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Yomonul sonrió. La máscara-jaula ondulaba y se flexionaba siguiendo hasta el más leve de sus gestos.

Jamás lo había pasado tan bien, y aún me quedan unas cuantas sorpresas y trucos que harán sudar al jovencito. Pero me siento un poco culpable por permitir que siga adelante sin apenas ningún esfuerzo. Si se enfrenta a Nicosar y gana nos pondrá a todos en una situación muy incómoda.

Gurgeh expresó una cierta sorpresa.

¿Cree que podría vencerle?

No. Estar encerrado en aquella jaula de metal oscuro que amplificaba todos sus movimientos y expresiones hizo que el gesto del ápice resultara todavía más enfático. Cuando no le queda más remedio Nicosar siempre da lo mejor de sí mismo y si da lo mejor de sí mismo… Le vencerá. Siempre que no sea demasiado ambicioso, claro. No, estoy seguro de que le vencerá porque usted es una auténtica amenaza, y Nicosar siempre ha sabido respetar las amenazas y enfrentarse a ellas como se merecen. Pero… Ah… El mariscal estelar se dio la vuelta. Traff acababa de cruzar el tablero para mover un par de piezas, después de lo cual hizo una exagerada reverencia a Yomonul. El mariscal estelar se volvió hacia Gurgeh. Veo que ha llegado mi turno de jugar. Discúlpeme.

Yomonul volvió a su guerra privada.

Uno de los trucos a que se había referido quizá fuera el de conseguir que Traff creyera que su conversación con Gurgeh había tenido como objetivo conseguir la ayuda del hombre de la Cultura, pues durante los movimientos siguientes el joven soldado actuó como si esperara verse obligado a librar la guerra en dos frentes distintos.

Yomonul consiguió la ventaja que necesitaba y logró superar a Traff por un pequeño margen de puntos. Gurgeh ganó la partida y la oportunidad de enfrentarse a Nicosar. Hamin intentó hablar con él en el pasillo que daba acceso a la sala de juegos inmediatamente después de que hubiera obtenido la victoria, pero Gurgeh se limitó a sonreír y pasó de largo junto a él.

31

Los arbustos cenicientos se balanceaban lentamente a su alrededor. La brisa creaba leves susurros en el dosel dorado. La corte, los jugadores y sus séquitos estaban sentados en unos grádenos de madera casi tan grandes como un pequeño castillo. Delante de los grádenos había un claro en el bosque y un pasillo bastante angosto delimitado por dos empalizadas de troncos muy gruesos que medían cinco o más metros de altura. Las empalizadas formaban la parte central de una especie de corral que tenía la forma de un reloj de arena y estaba abierto al bosque por los dos extremos. Nicosar y los jugadores que ocupaban los primeros puestos de la clasificación estaban sentados en primera fila de la plataforma de madera, lo que les permitía dominar todo el embudo.

Detrás de los grádenos había toldos debajo de los que se estaba preparando la comida. El olor de la carne asada flotaba perezosamente sobre los espectadores y se perdía en el bosque.

Eso hará que se les llene la boca de espuma dijo el Mariscal Estelar Yomonul.

Se inclinó hacia Gurgeh acompañado por un zumbido de servomecanismos. Gurgeh y el mariscal estaban sentados el uno al lado del otro en la primera fila de la plataforma, a no mucha distancia del Emperador. Cada uno tenía delante un rifle de proyectiles de gran tamaño sostenido por un trípode.

¿El qué? preguntó Gurgeh.

El olor. Yomonul sonrió y movió una mano señalando los fuegos y parrillas que había detrás de ellos. Carne asada… El viento está llevando el olor en su dirección. Les volverá locos.

Oh, estupendo murmuró Flere-Imsaho junto a los pies de Gurgeh.

La unidad ya había intentado persuadirle de que no tomara parte en la cacería.

Gurgeh no le hizo caso y asintió.

Claro dijo.

Sopesó la culata del rifle. El arma era un modelo bastante antiguo de un solo tiro, y recargarlo exigía manejar un pasador metálico. Las estrías de cada cañón eran ligeramente distintas, por lo que cuando se extrajeran las balas de los animales las señales que habían dejado en ellas permitirían establecer una puntuación y adjudicar las cabezas y pieles.

¿Está seguro de que ha utilizado un arma semejante con anterioridad? preguntó Yomonul.

El ápice sonrió. Estaba de muy buen humor. Sólo le faltaban unas cuantas decenas de días para quedar libre del exoesqueleto, y el Emperador había dado permiso para que el régimen carcelario se suavizara hasta el final de la condena. Yomonul podía beber y comer lo que le diera la gana, y volvía a estar en condiciones de llevar una vida social.

Gurgeh asintió.

He disparado armas dijo.

Nunca había utilizado un arma de proyectiles, pero aún recordaba aquel día con Yay en el desierto, hacía ya varios años.

Apuesto a que nunca has disparado contra algo vivo dijo la unidad.

Yomonul golpeó suavemente las placas de la máquina con un pie recubierto de acero.

Silencio, cosa dijo.

Flere-Imsaho se fue inclinando lentamente hacia atrás hasta que su parte frontal apuntó a Gurgeh.

¿Cosa? dijo.

Estaba tan indignado que su voz parecía un cruce entre murmullo y graznido.

Gurgeh le guiñó un ojo y se llevó un dedo a los labios. Después intercambió una sonrisa con Yomonul.

La cacería era el nombre que los azadianos daban a aquella diversión dio comienzo con una fanfarria de trompetas y los aullidos lejanos de los troshaes. Una hilera de machos emergió del bosque y corrió a lo largo del embudo de madera golpeando los troncos con palos. El primer troshae no tardó en aparecer. Las sombras crearon franjas sobre sus flancos cuando entró en el claro y corrió hacia el embudo de madera. Las personas que rodeaban a Gurgeh empezaron a murmurar nerviosamente.

Buen tamaño dijo Yomonul en tono apreciativo.

La bestia de rayas negras y doradas movía velozmente sus seis patas avanzando por el embudo. Los chasquidos que sonaron alrededor de la plataforma de madera anunciaron que los espectadores se preparaban para disparar. Gurgeh alzó la culata de su rifle. El trípode al que estaba unido facilitaba su manejo en aquella potente gravedad, y también servía para limitar el campo de tiro; algo que Gurgeh estaba seguro debía tranquilizar bastante a los siempre vigilantes guardias personales del Emperador.

El troshae siguió corriendo por el embudo. Sus patas se movían sobre el terreno polvoriento a tal velocidad que parecían manchones borrosos. Los espectadores empezaron a disparar y la atmósfera se llenó de nubecillas de humo gris y vibró con el crujir de las detonaciones. Yomonul apuntó y disparó. Un coro de gritos rodeó a Gurgeh. Las armas callaron, pero aun así Gurgeh sintió cómo sus orejas se tensaban reduciendo las dimensiones del pabellón para amortiguar el estrépito. Disparó. El retroceso le pilló desprevenido y su proyectil debió pasar bastante por encima de la cabeza del animal.

Bajó los ojos hacia el embudo. El animal estaba gritando. Intentó saltar la valla del extremo más alejado, pero una granizada de proyectiles le hizo caer. El troshae logró avanzar unos metros más arrastrando tres patas y dejando un rastro de sangre detrás suyo. Gurgeh oyó otra detonación ahogada junto a él y la cabeza del carnívoro se desvió repentinamente a un lado. La gran bestia se derrumbó hecha un fardo. Los vítores hicieron vibrar el aire. Una puerta se abrió en la empalizada de troncos para dejar salir a unos cuantos machos que se apresuraron a retirar el cadáver. Yomonul se había puesto en pie y se inclinaba en todas direcciones agradeciendo los gritos y aplausos que elogiaban su puntería. El siguiente animal salió del bosque y empezó a correr por entre los muros de madera, y el mariscal se apresuró a sentarse con un estridente zumbido de los motores de su exoesqueleto.