Gurgeh se dejó caer en el asiento. Tenía el cuello envarado. Apartó la mirada de las estrellas y clavó los ojos en la mesa.
—Vaya, vaya… —dijo.
—¿Quieres que vuelva a intentarlo?
—¿Crees que servirá de algo?
—No.
—Entonces olvídalo.
—Gurgeh… Has conseguido ponerme nerviosa. ¿Qué está pasando?
—Ojalá lo supiera —dijo Gurgeh. Volvió a alzar los ojos hacia las estrellas. La estela de vapor dejada por la unidad ya casi se había esfumado—. Llama a Chamlis Amalk-Ney, ¿quieres?
—Enseguida… ¿Jernau?
—¿Qué, Cubo?
—Ten cuidado.
—Oh. Gracias. Muchísimas gracias.
—Debes haberla hecho enfadar —dijo la voz de Chamlis desde la terminal.
—Sí, es muy probable —dijo Gurgeh—. Pero… ¿Qué opinas de todo esto?
—Te han estado tomando las medidas para algo.
—¿Eso crees?
—Sí. Pero tú rechazaste su propuesta.
—Ah, ¿sí?
—Sí, y considérate afortunado de haberlo hecho.
—¿Qué quieres decir? Todo este asunto fue idea tuya.
—Oye, ahora ya estás fuera. Se acabó, ¿entiendes? Pero está claro que mi solicitud llegó mucho más arriba y mucho más deprisa de lo que me había imaginado. Hemos puesto en marcha algo, no sé el qué. Pero tú rechazaste su oferta. Has dejado de interesarles.
—Hmmmm… Supongo que tienes razón.
—Gurgeh… Lo siento.
—Oh, no te preocupes —dijo Gurgeh. Alzó los ojos hacia las estrellas—. ¿Cubo?
—Eh, estábamos tan interesadas que… Si hubiera sido puramente personal no habríamos escuchado ni una sola palabra. Lo juramos, y además en tu notificación de comunicaciones del día pondrá bien claro que hemos escuchado tu conversación.
—Olvídalo. —Gurgeh sonrió. El que la Mente Orbital hubiera estado escuchando la conversación le hizo sentir un extraño alivio que no habría sabido explicar—. Limítate a decirme a qué distancia se encuentra esa UOR.
—Cuando pronunciaste la palabra «encuentra» estaba a un minuto y cuarenta y nueve segundos de distancia, y nos alegra muchísimo poder decir que ya ha quedado fuera de nuestra jurisdicción. Está alejándose a toda velocidad en un rumbo que la llevará un poco por encima del Núcleo Galáctico. Parece estar dirigiéndose hacia el VGS Lamentable conflicto de evidencias, a menos que uno de los dos esté intentando engañar a alguien.
—Gracias, Cubo. Buenas noches.
—Buenas noches. Ah, y a partir de ahora podrás hablar sin que haya orejas invisibles escuchándote. Lo prometemos.
—Gracias, Cubo. ¿Chamlis?
—Puede que hayas dejado escapar una de esas ocasiones que sólo se presentan una vez en la vida, Gurgeh… pero hay muchas más probabilidades de que hayas logrado escapar por los pelos de una situación muy desagradable. Siento haberte sugerido lo de Contacto. Se presentaron demasiado deprisa y de una forma demasiado aparatosa… No puede haber sido una casualidad.
—No te preocupes demasiado, Chamlis —dijo Gurgeh. Volvió a alzar los ojos hacia las estrellas, se sentó y apoyó los pies en la mesa—. Todo ha salido bien, ¿no? ¿Te veré en Tronze mañana?
—Quizá. No lo sé. Pensaré en ello. Buena suerte… Me refiero a tu partida de Acabado con la niña prodigio por si no te veo mañana.
Gurgeh contempló la oscuridad que le rodeaba y sus labios se curvaron en una sonrisa algo melancólica.
—Gracias. Buenas noches, Chamlis.
—Buenas noches, Gurgeh.
5
El tren emergió del túnel y siguió avanzando bajo la brillante luz del sol. Recorrió el resto de la curva y empezó a cruzar la esbelta estructura del puente. Gurgeh se apoyó en la barandilla y vio el verdor de los pastos y las relucientes ondulaciones del río que se deslizaba por el suelo del valle medio kilómetro más abajo. Las sombras de las montañas acariciaban los campos; las sombras de las nubes puntuaban las colinas cubiertas de árboles. El viento creado por el movimiento del tren le agitó los cabellos mientras aspiraba el aire que olía a montañas y esperaba el regreso de su contrincante. Los pájaros trazaban círculos distantes por encima del valle moviéndose casi a ras del puente. Sus gritos hacían vibrar la atmósfera, y apenas si podían oírse por encima del vendaval que acompañaba el veloz desplazamiento del tren.
Normalmente Gurgeh habría esperado a que faltara poco para la hora acordada y habría ido a Tronze por un tubo subterráneo, pero despertó con ganas de marcharse de Ikroh lo más pronto posible. Se calzó las botas, se puso unos pantalones de un estilo bastante conservador y una chaqueta abierta, fue siguiendo los senderos montañosos hasta llegar a la cima y bajó por la pendiente del otro lado.
Estuvo un rato sentado junto a la vieja línea del ferrocarril disfrutando de una leve euforia glandular y se distrajo arrojando trocitos de magnetita hacia el campo magnético de la línea y viéndolos salir despedidos hacia afuera. Había estado pensando en las islas flotantes de Yay.
También había pensado en la misteriosa visita que la unidad de Contacto le había hecho la noche anterior, pero la visita y todo lo que la había rodeado parecían estar levemente borrosos, como si hubieran sido un sueño. Después repasó los sistemas de comunicación de la casa y echó un vistazo al informe general de situación. En cuanto concernía a la casa la visita no había existido, pero su conversación con el Cubo de Chiark figuraba en los archivos con indicación de la hora en que tuvo lugar, y había sido seguida por otras subsecciones del Cubo y, durante unos momentos, por la Totalidad del Cubo. No cabía ninguna duda de que todo había sido real.
Alzó la mano para detener el viejo tren en cuanto lo vio llegar, y apenas subió a él fue reconocido por un hombre de mediana edad llamado Dreltram que también iba a Tronze. El señor Dreltram consideraba que ser derrotado por el gran Jernau Gurgeh era una experiencia mucho más digna de ser recordada que el vencer a cualquier otro jugador. ¿Estaría dispuesto a concederle el honor de jugar una partida con él? Gurgeh estaba acostumbrado a ese tipo de halagos —normalmente ocultaban una ambición nada realista y ligeramente teñida de ferocidad—, y sugirió una partida de Posesión. Las reglas de ese juego compartían un cierto número de conceptos con las del Acabado, y la partida le serviría como ejercicio de precalentamiento.
Encontraron un tablero de Posesión en uno de los bares, fueron con él a la zona de recreo del techo y se sentaron detrás de una pantalla protectora para que el viento no se llevara las cartas. Gurgeh supuso que tendrían tiempo más que suficiente para la partida. El tren tardaría la mayor parte del día en llegar a Tronze, aunque un vehículo subterráneo podía recorrer ese trayecto en diez minutos.