—Sigue —dijo sin mirar a la unidad.
—El troshae logró trepar por la empalizada cuando todo el mundo sólo tenía ojos para ti y para Yomonul. Se te acercó por detrás y saltó. Chocó contigo y se lanzó contra el exoesqueleto antes de que pudiera hacer nada para impedirlo. Los guardias acabaron con el troshae mientras intentaba despedazar a Yomonul, y cuando le sacaron del exoesqueleto éste ya se había desactivado.
Gurgeh meneó la cabeza muy lentamente.
—Lo único que recuerdo es que me dio una patada y me hizo caer de la plataforma. —Se sentó en una silla junto a la ventana. La luz algo nebulosa de las últimas horas de la tarde hacía que la parte más alejada del patio brillara con un resplandor dorado—. ¿Y dónde estabas tú mientras ocurría todo eso?
—Volví al castillo para ver la cacería en uno de los canales imperiales. Siento haberme marchado, Jernau Gurgeh, pero ese ápice horrible no paraba de darme patadas y todo ese espectáculo obsceno era tan sangriento y repugnante que… Bueno, no tengo palabras para expresarlo.
Gurgeh agitó una mano.
—No importa. Sigo estando vivo. —Se llevó las manos a la cara—. ¿Estás seguro de que fui yo quien disparó contra Yomonul?
—¡Oh, sí! Lo grabaron todo. ¿Quieres ve…?
—No. —Gurgeh alzó una mano sin abrir los ojos—. No, no quiero verlo.
—No vi esa parte en vivo —dijo Flere-Imsaho—. Volví allí en cuanto Yomonul disparó su primer proyectil y mató a la persona que tenías al otro lado. Pero he visto la grabación. Sí, le mataste con el láser del guardia… Pero, naturalmente, lo único que conseguiste con ello fue que quien había asumido el control del exoesqueleto no tuviera que seguir venciendo la resistencia que oponía Yomonul. En cuanto Yomonul murió ese trasto empezó a moverse mucho más deprisa y de una forma menos errática. Yomonul debió hacer todo cuanto estaba en sus manos para detenerlo.
Gurgeh clavó la mirada en el suelo.
—¿Estás seguro de todo lo que me has dicho?
—Absolutamente. —La unidad flotó hacia la pantalla mural—. Oye, ¿por qué no te cercioras viendo…?
—¡No! —gritó Gurgeh.
Se puso en pie y se tambaleó de un lado a otro.
Permaneció en esa postura durante unos momentos y volvió a sentarse.
—No —dijo en un tono de voz bastante más bajo.
—Cuando llegué allí la persona que estaba controlando el exoesqueleto ya se había esfumado. Logré obtener una lectura bastante breve en mis sensores de microondas durante el trayecto del castillo al lugar de la cacería, pero la señal se desvaneció antes de que pudiera localizar su origen. Creo que utilizaron alguna variedad de maser capaz de emitir ondas codificadas. Los guardias imperiales también captaron algo. Cuando te sacamos de allí ya habían empezado a registrar el bosque. Les convencí de que sabía qué estaba haciendo y te traje aquí. Han enviado un par de veces a un médico para que te echara un vistazo, pero eso ha sido todo. Es una suerte que llegara en ese momento, ¿sabes? Podrían haberte llevado a la enfermería para someterte a toda clase de pruebas desagradables… —La unidad parecía algo perpleja—. Por eso tengo la sensación de que no estamos ante una operación secreta montada por alguno de sus departamentos de seguridad. De haberlo sido habrían usado otros métodos mucho más discretos, y si la cosa hubiese salido mal lo habrían tenido todo listo para llevarte lo más deprisa posible a un hospital… No, fue demasiado desorganizado. Estoy seguro de que aquí está ocurriendo algo raro.
Gurgeh se llevó las manos a la espalda y volvió a reseguir cautelosamente los contornos de sus morados.
—Ojalá pudiera recordarlo todo. Me gustaría recordar si quería matar a Yomonul —dijo.
Le dolía el pecho. Se encontraba fatal.
—Teniendo en cuenta que le mataste y que eres un pésimo tirador, supongo que la respuesta es no.
Gurgeh se volvió hacia la máquina.
—Unidad… ¿No tienes nada que hacer?
—No, la verdad es que no. Oh, por cierto… El Emperador desea verte cuando te encuentres bien.
—Iré ahora —dijo Gurgeh, y se fue levantando muy despacio.
—¿Estás seguro? No creo que debas hacerlo. Tienes mal aspecto. Si estuviera en tu lugar me acostaría un rato. Por favor, siéntate. No estás preparado. ¿Y si está enfadado contigo porque mataste a Yomonul? Oh, supongo que será mejor que te acompañe…
Nicosar estaba sentado en un trono no muy grande y desprovisto de adornos situado delante de una larga hilera de ventanales multicolores. Los aposentos imperiales estaban impregnados por aquella luz polícroma. Los inmensos tapices bordados con hilos de oro y plata brillaban como tesoros en una caverna submarina. Los centinelas de rostro impasible montaban guardia junto a las paredes y alrededor del trono; los cortesanos y funcionarios iban apresuradamente de un lado a otro cargados de papeles y pantallas portátiles. Un funcionario de la Mayordomía Imperial acompañó a Gurgeh hasta el trono dejando a Flere-Imsaho al otro extremo de la sala bajo la mirada vigilante de dos guardias.
—Siéntate, te lo ruego. —Nicosar señaló un taburete situado delante de él. Gurgeh se sentó dejando escapar un suspiro de gratitud—. Jernau Gurgeh… —dijo el Emperador. Su tono de voz era tan tranquilo y controlado que apenas parecía brotar de una garganta humana—. Te ofrecemos nuestras más sinceras disculpas por lo que ocurrió ayer. Nos alegra ver que tu recuperación ha sido tan rápida, aunque tenemos entendido que sigues estando algo dolorido. ¿Hay algo que desees?
—Gracias, Alteza… No, nada.
—Nos alegramos. —Nicosar asintió lentamente con la cabeza. Seguía vistiendo totalmente de negro. La sobriedad de su atuendo, su escasa altura y lo corriente de sus rasgos contrastaban con las fabulosas pinceladas de color que se derramaban desde los ventanales y los suntuosos ropajes de los cortesanos—. Naturalmente, sentimos muchísimo haber perdido la persona y los servicios de nuestro Mariscal Estelar Yomonul Lu Rahsp, especialmente en circunstancias tan trágicas, pero comprendemos que no te quedó más elección y que obraste en defensa propia. Es nuestra voluntad que no se emprenda ninguna clase de acción contra ti.
—Gracias, Alteza.
Nicosar alzó una mano.
—En cuanto a la persona que intentó acabar con tu vida, la persona que tomó el control del artefacto en el que estaba aprisionado nuestro mariscal estelar… Su identidad ha sido descubierta y se la ha sometido a interrogatorio. Nos duele profundamente haber descubierto que el líder de la conspiración no es otro que nuestro guía y mentor de toda la vida, el rector del Colegio de Candsev.
—Ham… —empezó a decir Gurgeh, pero se calló.
El rostro de Nicosar era un compendio de todos los matices que puede abarcar el disgusto. El nombre del viejo ápice murió en la garganta de Gurgeh.