—Sí, estuve fuera una temporada. —Yay asintió y se llevó el cuenco a los labios—. Volví el verano pasado. Chiark está preparando otro par de Placas. Presenté algunos planos… y ahora soy coordinadora de la segunda Placa.
—Te felicito. ¿Alguna isla flotante?
Yay puso cara de no entenderle y acabó ahogando una carcajada en su cuenco.
—No, Gurgeh… Nada de islas flotantes.
—Pero habrá montones de volcanes —dijo Chamlis.
Lanzó un bufido y sus campos aspiraron un hilillo de ponche de un recipiente que tendría el tamaño de un dedal.
—Puede que decida incluir uno pequeñito —admitió Yay. Llevaba el cabello más largo que cuando Gurgeh la vio por última vez, pero seguía teniéndolo igual de rizado. Yay le golpeó suavemente en el hombro—. Estoy muy contenta de que hayas vuelto, Gurgeh.
Gurgeh le apretó la mano y se volvió hacia Chamlis.
—Yo también me alegro de haber vuelto —dijo.
Se quedó callado y clavó los ojos en los troncos que ardían dentro de la chimenea.
—Todos nos alegramos de que hayas vuelto, Gurgeh —dijo Chamlis pasado un tiempo—. Pero… No te enfades conmigo, pero no tienes muy buen aspecto. Nos enteramos de que has pasado estos dos últimos años en un depósito de almacenamiento, pero hay algo más, ¿no? ¿Qué ocurrió? Hemos oído toda clase de rumores contradictorios. ¿Quieres hablar de ello?
Gurgeh vaciló. Contempló el baile de las llamas que iban consumiendo los leños amontonados en la chimenea y suspiró.
Dejó su cuenco sobre la mesa y empezó a hablar.
Les contó todo lo ocurrido, desde los primeros días a bordo de la Factor limitativo hasta los últimos días, nuevamente a bordo de la nave, cuando dejaron atrás el Imperio de Azad sumido en un proceso de desintegración tan rápido como espectacular.
Chamlis guardó silencio y sus campos fueron cambiando lentamente de color. La expresión de Yay se fue haciendo más preocupada a medida que pasaba el tiempo. Meneó la cabeza con frecuencia, dejó escapar varios jadeos ahogados y hubo dos momentos en que pareció iba a vomitar.
Aparte de eso, aprovechó las pausas en el relato de Gurgeh para añadir más leños al fuego.
Gurgeh tomó un sorbo de ponche tibio.
—Y… Dormí todo el trayecto de vuelta y desperté hace dos días. Y ahora todo me parece… No sé cómo expresarlo. ¿Congelado? No está fresco, pero…, aún no ha empezado a corromperse. No ha desaparecido. —Hizo girar el ponche dentro del cuenco. Dejó escapar una carcajada no demasiado convincente que hizo temblar sus hombros—. Oh, bueno…
Apuró su cuenco.
Chamlis cogió el recipiente que había dejado entre las cenizas delante del fuego y volvió a llenar el cuenco de Gurgeh.
—Jernau, no sé cómo expresar lo mucho que lo lamento. Todo esto ha sido culpa mía. Si no hubiese…
—No —dijo Gurgeh—. No ha sido culpa tuya. Fui yo quien tomó la decisión, ¿recuerdas? Tú me advertiste. No vuelvas a decir eso y no pienses nunca más que hay algún otro responsable de lo ocurrido.
Se puso en pie y fue hacia los ventanales que daban al fiordo. Contempló la pendiente cubierta de nieve que terminaba en los árboles y las negras aguas, y fue girando lentamente la cabeza hasta ver las montañas y las luces dispersas de las casas que había en la otra orilla.
—Ayer le pregunté a la nave qué hicieron con el Imperio —dijo como si hablara con su reflejo en el cristal—. Quería saber qué tipo de acción habían emprendido… La nave me dijo que no hizo falta mover ni un dedo. El Imperio se desplomó como un castillo de naipes.
Pensó en Hamin y Monenine, en Inclate y At-sen, Bermoiya, Za, Olos y Krowo y la chica cuyo nombre había olvidado.
Meneó la cabeza sin apartar los ojos del cristal de la ventana.
—Bueno… Se acabó. —Se volvió hacia Yay, Chamlis y la habitación calentada por las llamas de la chimenea—. ¿Cuáles son los últimos cotilleos de Chiark?
Pasaron el rato poniéndole al día… Le dijeron que los gemelos de Hafflis ya hablaban; que Boruelal había decidido pasar unos cuantos años viajando en un VGS; que Olz Hap —quien ya había destrozado los corazones de varios jóvenes— había sido concienzudamente acosada / halagada / avergonzada hasta que acabó aceptando el puesto de Boruelal; que Yay había engendrado un niño el año pasado —probablemente conocería a la madre y al niño el año próximo cuando vinieran a pasar una temporada en Chiark—; que uno de los amigos de Shuro había muerto durante un juego de combate hacía dos años; que Ren Myglan se estaba convirtiendo en hombre; que Chamlis seguía trabajando en la historia de su planeta; y que el Festival de Tronze del año pasado había tenido un final tan caótico como desastroso porque unos fuegos artificiales estallaron dentro del lago e inundaron todas las terrazas del risco, lo que produjo centenares de heridos y dos muertos cuyos sesos acabaron esparcidos sobre las piedras. El anterior Festival no había sido ni la mitad de emocionante.
Gurgeh escuchó todas las noticias sin dejar de pasear por la habitación. Quería volver a familiarizarse con ella. Aparte de lo que le contaban, no parecía haber muchos cambios.
—Cuántas cosas me he per… —empezó a decir.
Entonces vio el estante de madera atornillado en la pared y el objeto que había sobre él. Alargó la mano, lo acarició y lo cogió.
—Ah… —dijo Chamlis, y emitió una especie de tosecilla—. Espero que no te importe… Quiero decir que… Bueno, espero que no te parezca demasiado irreverente o que lo encuentres de mal gusto. Pensé que…
Los labios de Gurgeh se curvaron en una sonrisa melancólica y sus dedos resiguieron las superficies sin vida del cuerpo que en tiempos había sido Mawhrin-Skel. Se volvió hacia Yay y Chamlis y fue hacia la vieja unidad.
—No, no me importa, pero… No lo quiero. ¿Te apetecería quedártelo?
—Sí, por favor.
Gurgeh entregó el pequeño pero pesado trofeo a Chamlis. Los campos de la vieja unidad enrojecieron de placer.
—Viejo horror vengativo —bufó Yay.
—Esto significa mucho para mí —replicó Chamlis en su mejor tono de dignidad ofendida mientras sostenía la placa metálica junto a su parte delantera.
Gurgeh dejó su cuenco sobre la bandeja.
Un leño se derrumbó en la chimenea creando un surtidor de chispas que salieron despedidas hacia arriba. Gurgeh se acuclilló delante de las llamas y removió los leños con el atizador. Bostezó.
Yay y la unidad intercambiaron una rápida mirada. Después Yay se inclinó hacia adelante y rozó a Gurgeh con la punta de un pie.
—Vamos, Jernau… Estás cansado. Chamlis tiene que volver a casa para asegurarse de que sus nuevos peces no se han devorado entre sí. ¿Te importa si me quedo?