Recibió una patada en la espalda antes de que pudiera levantarse. Giró sobre sí mismo para ver a Yomonul alzándose sobre él oscilando locamente a un lado y a otro contra el telón de fondo creado por los rostros pálidos y confusos que tenía detrás. El mariscal estaba luchando con el pasador del arma e intentaba recargarla. Uno de sus pies volvió a salir disparado hacia adelante y chocó con las costillas de Gurgeh, quien se echó hacia atrás intentando absorber el golpe y cayó de la plataforma.
Vio tablones de madera y arbustos cenicientos que giraban a toda velocidad, y un instante después su cuerpo chocó con uno de los machos encargados de llevarse los animales muertos. Los dos cayeron al suelo y el impacto les dejó sin aliento. Gurgeh alzó los ojos y vio a Yomonul de pie sobre la plataforma levantando el rifle y apuntándole con él. Los rayos de sol hacían brillar el metal grisáceo del exoesqueleto. Dos ápices aparecieron detrás de Yomonul y extendieron los brazos para inmovilizarle. Yomonul hizo girar los brazos sin ni tan siquiera mirar hacia atrás. Una mano se estrelló contra el pecho de un ápice y el rifle se incrustó en el rostro del otro. Los dos se derrumbaron. Los brazos envueltos en varillas de acero se movieron increíblemente deprisa volviendo a su posición original y Yomonul alzó una vez más el arma para apuntar a Gurgeh.
Gurgeh ya estaba en pie y saltando hacia adelante para esquivar el proyectil. El disparo dio en el aún aturdido macho que había estado yaciendo debajo de él. Gurgeh corrió tambaleándose hacia las puertas de madera que daban acceso a la zona situada debajo de los grádenos. Yomonul bajó de un salto y aterrizó entre Gurgeh y las puertas. Los espectadores no paraban de gritar. El Mariscal Estelar recargó su arma un segundo antes de que sus pies tocaran el suelo, y su exoesqueleto absorbió sin ninguna dificultad la sacudida del impacto. Gurgeh giró sobre sí mismo tan deprisa que estuvo a punto de caer y sintió como las plantas de sus pies patinaban sobre la tierra empapada de sangre.
Echó a correr hacia el espacio que había entre la empalizada de troncos y el final de los graderíos. Un guardia uniformado que llevaba un arma de radiación se interpuso en su camino y alzó los ojos hacia la plataforma como si no supiera qué hacer. Gurgeh siguió corriendo hacia él y se agachó. El guardia extendió una mano y se dispuso a sacar el láser de la funda que colgaba de su hombro. Gurgeh aún se encontraba a un par de metros de él. Una expresión de sorpresa casi cómica se apoderó de su rostro de rasgos achatados, y un instante después Gurgeh vio como todo un lado de su pecho desaparecía en una explosión de sangre, tela y carne. El impacto del proyectil hizo que girara sobre sí mismo y le colocó en el camino de Gurgeh. El guardia cayó al suelo arrastrándole consigo.
Gurgeh volvió a rodar sobre sí mismo, logró pasar sobre el cadáver del guardia y quedó medio sentado. Yomonul estaba a diez metros de distancia y corría torpemente hacia él mientras recargaba su arma. El láser del guardia estaba junto a los pies de Gurgeh. Alargó la mano, lo cogió, alzó el cañón del arma hacia Yomonul y disparó.
El Mariscal Estelar se había agachado, pero Gurgeh llevaba toda una mañana disparando el rifle de proyectiles y se había acostumbrado a tomar en consideración el potente retroceso del arma. El haz del láser dio en el rostro de Yomonul y la cabeza del ápice quedó hecha añicos.
Yomonul no sólo no se detuvo, sino que ni tan siquiera redujo la velocidad. La silueta siguió corriendo incluso más rápido que antes. El cuello lanzaba chorros de sangre que se esparcían sobre la jaula ahora casi vacía que había contenido la cabeza, y las tiras de carne y los fragmentos de hueso visibles entre los barrotes metálicos ondulaban como si fuesen un horrendo conjunto de estandartes. El exoesqueleto se lanzó sobre él moviéndose mucho más deprisa y con menos vacilaciones que antes.
Alzó el rifle y el cañón apuntó a la cabeza de Gurgeh.
Gurgeh había quedado paralizado durante unos segundos. Empezó a levantar el láser y trató de incorporarse, pero ya era demasiado tarde. El exoesqueleto sin cabeza se encontraba a sólo tres metros de distancia. Gurgeh clavó los ojos en la negra boca del silenciador y comprendió que estaba muerto. Pero la grotesca silueta que había sido Yomonul vaciló, el cascarón vacío que había contenido la cabeza se alzó bruscamente hacia el cielo y el rifle tembló en sus manos.
Gurgeh sintió el impacto. «Pero el choque ha venido de atrás —pensó muy sorprendido mientras todo se volvía oscuro—, de atrás, no de delante»… y la nada cayó sobre él.
Le dolía la espalda. Abrió los ojos. Una máquina marrón zumbaba interponiéndose entre su cabeza y la blancura del techo.
—¿Gurgeh? —preguntó la máquina.
Gurgeh tragó saliva y se lamió los labios.
—¿Qué? —dijo.
No sabía dónde estaba ni cuál era el nombre de aquella unidad. Sólo tenía una idea muy vaga de quién era él.
—Gurgeh, soy yo… Flere-Imsaho. ¿Qué tal te encuentras?
Flear Imsah-ho… Aquel nombre significaba algo.
—Me duele un poco la espalda —dijo.
Tenía la esperanza de estar en un sitio donde nadie pudiera encontrarle. ¿Gurgue? ¿Gurgo? Debía de ser su nombre.
—No me sorprende. Un troshae muy grande te embistió por detrás.
—¿Un qué?
—Olvídalo. Procura dormir.
—… Dormir.
Le pesaban mucho los párpados. La unidad se fue volviendo borrosa y desapareció.
Le dolía la espalda. Abrió los ojos y vio un techo blanco. Miró a su alrededor buscando a Flere-Imsaho. Paredes de madera oscura. Ventana. Flere-Imsaho… Allí estaba. La unidad flotó hacia él.
—Hola, Gurgeh.
—Hola.
—¿Recuerdas quién soy?
—Sigue haciéndome preguntas estúpidas, Flere-Imsaho. ¿Voy a ponerme bien?
—Estás lleno de morados, tienes una costilla rota y una conmoción cerebral no demasiado importante. Tendrías que estar en condiciones de levantarte dentro de uno o dos días.
—Recuerdo haberte oído decir que… ¿Un troshae me embistió? ¿Lo he soñado?
—No lo soñaste. Te dije que un troshae te había embestido. ¿Recuerdas algo de lo ocurrido?
—Me caí de los graderios…, la plataforma —dijo muy despacio intentando pensar en lo que había ocurrido. Yacía en una cama y le dolía la espalda. Se encontraba en su habitación del castillo y las luces estaban encendidas, así que probablemente era de noche. Sus pupilas se dilataron—. ¡Yomonul me dio una patada y me hizo caer de la plataforma! —gritó de repente—. ¿Por qué?
—Ahora ya no importa. Vuelve a dormir.
Gurgeh abrió la boca para seguir hablando, pero en cuanto la unidad se acercó unos cuantos centímetros más a la cama volvió a sentirse muy cansado y cerró los ojos. Sólo un momento, para que descansaran…
Gurgeh estaba de pie junto a la ventana contemplando el patio. El sirviente cogió la bandeja y Gurgeh oyó el tintineo de los vasos.