—Yo… —dijo.
Nicosar volvió a alzar una mano.
—Es nuestro deseo revelarte que Hamin Li Sirist, rector del Colegio de Candsev, ha sido sentenciado a muerte por el papel que jugó en la conspiración contra ti. Tenemos entendido que éste quizá no haya sido el único intento de acabar con tu vida. Si es así, se investigarán todas las circunstancias relevantes y los culpables serán llevados ante la justicia.
»Ciertas personas de la corte —siguió diciendo Nicosar mientras contemplaba los anillos que adornaban sus manos— han deseado proteger al Emperador mediante… acciones tan imprudentes como equivocadas. El Emperador no necesita ser protegido de un oponente que toma parte en el juego incluso si dicho adversario utiliza alguna clase de ayuda con la que nos negamos a contar. Nuestros súbditos han tenido que ser engañados en lo tocante a tu papel en esta etapa final de los juegos, pero el engaño se ha llevado a cabo por su bien, no por el nuestro. No necesitamos ser protegidos de verdades desagradables. El Emperador no conoce el miedo, sólo la discreción. Nada nos complacerá más que posponer la partida entre el Emperador-Regente y el hombre llamado Jernau Morat Gurgeh hasta que se sienta en condiciones de jugar.
Gurgeh descubrió que estaba esperando oír más palabras pronunciadas en aquel tono de voz tan lento y suave que casi parecía un canturreo, pero Nicosar siguió inmóvil en su trono, impasible y silencioso.
—Os doy las gracias, Alteza —dijo Gurgeh—, pero preferiría que no hubiese ningún aplazamiento. Ahora ya casi estoy lo bastante bien para jugar, y aún faltan tres días para la fecha en que debe empezar la partida. Estoy seguro de que no será necesario retrasarla más.
Nicosar asintió lentamente.
—Estamos complacidos, pero esperamos que si Jernau Gurgeh desea cambiar de parecer en este asunto antes de que la partida deba empezar no dudará en informar de ello al Departamento Imperial, el cual no tendrá ningún inconveniente en retrasar la fecha de inicio de la última etapa de los juegos hasta que Jernau Gurgeh se encuentre en plena forma y considere que está en condiciones de jugar al Azad dando lo mejor de sí mismo.
—Vuelvo a daros las gracias, Alteza.
—Nos complace que Jernau Gurgeh no sufriera heridas graves y haya podido asistir a esta audiencia —dijo Nicosar.
Hizo una breve inclinación de cabeza a Gurgeh y se volvió hacia el cortesano, que estaba esperando impacientemente a un lado del trono.
Gurgeh se puso en pie, hizo una reverencia y fue alejándose del estrado sin dar la espalda a Nicosar.
—Sólo tenías que dar cuatro pasos hacia atrás antes de darle la espalda —dijo Flere-Imsaho—. Por lo demás, lo hiciste estupendamente.
Volvían a estar en las habitaciones de Gurgeh.
—Intentaré recordarlo la próxima vez —dijo Gurgeh.
—Bueno, por lo menos parece que no vas a tener problemas… Estuve fisgando un poco mientras mantenías tu pequeña charla con Nicosar. Los cortesanos suelen estar bastante bien informados, ¿sabes? Parece ser que encontraron a un ápice que intentaba escapar por el bosque después de haber abandonado el maser y los controles del exoesqueleto. Había tirado el arma que le dieron para que se defendiera, lo cual fue una suerte para él porque en realidad era una bomba, no un arma, y consiguieron capturarle con vida. Le sometieron a tortura, el ápice confesó e implicó a uno delos amigotes de Hamin, el cual intentó salvarse confesando; así que empezaron a ocuparse de Hamin y…
—¿Quieres decir que le torturaron?
—Sólo un poquito. Es viejo y tenían que mantenerle con vida para que se enfrentara al castigo que el Emperador decidiese para él, ¿comprendes? El ápice que se encargó de controlar el exoesqueleto y algunos implicados más han sido empalados, el tipo que intentó salvarse confesando está enjaulado en el bosque esperando la llegada de la Incandescencia y Hamin ha sido privado de las drogas antiagáticas que tomaba regularmente. Morirá dentro de cuarenta o cincuenta días.
Gurgeh meneó la cabeza.
—Hamin… Nunca tuve la impresión de que le diera tanto miedo.
—Bueno, no olvides que es muy mayor. A veces los viejos tienen ideas bastante raras.
—¿Crees que ya no corro peligro?
—Sí. El Emperador quiere que sigas con vida para poder aniquilarte en los tableros del Azad. Nadie se atreverá a hacerte daño. Puedes concentrarte en el juego. Y, de todas formas, yo cuidaré de ti.
Gurgeh contempló a la máquina que zumbaba suavemente con una cierta incredulidad.
No había detectado ni la más mínima huella de ironía en su voz.
32
Gurgeh y Nicosar empezaron a jugar la primera de las partidas menores tres días después. La etapa final de los juegos estaba envuelta en una atmósfera muy extraña. El Castillo Klaff había sido invadido por una curiosa sensación de anticlímax. Normalmente la última etapa de los juegos era la culminación de seis años de trabajos y preparativos que abarcaban a todo el Imperio; la apoteosis de todo lo que era y representaba el Azad. Esta vez la continuidad imperial ya había quedado decidida. Nicosar se había asegurado otro Gran Año de gobierno cuando venció a Vechesteder y Jhilno, pero en cuanto concernía al resto del Imperio aún tenía que jugar con Krowo para decidir quién se ceñiría la corona imperial. El que Gurgeh saliera vencedor no cambiaría las cosas, dejando aparte los daños que su victoria pudiese producir en el orgullo imperial. La corte y el Departamento tomarían buena nota de lo ocurrido y se asegurarían de no invitar a ningún otro alienígena decadente pero astuto y lleno de trucos para que tomara parte en los juegos sagrados.
Gurgeh sospechaba que muchas de las personas que seguían en la fortaleza habrían preferido abandonar Ecronedal y volver lo más deprisa posible a Eá, pero la ceremonia de la coronación y la confirmación religiosa eran dos actos de asistencia obligatoria y nadie saldría de Ecronedal hasta que el frente de llamas hubiera pasado y el Emperador hubiese surgido de entre las cenizas.
Probablemente los únicos que tenían ganas de empezar a jugar fuesen Gurgeh y Nicosar. Incluso los jugadores que asistirían a su enfrentamiento y los analistas habían perdido todo interés en el juego, lo cual era bastante lógico teniendo en cuenta que no podrían hablar sobre él, y se había llegado al extremo de prohibirles que lo comentaran entre ellos. Todas las partidas que Gurgeh había jugado después del momento en que se suponía quedó eliminado eran temas tabú. No existían. El Departamento de Juegos ya había empezado la ardua labor de inventar un enfrentamiento final entre Nicosar y Krowo que se utilizaría como versión oficial del final de los juegos. A juzgar por sus esfuerzos anteriores Gurgeh esperaba que el resultado sería plenamente convincente. Quizá le faltara la chispa indefinible del genio, pero serviría.
Ya no quedaba ningún cabo suelto por atar. El Imperio ya tenía nuevos mariscales estelares (aunque reemplazar a Yomonul exigiría llevar a cabo unas cuantas alteraciones en el escalafón), nuevos generales y almirantes, arzobispos, ministros y jueces. El rumbo del Imperio había sido fijado, y era considerablemente parecido al que habían marcado los últimos juegos. Nicosar seguiría con su política actual; las premisas de los ganadores indicaban muy poco descontento o ideas nuevas. Los cortesanos y funcionarios podían volver a respirar con tranquilidad sabiendo que nada cambiaría demasiado y que sus posiciones y carreras no corrían peligro. En vez de la tensión habitual que envolvía a la última etapa de los juegos la atmósfera era bastante más parecida a la que habría podido esperarse en un torneo de exhibición. Los únicos que se tomaban en serio las partidas futuras eran los dos contrincantes.