—Normalmente sí, pero conozco a varias de sus Mentes. Aún tengo algunas conexiones… Creo que puedo confiar en ellas.
—Yo no estoy tan segura —dijo Yay—. Todos nos estamos tomando este asunto terriblemente en serio. Ya se le pasará. Tiene amigos. Mientras siga rodeado de gente… Bueno, no creo que vaya a ocurrirle nada demasiado grave.
—Hmmm —dijo la unidad. El vehículo se detuvo junto a uno de los tubos que llevaban al pueblo donde vivía Chamlis Amalk-Ney—. ¿Te veremos en Tronze? —preguntó volviéndose hacia Yay.
—No, tengo que asistir a una reunión de paisajes esa tarde —dijo Yay—. Y aparte de eso está un chico al que conocí el otro día durante la sesión de tiro… Me las he arreglado para tropezarme casualmente con él esa noche.
Sonrió.
—Comprendo —dijo Chamlis—. Has vuelto a tus viejas costumbres depredadoras, ¿eh? Bueno, espero que disfrutes de tu encuentro casual.
—Lo intentaré.
Yay dejó escapar una carcajada. Se dieron las buenas noches y Chamlis salió por la compuerta del vehículo —el chorro de claridad que llegaba desde abajo hizo que su vieja estructura llena de señales y arañazos brillara durante una fracción de segundo—, y empezó a subir por el tubo sin esperar un ascensor. Aquella muestra de precocidad geriátrica hizo que Yay sonriera y meneara la cabeza. El vehículo volvió a ponerse en marcha y se alejó.
Ren seguía durmiendo medio cubierta por la sábana. Sus negros cabellos se esparcían sobre la almohada. Gurgeh estaba sentado detrás del escritorio que había junto a los ventanales de la terraza contemplando la noche. Había dejado de llover. Las nubes se fueron disipando y la luz de las estrellas y las cuatro Placas del extremo más alejado del Orbital Chiark —las Placas se encontraban a tres millones de kilómetros de distancia y sus partes internas quedaban iluminadas por la claridad diurna— proyectó un resplandor plateado sobre las hilachas de nubes que pasaban velozmente y llenaban de fugaces chispazos las oscuras aguas del fiordo.
Gurgeh se volvió hacia la terminal del escritorio, presionó el margen calibrado unas cuantas veces hasta encontrar las publicaciones que buscaba y estuvo leyendo un rato. Artículos sobre teoría de los juegos publicados por otros jugadores de primera categoría, críticas de algunas partidas suyas, análisis de nuevos juegos y jugadores que prometían…
Después abrió los ventanales y salió a la balconada circular. El fresco aire de la noche acarició su desnudez y Gurgeh sintió un escalofrío. Había cogido su terminal de bolsillo para dictar un nuevo artículo sobre juegos muy antiguos y desafió al frío durante un rato hablando en voz baja con las oscuras siluetas de los árboles y el silencioso fiordo como único público.
Cuando volvió a entrar Ren Myglan seguía durmiendo, pero su respiración se había vuelto más rápida y un poco irregular. Gurgeh sintió curiosidad y fue hacia ella. Se puso en cuclillas junto a la cama y clavó los ojos en su rostro viendo como sus rasgos temblaban y se contorsionaban durante el sueño. El aliento brotaba de su garganta y bajaba por su delicada nariz, y tenía las fosas nasales un poco dilatadas.
Gurgeh permaneció en aquella posición varios minutos. Su rostro había adoptado una expresión bastante extraña, una mueca a medio camino entre el sarcasmo y la sonrisa melancólica. Estaba preguntándose qué clase de pesadillas podían hacer que la joven se moviera con tanta violencia, y el que no hubiese forma de saber qué provocaba esos jadeos y gemidos casi inaudibles hizo que se sintiera invadido por una vaga frustración que casi rozaba la pena.
4
Los dos días siguientes fueron relativamente tranquilos. Gurgeh pasó la mayor parte del tiempo leyendo artículos publicados por otros jugadores y teóricos, y terminó el artículo que había empezado a dictar la noche que Ren Myglan pasó en su casa. Ren se marchó la mañana siguiente a mitad del desayuno después de que tuvieran una pelea. Gurgeh tenía la costumbre de trabajar durante el desayuno y Ren quería hablar. Gurgeh albergaba la sospecha de que estaba irritada porque no había dormido demasiado bien.
Tenía mucha correspondencia atrasada por revisar o contestar. La mayor parte eran peticiones. Le pedían que visitara otros mundos, que tomara parte en torneos de gran importancia, que escribiera artículos, que redactara algún comentario sobre un nuevo juego, que se convirtiera en profesor / conferenciante / catedrático en varias instituciones educativas, que aceptara la invitación de viajar a bordo de varios VGS, que se comprometiera a ser el tutor de tal o cual niño prodigio… La lista era muy larga.
Gurgeh rechazó todas las peticiones y, como siempre, el hacerlo le resultó bastante agradable.
También había un comunicado de una UGC que afirmaba haber descubierto un mundo en el que existía un juego basado en la topografía de los copos de nieve, razón por la que el juego nunca se desarrollaba dos veces en el mismo tablero. Gurgeh nunca había oído hablar de un juego semejante y no logró encontrar mención alguna de él en los archivos constantemente actualizados que Contacto se encargaba de compilar para las personas como él. Sospechaba que el juego no existía —las UGC eran conocidas por su afición a las travesuras y las bromas pesadas—, pero envió una réplica muy educada (y también un tanto irónica) porque la tomadura de pelo, si es que se trataba de eso, le había parecido bastante ingeniosa.
Vio una competición de vuelo planeado sobre las montañas y acantilados que había al otro extremo del fiordo.
Conectó la holopantalla de la casa y vio un programa de entretenimiento bastante reciente sobre el que había oído hablar a varias personas. El programa giraba en torno a un planeta cuyos habitantes eran glaciares conscientes y los icebergs eran sus niños. Gurgeh había supuesto que lo encontraría ridículo, pero se sorprendió al ver que le divertía. Inventó los rudimentos de un juego con los glaciares como piezas basado en la clase de minerales que podían extraerse de las rocas, las montañas que se destruirían, las presas que obstruirían el curso de los ríos, los paisajes que se crearían y los estuarios que quedarían bloqueados si los glaciares fuesen capaces de licuarse y volver a congelar partes de sí mismos a voluntad, tal y como ocurría en el programa. El juego era bastante divertido, pero no tenía nada de original y una o dos horas después Gurgeh decidió olvidarse de él.
Pasó gran parte del día siguiente nadando en la piscina del sótano de Ikroh, aprovechando los ratos en que practicaba la braza de espaldas para dictar. Su terminal de bolsillo le seguía por la piscina flotando a unos centímetros de su cabeza.
A finales de la tarde una mujer y su hija salieron del bosque y decidieron hacer una parada en Ikroh. Ninguna de las dos parecía haber oído hablar de él. La casualidad había hecho que pasaran por allí y decidieran descansar un rato. Gurgeh las invitó a tomar una copa y les preparó un almuerzo algo tardío. Las mujeres dejaron sus jadeantes monturas a la sombra junto a la casa y los robots se encargaron de darles agua. Gurgeh habló con la madre aconsejándole sobre cuál era la ruta más espectacular que podían seguir cuando ella y su hija reemprendieran la marcha y regaló a la niña una pieza de un juego Bátaos llena de tallas y adornos que no había dejado de admirar desde que la vio.