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Se dio cuenta de que también había bajado el tono de voz, y descubrió que no podía mirar al Emperador a la cara.

Bien, ya veremos dijo el Emperador. ¿Quién sabe? Puede que mañana te dé una sorpresa.

Gurgeh se sobresaltó. La oscuridad le impedía ver la expresión de aquel rostro parecido a una mancha blanca que flotaba ante él, pero… ¿Estaría hablando en serio? El ápice tenía que haberse dado cuenta de que su posición era desesperada, ¿no? ¿Habría visto algo que se le había pasado por alto a Gurgeh? Gurgeh empezó a preocuparse. Quizá había estado demasiado seguro de sí mismo. Nadie más se había dado cuenta de que el final de la partida estaba muy próximo, ni tan siquiera la nave. ¿Y si se había equivocado? Sintió un deseo repentino y casi incontrolable de volver a ver el tablero, pero incluso la imagen imperfecta que seguía teniendo grabada en la mente era lo bastante precisa para mostrarle la situación de sus fortunas respectivas. La derrota de Nicosar aún estaba implícita, pero era inevitable. Gurgeh estaba seguro de que el Emperador no podría hacer nada para impedirlo. La partida había terminado. Tenía que haber terminado…

Gurgeh, quiero que respondas a una pregunta dijo Nicosar. El círculo blanco volvió a contemplarle. ¿Cuánto tiempo estuviste aprendiendo el juego?

Dijimos la verdad. Dos años. De una forma intensiva, pero…

No me mientas, Gurgeh. Mentir ahora ya no tiene objeto.

Nicosar, yo nunca… Nunca te mentiría.

El rostro-luna se movió lentamente de un lado a otro.

Como quieras. El Emperador guardó silencio durante unos momentos. Debes estar muy orgulloso de tu Cultura.

Pronunció la última palabra en un tono de repugnancia que Gurgeh quizá hubiera encontrado cómico si no fuera tan obviamente sincero.

¿Orgulloso? replicó. No lo sé. No la he creado. Da la casualidad de que nací en ella. Yo…

Vamos, Gurgeh… No te tomes las cosas tan al pie de la letra. Me refería al orgullo que se siente cuando formas parte de algo. El orgullo de representar a tu gente… ¿Vas a decirme que no sientes ese orgullo?

Yo… Un poco, quizá. Sí… Pero no he venido aquí como campeón de la Cultura, Nicosar. No represento nada ni nadie salvo a mí mismo. He venido a tomar parte en el juego, nada más.

Nada más… repitió Nicosar en un tono de voz tan bajo que Gurgeh apenas si pudo oírle. Bueno, supongo que debemos reconocer que has hecho un papel magnífico, ¿no?

Gurgeh deseó poder ver el rostro del ápice. ¿Le había temblado la voz? ¿Había estado a punto de quebrarse?

Gracias. Pero sólo me corresponde la mitad del mérito…, no, menos de la mitad, porque…

¡No quiero oír tus elogios!

Nicosar alzó velozmente una mano y golpeó a Gurgeh en la boca. Los gruesos anillos le desgarraron la mejilla y los labios.

Gurgeh estuvo a punto de caer hacia atrás. El golpe había sido tan potente e inesperado que le había dejado aturdido. Nicosar se levantó de un salto, fue hacia el parapeto y puso sus manos sobre las piedras. Sus dedos estaban tan tensos que parecían garras. Gurgeh alzó el brazo y sintió el calor de la sangre deslizándose por su rostro. Le temblaba la mano.

Me das asco, Morat Gurgeh dijo Nicosar como si hablara con el resplandor rojo del oeste. Tu ciega e insípida moralidad ni tan siquiera puede explicar el éxito que has obtenido, y tratas este juego-batalla como si fuese una danza estúpida. El juego es algo con lo que se debe luchar y a lo que se debe resistir, y tú has intentado seducirlo. Lo has pervertido. Has sustituido nuestro testimonio sagrado por tu asquerosa pornografía… has mancillado el juego… tú… sucio macho alienígena.

Gurgeh se pasó la mano por los labios ensangrentados. Estaba mareado y le daba vueltas la cabeza.

Quizá… quizá sea así como lo ves, Nicosar. Tragó saliva y algo de sangre espesa y salada con ella. No creo que estés siendo justo con…

¿Justo? gritó el Emperador. Dio unos pasos hacia Gurgeh y se interpuso entre él y el resplandor del incendio lejano. ¿Hay alguna razón por la que las cosas deban ser justas? ¿Crees que la vida es justa? Se inclinó sobre el banco de piedra, agarró a Gurgeh por el pelo y le sacudió la cabeza violentamente de un lado a otro. ¿Lo es? ¿Lo es?

Gurgeh dejó que el ápice le sacudiera sin oponer resistencia. El Emperador le soltó el pelo pasados unos momentos y extendió la mano delante de él como si acabara de tocar algo sucio y repugnante. Gurgeh se aclaró la garganta.

No, la vida no es justa. No es intrínsecamente justa.

El ápice giró sobre sí mismo y volvió a poner las manos sobre la curva de piedra del parapeto.

»Pero intentamos que lo sea siguió diciendo Gurgeh. Es un objetivo hacia el que podemos intentar dirigirnos. Puedes escoger entre ir hacia él o alejarte. Nosotros hemos escogido ir hacia él. Siento que eso haga que nos encuentres repulsivos.

«Repulsiva» apenas si es la palabra adecuada para describir lo que pienso de tu preciosa Cultura, Gurgeh. No estoy muy seguro de poseer las palabras que necesitaría para explicarte lo que pienso de tu… Cultura. No conocéis la gloria y el orgullo, no sabéis lo que es adorar algo que está muy por encima de vosotros. Oh, sí, tenéis mucho poder. Lo sé. Lo he visto, y sé lo que podéis hacer…, pero seguís siendo impotentes y siempre lo seréis. Las criaturas apacibles y patéticas, los que se asustan y se encogen sobre sí mismos… Sólo pueden durar un tiempo, y no importa lo terribles e impresionantes que sean las máquinas dentro de las que se ocultan. Al final acabaréis cayendo, y vuestra hermosa y reluciente maquinaria no podrá salvaros de ese destino. Los fuertes sobreviven. Eso es lo que nos enseña la vida, Gurgeh…, eso es lo que nos demuestra el juego. La lucha por la superviviencia, el combate para demostrar lo que vales… No son frases huecas. ¡Son la verdad!

Gurgeh vio como las pálidas manos del ápice se tensaban sobre la oscura superficie del parapeto. ¿Qué podía decirle? ¿Iban a discutir de metafísica aquí y ahora usando la herramienta imperfecta del lenguaje cuando habían pasado los últimos diez días diseñando la imagen más perfecta de sus filosofías y de su eterno conflicto que eran capaces de expresar fuera cual fuese la forma que utilizaran?

Y, de todas formas… ¿Qué argumentos podía emplear? ¿Que la inteligencia podía sobrepasar a la fuerza ciega de la evolución con su énfasis puesto en la mutación, el combate y la muerte, y que era capaz de llegar mucho más allá que ella? ¿Que la cooperación consciente siempre había sido y sería más eficiente que la competición entre fieras? ¿Que si fuese utilizado para articular, comunicar y definir el Azad podría llegar a ser mucho más que una mera batalla? Ya había hecho y dicho todo eso, y lo había expresado mejor de lo que podía expresarlo ahora con simples palabras.