupando durante los últimos dos años. Creo que se conformará con eso, pero también sé que lo que realmente desea y lo que siempre ha deseado es jugar contra Molsce y ganar. Y, naturalmente, eso ya no es posible… El Emperador ha muerto, Jernau Gurgeh, larga vida al Emperador. Surge de entre las llamas y todo eso…, pero creo que cuando le mira ve al viejo Molsce y tiene la sensación de que usted es el adversario al que debe enfrentarse y al que ha de vencer. El alienígena, el hombre de la Cultura, el morat, el-que-juega… Y no estoy seguro de que sea una buena idea. No es necesario, ¿comprende? Estoy convencido de que perdería, pero… Como ya le he dicho, las obsesiones siempre consiguen ponerme nervioso. Sería mejor para todas las partes implicadas que nos hiciera saber lo más pronto posible que va a abandonar los juegos.
—¿Y privar a Nicosar de la oportunidad de vencerme?
Su tono de voz indicaba tanto sorpresa como diversión.
—Sí. Prefiero que siga teniendo la sensación de que aún le queda algo por demostrar ante los ojos del Imperio. Eso no le hará ningún daño.
—Pensaré en ello —dijo Gurgeh.
Hamin le observó en silencio durante unos momentos.
—Espero que comprenda lo franco que he sido con usted, Jernau Gurgeh. Sería una lástima que tal honestidad no fuera reconocida…, y recompensada como se merece.
Gurgeh asintió.
—Sí, estoy seguro de ello.
Un sirviente cruzó el umbral y anunció que la sesión estaba a punto de empezar.
—Discúlpeme, rector —dijo Gurgeh poniéndose en pie. Los ojos del viejo ápice siguieron sus movimientos—. El deber me llama.
—Obedezca su llamada —dijo Hamin.
Gurgeh se quedó inmóvil durante unos momentos contemplando al viejo ápice marchito sentado al otro extremo de la mesa. Después giró sobre sí mismo y se marchó.
Hamin clavó los ojos en la pantalla desactivada que tenía delante como si estuviera absorto en una fascinante partida invisible que sólo él podía ver.
Gurgeh ganó tanto en el Tablero del Origen como en el Tablero de la Forma. La feroz lucha entre Traff y Yomonul siguió desarrollándose, y la ventaja tan pronto correspondía al uno como al otro. Traff llegó al Tablero del Cambio con una ligera ventaja sobre el otro ápice. Gurgeh les llevaba una delantera tan grande que era prácticamente invulnerable, lo que le permitió relajarse dentro de su fortaleza y contemplar la guerra total librada a su alrededor hasta que el final de ésta le indicó que había llegado el momento de salir de sus inexpugnables posiciones para acabar con las agotadas fuerzas del vencedor. Parecía la única salida justa, aparte de que también era la más cómoda. Gurgeh dejó que los chicos se divirtieran hasta quedar agotados, impuso el orden y volvió a guardar los juguetes dentro de la caja.
Pero, naturalmente, aquello sólo era una pálida imitación de una auténtica partida de Azad.
—¿Está complacido o se siente disgustado, señor Gurgeh?
El Mariscal Estelar Yomonul fue hacia Gurgeh y le hizo esa pregunta durante una pausa en el juego pedida por Traff para aclarar una duda sobre las reglas con su Adjudicador. Gurgeh estaba de pie pensando con los ojos clavados en el tablero y no había visto acercarse al ápice aprisionado dentro del exoesqueleto. Alzó los ojos poniendo cara de sorpresa y vio al mariscal estelar delante de él. Su rostro lleno de arrugas asomaba con una expresión levemente divertida por entre la jaula de titanio y acero al carbono que lo aprisionaba. Hasta aquel momento ninguno de los dos soldados le había prestado ni la más mínima atención.
—¿Por haber quedado excluido de la auténtica partida? —preguntó Gurgeh.
El ápice alzó un brazo rodeado de varillas metálicas y señaló el tablero.
—Sí, y porque la victoria le resulte tan fácil. ¿Busca la victoria o el desafío?
La máscara esquelética del ápice se agitaba a cada movimiento de la mandíbula.
—Preferiría disfrutar de ambas cosas —admitió Gurgeh—. Incluso he pensado en tomar parte como tercera fuerza o como aliado de un bando o de otro…, pero esto tiene todo el aspecto de ser una guerra personal, ¿verdad?
El ápice sonrió y la jaula que rodeaba su cabeza asintió lentamente como si supiera muy bien de qué estaba hablando.
—Lo es —dijo—. Su situación actual es tan envidiable como segura. Si yo fuera usted no la cambiaría por otra.
—¿Y usted? —le preguntó Gurgeh—. Parece estar llevando la peor parte, al menos por ahora.