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El castillo parecía tan maltrecho como si hubiese soportado un asedio muy prolongado. Unas cuantas torres se habían derrumbado y muchos apartamentos, edificios de oficinas y salones habían perdido el techo. Las ventanas calcinadas por las llamas sólo mostraban el vacío que había detrás de ellas. Gruesas columnas de humo brotaban perezosamente de las ruinas enroscándose sobre sí mismas como palos de bandera diseñados por un artista amante de las extravagancias hasta llegar a las cimas de las torres y baluartes que seguían en pie, donde el viento las atrapaba para convertirlas en banderas y estandartes.

Gurgeh caminó sobre la blanda nevada de hollín negro hasta llegar a los ventanales del salón. Sus pies no hacían ningún ruido. Los copos de hollín le hicieron estornudar, y le escocían los ojos. Entró en el salón.

Las piedras aún no se habían desprendido del calor de las llamas. El salón era como un gigantesco horno sumido en las tinieblas. Los restos deformados del tablero yacían entre las vigas y los cascotes. Su arco iris de colores había quedado reducido al gris y el negro, y los levantamientos y ondulaciones creados por las llamas habían despojado de todo sentido a la topografía cuidadosamente equilibrada de zonas altas y llanuras.

Los fragmentos de vigas y los agujeros en el suelo y las paredes indicaban el lugar donde habían estado las galerías de observación. El equipo electrónico de vigilancia y contramedidas que se había desprendido del techo era una masa de metal semiderretido que ocupaba todo el centro del tablero y hacía pensar en una torpe imitación de montaña cubierta de ampollas y burbujitas reventadas.

Gurgeh se volvió hacia la ventana junto a la que había estado Nicosar y cruzó la crujiente superficie del tablero. Se inclinó y las punzadas de dolor que atravesaron sus rodillas le hicieron lanzar un gruñido ahogado. Extendió la mano hacia el punto en que un remolino de la tempestad de fuego había acumulado un montoncito cónico de polvo junto al ángulo formado por la pared y una nervadura del techo. El montoncito de polvo casi rozaba el tablero, y cerca había una masa de metal ennegrecido en forma de L que podría haber sido cuanto quedaba de un láser.

La ceniza gris blanquecina estaba caliente y era muy suave al tacto. Gurgeh deslizó los dedos entre ella y encontró un trocito de metal en forma de C. El anillo a medio derretir aún conservaba los soportes que habían sostenido la joya, pero la piedra había desaparecido. El soporte parecía un cráter irregular pegado al metal. Gurgeh contempló el anillo en silencio durante unos momentos, sopló sobre él para quitarle la ceniza y lo hizo girar unas cuantas veces entre sus dedos. Después volvió a dejarlo sobre el montoncito de polvo. Se quedó inmóvil como si no supiera qué hacer y acabó metiendo la mano en el bolsillo de su chaqueta. Sacó el brazalete Orbital y lo colocó sobre el pequeño cono de polvo gris. Después se quitó los dos anillos detectores de venenos y los colocó junto al brazalete. Recogió un puñado de cenizas calientes con la palma de la mano y lo contempló en silencio.

Buenos días, Jernau Gurgeh.

Gurgeh giró sobre sí mismo, se puso en pie y metió la mano en el bolsillo de su chaqueta tan deprisa como si le hubieran sorprendido haciendo algo vergonzoso. El diminuto cuerpo blanco de Flere-Imsaho entró flotando por la ventana. La pequeñez de sus dimensiones, su limpieza y la exactitud de sus líneas resultaban extrañamente incongruentes en aquel reino de metales fundidos y madera calcinada. Un objeto gris que tendría el tamaño del dedo de un bebé salió despedido del suelo cerca de los pies de Gurgeh y flotó hacia la unidad. Gurgeh vio abrirse una escotilla en el inmaculado cuerpo de Flere-Imsaho y el mini proyectil desapareció dentro de ella. Una parte del cuerpo de la máquina giró suavemente sobre sí misma y se detuvo.

Hola dijo Gurgeh, y fue hacia la unidad. Sus ojos recorrieron lentamente las ruinas del salón y acabaron posándose en Flere-Imsaho. Bien… Espero que tendrás la amabilidad de contarme lo que ha ocurrido.

Siéntate, Gurgeh. Te lo contaré.

Gurgeh se sentó sobre un bloque de piedra que se había desprendido de la parte superior de una ventana. Alzó los ojos hacia el hueco que había dejado y lo contempló durante unos momentos con una expresión algo dubitativa.

No te preocupes dijo Flere-Imsaho. He comprobado el techo y puedo garantizarte que no corres ningún peligro.

Gurgeh puso las manos sobre las rodillas.

¿Y bien? preguntó.

Empecemos por el principio dijo la unidad. Deja que me presente. Me llamo Sprant Flere-Imsaho Wu-Handrahen Xato Trabiti, y jamás he trabajado como bibliotecario.

Gurgeh asintió. Había reconocido parte de la nomenclatura que tanto había impresionado al Cubo de Chiark hacía ya mucho tiempo. No dijo nada.

»Si hubiese sido una máquina bibliotecaria ahora estarías muerto. Aun suponiendo que Nicosar no te hubiese matado… Bueno, habrías muerto incinerado unos minutos después.

Oh, te aseguro que soy consciente de que te debo la vida dijo Gurgeh. Gracias. Su voz sonaba átona y cansada, y a juzgar por su tono no parecía especialmente agradecido. Pensé que habían acabado contigo. Creía que estabas muerto.

Faltó muy poco dijo la unidad. Esa exhibición de fuegos artificiales era real. Nicosar debió conseguir acceso a algún equivalente de nuestros efectores, lo cual quiere decir que el Imperio ha tenido alguna clase de contacto con otra civilización avanzada. He examinado lo que queda del equipo y podría haber sido fabricado por los homonda. La nave se llevará los restos para analizarlos con más calma.

¿Dónde se encuentra la nave? Creía que estaríamos dentro de ella, no que seguiríamos aquí abajo.

Llegó a toda velocidad media hora después de que las llamas alcanzasen el castillo. Podría habernos recuperado a los dos, pero supongo que debió pensar que estaríamos más seguros aquí. Aislarte del fuego no fue ningún problema y mantenerte inconsciente con mi efector también resultó bastante sencillo. La nave nos envió un par de unidades, siguió moviéndose a toda velocidad, frenó y giró sobre sí misma. Viene hacia aquí y llegará dentro de unos cinco minutos. Regresaremos dentro del módulo. Ya te dije que esa clase de desplazamientos pueden resultar algo arriesgados.

Gurgeh dejó escapar el aire por la nariz. El sonido resultante fue curiosamente parecido a una risa ahogada. Sus ojos volvieron a recorrer las ruinas del salón.

Sigo esperando dijo por fin volviéndose hacia la máquina.

Los guardias imperiales obedecieron las órdenes que les había dado Nicosar y se volvieron locos. Volaron el acueducto, las cisternas y los refugios y mataron a todo el que se les puso por delante. También intentaron apoderarse del Invencible. La tripulación se resistió, hubo un tiroteo y la nave acabó cayendo en algún lugar del océano norte. Fue una zambullida de lo más espectacular. El tsunami resultante barrió una buena cantidad de arbustos cenicientos en plena madurez, pero supongo que el fuego sabrá arreglárselas sin ellos. La noche anterior no hubo ningún intento de matar a Nicosar. Fue un truco para que todo el castillo y el juego quedaran bajo el control de unas fuerzas que cumplirían ciegamente cualquier orden que les diese el Emperador.