—¿Gurgeh? ¿Estás despierto? ¿Piensas explicarte de una vez o no?
—¿De qué estás hablando?
—De ti y del juego. ¿Qué está pasando? Ni tan siquiera la nave ha conseguido comprender lo que ocurría en ese tablero.
La unidad estaba flotando sobre su rostro, una masa marrón y gris que emitía un leve zumbido. Gurgeh se frotó los ojos y parpadeó. Había amanecido hacía poco y faltaban diez días para la llegada de las llamas. Tenía la sensación de haber despertado de un sueño mucho más vivido y real que la realidad.
Bostezó y se irguió en la cama.
—Así que según tú debería explicarme, ¿eh? ¿Crees que el dolor resulta doloroso? ¿Crees que una supernova es brillante?
Gurgeh se estiró y sonrió.
»Nicosar se lo está tomando de una forma impersonal —dijo.
Saltó de la cama, fue hacia la ventana y salió al balcón. Flere-Imsaho emitió un ruidito de desaprobación y se apresuró a taparle con un albornoz.
—Oye, si vas a seguir hablando en acertijos…
—¿Qué acertijos? —Gurgeh tragó una honda bocanada del fresco aire de la mañana mientras flexionaba los brazos y los hombros—. Unidad, ¿no te parece que este viejo castillo es realmente soberbio? —preguntó apoyándose en la barandilla de piedra y volviendo a tragar aire—. Esta gente sí sabe cómo construir castillos, ¿eh?
—Supongo que sí, pero Klaff no fue construido por el Imperio. Se lo arrebataron a otra especie humanoide que tenía la costumbre de celebrar una ceremonia similar a la que celebra el Imperio cuando corona a su Emperador. Pero no intentes cambiar de tema. Te he hecho una pregunta. ¿En qué consiste ese estilo de juego? Durante los últimos días te has mostrado muy vago al respecto y te has comportado de una forma bastante extraña. Me di cuenta de que te estabas concentrando al máximo y decidí dejarte en paz, pero tanto a mí como a la nave nos gustaría mucho saber qué está ocurriendo.
—Nicosar ha adoptado el papel del Imperio, y eso condiciona su estilo de juego. No me ha quedado otra elección que convertirme en la Cultura, y por eso estoy jugando como lo hago. Es así de sencillo.
—No lo parece.
—Pero lo es. Piensa en ello como si fuese una especie de violación mutua y lo entenderás mejor.
—Jernau Gurgeh, creo que deberías expresarte con más claridad.
—Estoy… —empezó a decir Gurgeh, se calló e intentó calmarse un poco. La exasperación que sentía hizo que su frente se llenara de arrugas—. ¡No puedo expresarme más claramente, idiota! Y ahora, ¡por qué no haces algo útil y pides el desayuno!
—Sí, amo —dijo Flere-Imsaho con voz malhumorada.
La unidad desapareció dentro de la habitación. Gurgeh alzó los ojos y contempló el vacío azul del tablero celeste. Su mente ya estaba empezando a hacer planes para la partida en el Tablero del Cambio.
Durante los días que separaron la segunda partida de la tercera y última Flere-Imsaho no dejó de observar al hombre y fue viendo como su comportamiento se volvía cada vez más distraído y ausente. Apenas parecía oír nada de cuanto se le decía, y había que recordarle que necesitaba comer y dormir. En dos ocasiones le encontró sentado con los ojos clavados en la nada y el rostro contorsionado por una mueca de dolor, y la causa del dolor… Bueno, parecía increíble. La unidad llevó a cabo un examen a distancia mediante ultrasonidos y descubrió que la vejiga del hombre estaba tan llena que le faltaba poco para reventar. ¡Necesitaba que le recordaran que debía orinar! El hombre pasaba todas las horas del día con los ojos clavados en el vacío o estudiando febrilmente viejas partidas, y aunque cuando despertaba de sus cada vez más largos períodos de sueño permitía que su organismo estuviera libre de drogas durante unos minutos, las glándulas no tardaban en activarse… y, aparentemente, no dejaban de funcionar. La unidad utilizó su Efector para captar las ondas cerebrales del hombre y descubrió que el sueño no era tal, sino una especie de ensueño lúcido y controlado. Estaba claro que sus glándulas productoras de drogas funcionaban a toda marcha prácticamente las veinticuatro horas del día, y las señales del uso intensivo de las drogas no tardaron en ser más visibles en el cuerpo de Gurgeh que en el de su oponente, cosa que nunca había ocurrido antes.
¿Cómo podía jugar en un estado semejante? Si hubiera tenido la autoridad suficiente para tomar esa decisión Flere-Imsaho le habría impedido seguir jugando. Pero la unidad había recibido sus órdenes, y debía cumplirlas. Tenía un papel que interpretar, lo había interpretado y ahora lo único que podía hacer era esperar y ver qué ocurría.
33
El público que asistió al comienzo de la partida en el Tablero del Origen era bastante más numeroso que el que había presenciado las dos partidas anteriores. Los otros jugadores seguían intentando comprender qué estaba ocurriendo en aquella partida tan complicada como indescifrable, y querían ver lo que sucedería en el último tablero. El Emperador tenía una ventaja considerable, pero todo el mundo sabía que ése era el tablero donde el alienígena había jugado mejor.
Gurgeh volvió a sumergirse en el juego como si fuese un anfibio que se lanza a sus aguas favoritas. Durante los primeros movimientos se conformó con saborear la deliciosa sensación de volver a estar en su elemento preferido y la pura alegría del enfrentamiento, deleitándose con el mero acto de poner a prueba sus capacidades y recursos y la maravillosa tensión de preparar las piezas y las zonas. Después concentró toda su atención en algo mucho más serio: la caza y la construcción, la creación, el establecer conexiones, el destruir y el desgarrar… la búsqueda y la destrucción del enemigo.
El tablero volvió a albergar la totalidad de la Cultura y el Imperio. El decorado fue una creación conjunta; un soberbio y letal campo de batalla esculpido con los materiales proporcionados por las creencias de Nicosar y Gurgeh. El tablero era una obra de arte insuperablemente delicada y hermosa, la más perfecta encarnación imaginable de la vida y el espíritu de un depredador. Era una imagen surgida de sus mentes; un holograma hecho de pura coherencia que ardía como una ola de fuego inmovilizada sobre el tablero, un mapa impecable de los paisajes del pensamiento y la fe que había dentro de sus cabezas.
Gurgeh dio comienzo al lento movimiento que traería la derrota y la victoria unidas sin ni tan siquiera darse cuenta de lo que hacía. Los tableros del Azad jamás habían visto nada tan sutil, complejo y hermoso. Gurgeh creía que así era. No tardó en estar seguro de ello, y supo que acabaría convirtiendo aquel movimiento en una verdad irrefutable.
Y la partida siguió.
Descansos, días, noches, conversaciones, comidas… Todo aquello aparecía y se esfumaba en otra dimensión, todo era un objeto de un solo color, una imagen plana y granulosa. Gurgeh estaba en otro lugar. Otra dimensión, otra imagen… Su cráneo era un espacio vacío que albergaba otro tablero, y su yo exterior había quedado reducido a una pieza más que debía ser desplazada de un lugar a otro.
No hablaba con Nicosar, pero los dos conversaban y llevaban a cabo el intercambio de emociones y sentimientos de la textura más delicada imaginable a través de aquellas piezas que movían y que les movían a ellos. Era como una canción, una danza o un poema perfecto. El salón estaba abarrotado cada día y los espectadores contemplaban fascinados aquella creación fabulosamente compleja e incomprensible que iba tomando forma ante ellos. Todos intentaban leer aquel poema, ver lo que se ocultaba en las profundidades de aquella imagen en continuo movimiento, escuchar las notas de la sinfonía, acariciar la escultura viviente… y, gracias a ello, comprenderla.