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Aquel joven no era un completo imbécil, claro está. Lo único que había hecho era exponerle lo que, después de todo, no era una idea tan mala para un juego, pero Gurgeh se había lanzado sobre él con toda la fuerza de una avalancha que se desprende de una cima. La conversación si se la podía calificar de tal se había convertido en un juego.

El objetivo era seguir hablando y no continuamente, cosa que cualquier idiota era capaz de hacer, sino callarse sólo cuando el joven no emitía señales de que quería intervenir. Las señales podían ir expresadas en lenguaje corporal o facial, y podían consistir en algo tan simple como abrir la boca y empezar a mover los labios. La táctica empleada por Gurgeh consistía en quedarse callado de repente a mitad de un argumento o después de haber emitido alguna observación levemente insultante, arreglándoselas para seguir dando la impresión de que iba a continuar hablando. Aparte de eso Gurgeh estaba citando casi textualmente uno de sus artículos más famosos sobre teoría de los juegos, lo cual añadía un insulto más a su ofensiva, pues había muchas probabilidades de que el joven conociera aquel texto tan bien como el mismo Gurgeh.

La mera implicación siguió diciendo Gurgeh en cuanto vio que el joven volvía a abrir la boca de que es posible eliminar de la vida el elemento del azar, la suerte o la casualidad mediante…

Hola, Jernau Gurgeh dijo Mawhrin-Skel. Espero no estar interrumpiendo nada importante.

No, no interrumpes nada demasiado importante dijo Gurgeh volviéndose hacia la pequeña unidad. ¿Qué tal estás, Mawhrin-Skel? ¿Has hecho alguna travesura sonada últimamente?

Nada importante dijo la diminuta unidad.

El joven al que Gurgeh había estado torturando aprovechó la aparición de Mawhrin-Skel para alejarse. Gurgeh tomó asiento en una pérgola cubierta de enredaderas que estaba a un lado de la plaza, cerca de las plataformas de observación que se alzaban sobre el inmenso telón acuático de la cascada, allí donde los surtidores de espuma y vapor de agua brotaban de los rápidos que había entre la orilla del lago y la caída vertical que terminaba en el bosque situado un kilómetro más abajo. El rugido de las cascadas proporcionaba un telón de fondo sonoro hecho de la más pura estática imaginable.

He conocido a tu joven adversaria anunció la pequeña unidad.

Extendió un campo azul claro y arrancó una flor nocturna de una enredadera cercana.

¿Hmmm? exclamó Gurgeh. Oh, la joven… Ah… ¿Te refieres a la jugadora de Acabado?

Así es dijo Mawhrin-Skel con voz átona. He conocido a la joven… ah… jugadora de Acabado.

La unidad empezó a doblar hacia atrás los pétalos de la flor tensándolos lentamente sobre el tallo.

He oído comentar que estaba aquí dijo Gurgeh.

Está en la mesa de Hafflis. ¿Quieres que vayamos allí para que puedas verla?

¿Por qué no?

Gurgeh se puso en pie y la unidad se alejó unos centímetros para dejarle sitio.

¿Nervioso? preguntó Mawhrin-Skel.

Estaban abriéndose paso por entre el gentío en dirección a la terraza elevada del conjunto situado al nivel del lago donde se encontraba la morada de Hafflis.

¿Nervioso? repitió Gurgeh. ¿Por qué iba a estarlo? Sólo es una niña, ¿no?

Mawhrin-Skel flotó en silencio durante unos momentos mientras Gurgeh subía un tramo de peldaños. Gurgeh saludó con la cabeza a varias personas y pronunció algunos «Hola». La unidad se acercó un poco más a él y empezó a hablar en voz baja mientras arrancaba los pétalos de la flor que ya se estaba marchitando.

¿Quieres que te diga cuál es la velocidad de tu pulso, el nivel de receptividad de tu piel, la composición de la firma feromónica que estás emitiendo, el estado funcional de tus redes de neuronas…?

Gurgeh se detuvo en el centro del tramo de peldaños que estaba ascendiendo y la unidad se calló.

Gurgeh se volvió hacia la unidad, entrecerró los ojos y contempló a Mawhrin-Skel por la rendija de los párpados. Podía oír las notas musicales que llegaban del lago, y el aire nocturno estaba impregnado de los potentes perfumes de las flores. Las luces colocadas en las balaustradas de piedra iluminaban el rostro del jugador desde abajo. Los ocupantes de la terraza empezaron a bajar por el tramo de peldaños riendo y bromeando. El torrente humano se escindió al encontrar el obstáculo representado por Gurgeh como las aguas de un río cuando chocan con una roca, y las dos hileras de gente volvieron a unirse después de haberle dejado atrás. Mawhrin-Skel se dio cuenta de que quienes pasaban junto a Gurgeh se callaban de golpe y permanecían durante unos segundos sumidos en un extraño silencio. Gurgeh siguió tan inmóvil como una estatua respirando de forma lenta y regular y Mawhrin-Skel acabó rompiendo el silencio con una risita.

No está mal dijo la unidad. No está nada mal… No sé qué cóctel de sustancias habrás hecho segregar a tus glándulas, pero el grado de control es realmente impresionante. Todas las funciones en el centro de los parámetros indicando la normalidad más absoluta… Salvo tus neuronas, claro, que están un poquito más alteradas de lo que es habitual en ti pero, naturalmente, las unidades civiles corrientes sin duda serían incapaces de detectar esa alteración. Magnífico… Te felicito, Gurgeh.

No pierdas el tiempo conmigo, Mawhrin-Skel dijo Gurgeh con voz gélida. Estoy seguro de que puedes encontrar espectáculos mucho más divertidos que el de verme jugar una partida.

Reanudó la ascensión del tramo de peldaños.

Oh, señor Gurgeh, le aseguro que nada de lo que ocurre en este Orbital me parece una pérdida de tiempo dijo la unidad con despreocupación.

Arrancó el último pétalo de la flor y dejó caer el tallo en el canal que corría junto a la balaustrada.

* * *

Gurgeh, qué alegría verte. Ven, siéntate.

Los invitados de Estray Hafflis Gurgeh pensó que debía haber unas treinta personas, estaban sentados a una enorme mesa rectangular de piedra en un balcón desde el que se dominaba la cascada y sobre el que se alzaban arcos de piedra adornados con enredaderas y farolillos de papel que emitían una tenue luz suavemente tamizada. Los músicos ocupaban todo un extremo del balcón. Gurgeh vio tambores, instrumentos de cuerda y de viento. Los músicos no paraban de reír y parecían tocar más para sí mismos que en beneficio de los invitados, y cada uno intentaba ir lo más deprisa posible para que los demás no pudieran seguir el ritmo.

En el centro de la mesa había una especie de canal lleno de ascuas al rojo vivo sobre el que se encontraba un teleférico en miniatura provisto de cubetas que transportaban trocitos de carne y verduras de un extremo de la mesa a otro. Uno de los hijos de Hafflis se encargaba de colocar las viandas en las cubetas y el más pequeño de los hijos del anfitrión, que sólo tenía seis años, estaba de pie al otro extremo de la línea y las iba sacando para envolverlas en papel comestible y arrojarlas con un loable grado de precisión a los invitados cada vez que éstos le hacían señas de que querían comer algo. Hafflis tenía siete hijos, lo cual era bastante raro pues normalmente la gente se conformaba con engendrar y dar a luz un solo descendiente. La Cultura tendía a fruncir el ceño ante semejantes excesos, pero Hafflis afirmaba adorar los embarazos, aunque actualmente se hallaba en una fase masculina que ya había durado varios años.