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El cuarto troshae fue seguido por un grupo de animales y la confusión permitió que uno de ellos lograra encaramarse sobre los troncos de la empalizada y cayera al otro lado. El animal empezó a perseguir a algunos de los machos que esperaban junto a los troncos. Un guardia situado al pie de la plataforma lo derribó con un solo disparo de su láser.

Hacia media mañana el centro del embudo estaba ocupado por un montón de cadáveres de troshaes y había un cierto peligro de que algunos animales pudieran trepar sobre los cuerpos de sus predecesores, por lo que se interrumpió la cacería el tiempo suficiente para que un grupo de machos se llevara los despojos ensangrentados y aún calientes usando ganchos, cadenas y un par de tractores. Alguien situado a la izquierda del Emperador disparó contra uno de los machos mientras estaban trabajando. Hubo algunos silbidos, y también algunos vítores proferidos por quienes ya estaban borrachos. El Emperador castigó al que había disparado imponiéndole una multa y dijo que quien le imitara se encontraría corriendo junto a los troshaes. Todo el mundo se rió.

Gurgeh, veo que no está disparando dijo Yomonul.

El mariscal estaba convencido de haber acabado con otros tres animales. Gurgeh empezaba a encontrar la cacería un poco estúpida, y casi había dejado de disparar. Supuso que no importaría mucho, ya que de todas formas ninguno de sus disparos anteriores había dado en el blanco.

Parece que no soy muy bueno en esto dijo.

¡Necesita práctica!

Yomonul rió y le dio una palmada en la espalda. El servomecanismo amplificó la potencia del golpe dado por el sonriente Mariscal Espacial y casi dejó sin aliento a Gurgeh.

Yomonul alzó la mano para indicar que su disparo había vuelto a dar en el blanco. Lanzó un grito de júbilo y le dio una patada a Flere-Imsaho.

¡Ve a por él! rió.

La unidad se alzó lentamente del suelo con la máxima dignidad de que fue capaz.

Jernau Gurgeh dijo, no pienso seguir aguantando esto por más tiempo. Vuelvo al castillo. ¿Te importa?

En absoluto.

Gracias. Que disfrutes con tus habilidades cinegéticas y tu soberbia puntería.

La unidad bajó un poco, se desplazó hacia un lado y no tardó en desaparecer detrás de los graderíos. Yomonul la tuvo en su punto de mira durante la mayor parte del trayecto.

¿Por qué ha dejado que se fuera? preguntó riendo.

Estoy mejor sin ella replicó Gurgeh.

Hicieron una pausa para almorzar. Nicosar felicitó a Yomonul por su magnífica demostración de puntería. Gurgeh pasó el almuerzo sentado junto al mariscal y cuando el palanquín de Nicosar fue llevado hasta su extremo de la mesa puso una rodilla en tierra. Yomonul replicó diciendo que el exoesqueleto le ayudaba a apuntar con más precisión. Nicosar dijo que era deseo del Emperador que el mariscal quedara liberado del artefacto después de la clausura oficial de los juegos. Nicosar lanzó una mirada de soslayo a Gurgeh, pero no dijo nada más. El palanquín anti-gravitatorio se alzó por sí solo y los guardias imperiales lo empujaron suavemente para que siguiera avanzando a lo largo de la hilera de invitados a la cacería.

Después del almuerzo todos volvieron a sus asientos para seguir con la cacería. Había otros animales que cazar y la primera parte de la corta tarde transcurrió rápidamente disparando contra ellos, pero los troshaes volvieron a aparecer pasado un rato. Hasta el momento sólo siete de los más de doscientos troshaes liberados de los recintos del bosque habían logrado recorrer todo el trayecto del embudo de madera llegando hasta el otro extremo para escapar entre los árboles, e incluso los que consiguieron huir estaban heridos y acabarían siendo atrapados por la Incandescencia.

Toda la extensión de tierra apisonada del tramo de embudo situado delante de los grádenos había quedado ennegrecida por la sangre de los troshaes. Gurgeh disparaba cada vez que los animales pasaban galopando por aquel tramo del recorrido empapado en sangre, pero alzaba el rifle lo suficiente para fallar el tiro e intentaba cerciorarse de que cada disparo suyo creaba un pequeño surtidor de polvo que brotaba delante de algún hocico mientras los troshaes heridos pasaban velozmente ante él jadeando y aullando. Descubrió que la cacería le resultaba más bien desagradable, pero no podía negar que la contagiosa excitación de los azadianos estaba empezando a tener cierto efecto sobre él. En cuanto a Yomonul, no cabía duda de que se lo estaba pasando en grande. Una hembra gigantesca emergió del bosque con sus dos crías corriendo junto a ella y el ápice se inclinó sobre la culata de su rifle.

Tiene que practicar más, Gurgue dijo. ¿O es que la caza no figura entre sus deportes?

La hembra y sus cachorros corrieron hacia el embudo de madera.

No nos gusta demasiado admitió Gurgeh.

Yomonul lanzó un gruñido, apuntó y disparó. Uno de los cachorros cayó al suelo. La hembra se detuvo, giró sobre sí misma y fue hacia él. El otro cachorro siguió corriendo durante unos metros y lanzó un maullido ahogado al sentir el impacto de las balas.

Yomonul recargó su arma.

Me ha sorprendido verle aquí dijo.

La hembra acababa de recibir una bala en una de las patas traseras. Gurgeh vio cómo se apartaba del cachorro muerto lanzando un gruñido y reemprendía la carrera animando al cachorro herido con rugidos entrecortados.

Quería demostrarles que estas cosas no me impresionan dijo Gurgeh. Vio como el segundo cachorro alzaba la cabeza de pronto y se desplomaba a los pies de su madre. Y he cazado…

Iba a usar la palabra «Azad», que significaba tanto máquina como animal, cualquier organismo o sistema, y se volvió hacia Yomonul sonriendo levemente para decírselo, pero cuando sus ojos se posaron en el ápice se dio cuenta de que algo iba mal.

Yomonul estaba temblando. Permaneció inmóvil durante unos momentos apretando el arma con las manos y giró sobre su asiento hasta quedar de cara a Gurgeh. El rostro del mariscal se convulsionaba espasmódicamente dentro de su jaula metálica, tenía la piel blanca y cubierta de sudor y los ojos casi se le salían de las órbitas.

Gurgeh extendió el brazo y puso la mano sobre una de las varillas que rodeaban el antebrazo del Mariscal Estelar en un gesto instintivo cuya finalidad era ofrecerle algún punto de apoyo.

Fue como si algo se rompiera dentro del ápice. El arma de Yomonul trazó un arco tan violento que se desprendió del trípode que la sostenía. El grueso silenciador apuntó directamente a la frente de Gurgeh. Gurgeh tuvo una impresión tan fugaz como vivida del rostro de Yomonul. La mandíbula estaba muy tensa, la sangre goteaba por su mentón, los ojos no parecían capaces de ver nada y un tic hacía temblar salvajemente todo un lado de su cara. Gurgeh se agachó. El arma se disparó lanzando el proyectil por encima de su cabeza. Gurgeh cayó de su asiento y rodó sobre sí mismo dejando atrás el trípode de su arma mientras oía un grito de dolor.