Atravesaron la Nube Menor y se encontraron con el VGS clase Cordillera Al cuerno la sutileza que volvía a la galaxia principal. El viaje de vuelta había sido un poco más largo que el de ida, pero no había ninguna prisa. La nave se separó del VGS cerca de las primeras estrellas de un miembro de la galaxia y fue abriéndose paso por él dejando atrás estrellas, campos de polvo y nebulosas hasta llegar allí donde el hidrógeno emigraba y se formaban los soles y al dominio de espacio irreal de las naves donde los Agujeros eran columnas de energía, pasando de la textura del universo a la Rejilla.
Fue despertando al hombre poco a poco cuando faltaban dos días para llegar a casa.
Gurgeh siguió observando las paredes, y no se distrajo con ningún juego. No quiso ver las noticias para irse poniendo al día y ni tan siquiera prestó atención a su correspondencia. A petición suya, la nave no avisó de su regreso a ninguna de sus amistades y se limitó a enviar una breve transmisión al Cubo de Chiark solicitando el permiso de entrada.
La nave descendió unos cuantos centenares de metros y fue siguiendo la línea del fiordo, deslizándose silenciosamente entre las montañas cubiertas de nieve. El liso metal de su casco reflejó un poco de luz grisazulada mientras flotaba sobre la tranquila negrura de las aguas. Unas cuantas personas la vieron pasar sin hacer ningún ruido desde yates o casas cercanas, y observaron como maniobraba delicadamente su masa entre orilla y orilla moviéndose entre las aguas y los retazos de nubes.
Ikroh estaba a oscuras, atrapada en la sombra que los trescientos cincuenta metros de nave silenciosa suspendidos sobre la casa proyectaban al obstruir la luz de las estrellas.
Los ojos de Gurgeh recorrieron por última vez el camarote en el que había estado durmiendo —bastante mal— durante las dos últimas noches del trayecto. Salió de él y fue lentamente por el pasillo hasta la protuberancia del módulo. Flere-Imsaho le siguió transportando una pequeña bolsa de viaje pensando cómo le gustaría que decidiera quitarse de una vez aquella horrible chaqueta.
Le acompañó hasta el módulo y bajó con él. La extensión de césped que había delante de la casa sumida en las tinieblas era una mancha blanca en la que no se veía ni la más mínima señal. El módulo fue bajando hasta inmovilizarse a un centímetro de ella y abrió las puertas traseras.
Gurgeh salió del módulo y pisó la hierba. La atmósfera era más bien fría y olía a vegetación; su perfumada limpidez casi resultaba tangible. Sus pies se movieron sobre la nieve haciéndola crujir suavemente. Se volvió hacia el interior iluminado del módulo. Flere-Imsaho le dio su bolsa de viaje y el hombre clavó los ojos en la máquina.
—Adiós —dijo.
—Adiós, Jernau Gurgeh. No creo que volvamos a vernos.
—No, supongo que no volveremos a vernos.
Las puertas empezaron a cerrarse. Gurgeh retrocedió un poco y el módulo fue subiendo muy despacio. Retrocedió rápidamente un par de pasos hasta que apenas pudo ver a la unidad por encima de los bordes de las puertas que estaban a punto de cerrarse.
—Una última cosa —gritó—. Cuando Nicosar disparó esa arma y el rayo rebotó en el campo espejo y le dio en la frente… ¿Fue una coincidencia o lo hiciste a propósito?
Creyó que la unidad no iba a contestar, pero oyó su voz un segundo antes de que las puertas acabaran de cerrarse y la cuña de luz que brotaba por el hueco desapareciera con el módulo.
—No voy a decírtelo.
Gurgeh se quedó inmóvil y vio como el módulo volvía a la nave. El módulo desapareció dentro de la protuberancia, ésta se cerró y la Factor limitativo se convirtió en una masa negra. Gurgeh pensó que su casco parecía una sombra perfecta más oscura que la noche. Una hilera de luces intermitentes apareció sobre la negrura y los parpadeos formaron la palabra «Adiós» en marain. La nave se puso en movimiento y se alejó hacia el cielo sin hacer ningún ruido.
Gurgeh la observó hasta que las luces se convirtieron en un grupito de estrellas que se movían velozmente alejándose por un cielo repleto de nubes fantasmales y bajó la mirada hacia la nieve que brillaba con un débil resplandor entre gris y azulado. Cuando volvió a alzar los ojos la nave ya había desaparecido.
Permaneció en aquella posición durante unos minutos, como si esperara algo. Acabó girando sobre sí mismo y cruzó el césped cubierto de nieve yendo hacia la casa.
El interior de la casa estaba caliente y Gurgeh tembló violentamente dentro del aura de frío de sus ropas durante unos segundos. Las luces se encendieron de repente.
—¡Bu!
Yay Meristinoux emergió de detrás del sofá junto al fuego que había escogido como escondite.
Chamlis Amalk-Ney cruzó el umbral de la cocina con una bandeja.
—Hola, Jernau. Espero que no te importe…
El pálido y tenso rostro de Gurgeh se fue relajando poco a poco. Sonrió. Dejó la bolsa de viaje en el suelo y les miró. Yay saltó por encima del sofá sonriendo y Chamlis puso la bandeja sobre la mesa que había delante del fuego. Los campos de la vieja unidad brillaban con un resplandor rojo y naranja. Yay se lanzó sobre él, le rodeó con los brazos y le apretó con mucha fuerza sin dejar de reír. Después retrocedió un poco.
—¡Gurgeh!
—Yay… Hola —dijo, y le devolvió el abrazo.
—¿Cómo estás? —preguntó Yay volviendo a abrazarle—. ¿Te encuentras bien? Le hicimos la vida imposible al Cubo hasta que nos dijo cuando ibas a volver, pero te has pasado todo el viaje durmiendo, ¿no? Ni tan siquiera leíste mis cartas.
Gurgeh apartó la mirada.
—No. Las recibí, pero no he… —Meneó la cabeza y bajó los ojos—. Lo siento.
—No te preocupes.
Yay le dio una palmadita en el hombro y le llevó hacia el sofá sin dejar de rodearle la cintura con un brazo. Gurgeh se sentó y les miró. Chamlis extendió un campo e hizo un agujero en la capa de aserrín húmedo que había esparcida sobre los troncos liberando las llamas que se encontraban debajo. Yay extendió los brazos enseñándole su falda corta y su chaquetilla.
—He cambiado mucho, ¿no?
Gurgeh asintió. Yay tenía un aspecto tan atractivo como siempre, incluso en su estado de andrógina actual.
»Acabo de empezar el proceso —dijo—. Unos cuantos meses más y volveré al punto de partida. Ah, Gurgeh, tendrías que haberme visto cuando era un hombre… ¡Estaba irresistible!
—Estaba insoportable —dijo Chamlis.
La unidad sirvió un poco de ponche del recipiente que había traído en la bandeja. Yay se dejó caer sobre el sofá junto a Gurgeh, volvió a abrazarle y emitió un gruñido gutural. Chamlis les entregó dos cuencos de los que brotaban hilillos de humo.
Gurgeh se apresuró a aceptar el suyo y tomó un sorbo.
—No esperaba verte —dijo volviéndose hacia Yay—. Creía que te habías ido.