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Apartó los ojos de la pantallita para lanzar un rápido vistazo al toroide y recordó algo que le había tenido perplejo hacía ya unos cuantos años.

¿Cuál es la diferencia entre el hiperespacio y el ultraespacio? preguntó mirando a la unidad. La nave me habló del ultraespacio en una ocasión y nunca logré entender qué demonios era eso.

La unidad intentó explicárselo utilizando el holomodelo de la Realidad para ilustrar sus explicaciones. Éstas fueron un tanto excesivas y abstrusas, como siempre, pero Gurgeh logró hacerse una cierta idea de lo que era el ultraespacio.

Flere-Imsaho le dio la noche parloteando continuamente en marain sobre una interminable serie de temas aparentemente inconexos. Al principio Gurgeh pensó que el lenguaje era innecesariamente complicado, pero no tardó en descubrir que le gustaba oírlo e incluso hablarlo, aunque la vocecita estridente de la unidad resultaba bastante desagradable. Flere-Imsaho sólo se calló cuando Gurgeh se puso en comunicación con la nave para llevar a cabo su análisis de la partida. Hablar en marain no impidió que fuera tan negativo y deprimente como de costumbre.

Disfrutó de su mejor noche de sueño desde el día de la cacería y, sin que hubiera ninguna razón aparente para ello, despertó con la vaga sensación de que aún tenía una posibilidad de invertir el rumbo de la partida.

* * *

Gurgeh necesitó casi toda la mañana para comprender el objetivo que se había fijado Nicosar, y cuando lo hubo conseguido la desmesurada ambición de esa meta hizo que contuviera el aliento.

El Emperador no se conformaba con aniquilar a Gurgeh, sino que quería vencer a toda la Cultura. No había ninguna otra descripción posible de la forma en que usaba las piezas, el territorio y las cartas. Nicosar había modelado su juego para que reflejara el Imperio y la totalidad del Azad.

Y después llegó otra revelación cuyo impacto sobre Gurgeh fue casi tan grande como el de la primera, una interpretación quizá la mejor de la forma en que había jugado hasta entonces. Su estilo de juego representaba a la Cultura. Cuando construía sus posiciones y desplegaba sus piezas Gurgeh solía crear algo parecido a la sociedad en que había nacido. La red o parrilla de fuerzas y relaciones que materializaba no contenía jerarquías obvias o liderazgos implícitos, y al principio su comportamiento siempre era pacífico.

En todas las partidas que había jugado los ataques iniciales llegaban del otro bando. Gurgeh solía pensar en el período anterior a los enfrentamientos decisivos como una etapa de preparativos para la batalla, pero aquella mañana se dio cuenta de que si hubiera estado solo en el tablero habría hecho más o menos lo mismo. Se habría ido extendiendo lentamente por los distintos territorios, consolidando su posición de una forma tranquila y gradual que no le exigiera demasiados esfuerzos o sacrificios…, y, naturalmente, eso no había ocurrido jamás. Siempre era atacado, y cuando se veía obligado a luchar desarrollaba ese conflicto con la misma diligencia que antes había empleado para desarrollar la disposición y el potencial de las piezas no amenazadas y el territorio que nadie le disputaba.

Todos los jugadores a los que se había enfrentado hasta el momento intentaron adaptarse en sus propios términos a ese estilo sin precedentes sin ni tan siquiera darse cuenta de lo que estaban haciendo, y ninguno de ellos lo había conseguido. Nicosar no estaba intentando adaptarse. El Emperador estaba utilizando el sistema diametralmente opuesto, y había convertido el tablero en su Imperio, incluyendo con la máxima exactitud posible todos los detalles estructurales permitidos por los límites de la definición que imponía el juego.

Gurgeh estaba asombrado. La brusca comprensión de lo que había ocurrido fue encendiéndose en su interior como un amanecer que aumenta de intensidad hasta convertirse en nova, como un hilillo de datos cuyo caudal se va incrementando hasta convertirse en arroyo, río, marea y tsunami. Su siguiente tanda de movimientos fue casi automática. Eran movimientos de reacción, no partes bien meditadas de su estrategia por muy limitada e inadecuada a la situación actual que ésta hubiera demostrado ser. Tenía la boca seca y le temblaban las manos.

Naturalmente. Esto era lo que se le había estado escapando, ésta era la faceta oculta tan clara, evidente y colocada ante los ojos de todo el mundo que resultaba perfectamente invisible. Era tan obvia que no podía ser comprendida ni expresada con palabras. Era tan sencilla, tan elegante, tan pasmosamente ambiciosa y al mismo tiempo tan fundamentalmente práctica, y encajaba tan bien con lo que Nicosar creía era el núcleo y el alma del juego…

Si esto era lo que había planeado desde el comienzo de los juegos, no le extrañaba que tuviera tantas ganas de enfrentarse al hombre de la Cultura.

Incluso los detalles sobre la Cultura y su tamaño y poderío reales que sólo eran conocidos por Nicosar y un puñado de personas más en todo el Imperio estaban allí, incluidos y expuestos en el tablero pero, probablemente, indescifrables para quienes no participaban en el secreto. El estilo con que Nicosar había concebido su tablero-Imperio era el del objeto completo mostrado en su totalidad, y las hipótesis sobre las fuerzas de su adversario quedaban expresadas en términos de fracciones de algo más grande.

Y, aparte de eso, el Emperador trataba a sus piezas y a las de su oponente con una implacable falta de escrúpulos que Gurgeh pensó resultaba curiosamente parecida a una burlona provocación. Su manejo de las piezas era otra táctica concebida para ponerle nervioso. El Emperador enviaba piezas a su destrucción con una especie de salvajismo despreocupado allí donde Gurgeh se habría replegado o contenido intentando hacer preparativos y consolidar sus posiciones para mejorarlas después. Nicosar sembraba la destrucción y el caos allí donde Gurgeh habría aceptado el rendirse y la conversión.

Había ciertos aspectos en los que apenas existían diferencias ningún jugador de categoría era capaz de desperdiciar piezas o enviarlas a la muerte por el puro placer de ver cómo eran aniquiladas, pero la implicación de que la brutalidad podía ser un método de juego perfectamente lícito estaba allí, como si fuera un sabor, una pestilencia o una niebla silenciosa suspendida sobre el tablero.

Gurgeh comprendió que su reacción había sido justamente la que Nicosar esperaba ver. Había intentado salvar piezas, hacer movimientos razonables, meditados y conservadores y, en cierto sentido, incluso había intentado ignorar la forma en que Nicosar empujaba despiadadamente sus piezas al matadero mientras iba arrancando fragmentos del territorio de su oponente como si fueran otras tantas tiras de carne ensangrentada. Gurgeh había estado intentando desesperadamente no usar el estilo de juego del Emperador. Nicosar estaba jugando una partida tosca, dura, dictatorial y no demasiado elegante, y había supuesto que una parte del hombre de la Cultura no querría tomar parte en ella. El desarrollo de la partida había demostrado que estaba en lo cierto.