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No. Y en cuanto pase un tiempo tú también dejarás de encontrarlo divertido.

Yay se encogió despreocupadamente de hombros.

Bueno… Lo disfrutaré mientras dure.

Le alargó los componentes de la máquina desintegrada. Gurgeh los inspeccionó mientras un grupo de jóvenes pasaba junto a ellos yendo hacia las zonas de tiro.

¿Señor Gurgeh?

Un joven se había detenido y acababa de lanzarle una mirada interrogativa. Los rasgos de Gurgeh se fruncieron en una fugaz expresión de disgusto rápidamente sustituida por otra de tolerancia divertida que Yay le había visto emplear antes en situaciones parecidas.

¿Jernau Morat Gurgeh? preguntó el joven, aún no muy seguro de si le había reconocido o estaba equivocado.

Culpable.

Gurgeh sonrió afablemente e irguió la espalda un par de grados para quedar más erguido, pero sólo Yay se dio cuenta del gesto. El rostro del joven se iluminó y dobló la cintura en una rápida reverencia. Gurgeh y Yay intercambiaron una rápida mirada de soslayo.

Es un honor conocerle, señor Gurgeh dijo el joven con una ancha sonrisa. Me llamo Shuro… Soy… Se rió. No me pierdo ni una sola de sus partidas. Tengo todas las obras de teoría suyas que hay disponibles en los archivos y…

Gurgeh asintió.

Qué exhaustivo por su parte.

Las tengo todas, créame. Me sentiría muy honrado si quisiera jugar conmigo a… Bueno, a lo que fuese y cuando a usted le vaya bien. El Despliegue quizá sea el juego que se me da mejor; he llegado a los tres puntos, pero…

Por desgracia mi eterno problema es la falta de tiempo dijo Gurgeh. Pero si alguna vez surge la ocasión, le aseguro que me encantará jugar con usted. Movió la cabeza en un asentimiento casi imperceptible dirigido al joven. Es un placer haberle conocido.

El joven se ruborizó y empezó a retroceder sin dejar de sonreír.

El placer ha sido mío, señor Gurgeh… Adiós… Eh… Bueno, adiós.

Sonrió para ocultar su confusión, giró sobre sí mismo y fue a reunirse con sus compañeros.

Yay le siguió con la mirada.

Este tipo de cosas te encantan, ¿verdad, Gurgeh?

Sonrió.

En absoluto se apresuró a replicar él. Me resultan muy molestas.

Yay siguió observando al joven recorriéndole con los ojos de la cabeza a los pies mientras se alejaba caminando rápidamente sobre la arena. Suspiró.

Pero ¿y tú? Gurgeh contempló con cara de disgusto los fragmentos del proyectil que sostenía en el hueco de la mano. ¿Disfrutas con toda esta… destrucción?

Oh, vamos, si a esto le llamas destrucción… dijo Yay. Las explosiones separan los componentes de los proyectiles, pero no los destruyen. Soy capaz de volver a montar cualquiera de ellos en menos de media hora.

Una gran mentira, ¿eh?

¿Hay algo que no lo sea?

Los logros intelectuales. Ejercitar las habilidades que posees. Los sentimientos humanos.

Los labios de Yay se curvaron en una sonrisita irónica.

Creo que nos falta mucho para entendernos el uno al otro, Gurgeh dijo.

Deja que te ayude.

¿Quieres que sea tu protegida?

Sí.

Yay ladeó la cabeza hasta que sus ojos se posaron en las olas que se deslizaban sobre la playa dorada y se volvió hacia Gurgeh. Alargó lentamente el brazo hasta colocar la mano detrás de su cabeza, se puso el casco y activó los cierres. El viento soplaba y las olas embestían la playa. Gurgeh se encontró contemplando el reflejo de su rostro en el visor de Yay. Alzó una mano y la pasó por entre los rizos de su negra cabellera.

Yay se subió el visor.

Te veré luego, Gurgeh. Habíamos quedado en que Chamlis y yo iríamos a tu casa pasado mañana, ¿no?

Si quieres…

Oh, claro que quiero.

Le guiñó el ojo y empezó a bajar por la pendiente de arena. Gurgeh la siguió con la mirada. Yay pasó junto a un robot de recuperación cargado de brillantes fragmentos metálicos y le entregó su arma.

Gurgeh permaneció inmóvil durante unos momentos sosteniendo los restos del proyectil en el hueco de su mano. Después separó los dedos y dejó que cayeran sobre la desnudez del desierto.

2

Podía oler la tierra y los árboles que había alrededor del lago situado debajo del balcón. La noche estaba nublada y muy oscura, y la única claridad visible en el cielo quedaba confinada a las partes de las nubes levemente iluminadas por los reflejos del distante lado diurno de las Placas del Orbital. Las olas se movían en la oscuridad chapoteando ruidosamente contra los cascos de embarcaciones invisibles. Las luces brillaban en las orillas del lago indicando la presencia de los edificios de poca altura medio escondidos entre los árboles que alojaban a los estudiantes. La fiesta era una presencia a su espalda, algo invisible que palpitaba como el sonido y el olor del falso trueno formado por la amalgama de música, risas, los olores de la comida y los perfumes y vapores tan inidentificables como exóticos que llegaban del edificio de la facultad.

La oleada de «Azul fuerte» fue invadiendo poco a poco todo su ser. Las fragancias del cálido aire nocturno que brotaban de la hilera de puertas abiertas que tenía detrás flotaron sobre la marea de ruidos provocados por el gentío y parecieron convertirse en hebras de aire, fibras que se iban separando de la cuerda que habían formado envueltas en un color y una presencia distintas para cada una. Las fibras sufrieron una nueva transformación y Gurgeh pensó en paquetitos de tierra. Algo que desmenuzar entre sus dedos; algo que absorber e identificar…

Ahí. Ése era el olor rojo y negro de la carne asada que aceleraba el pulso y estimulaba las glándulas salivares; tentador y vagamente desagradable al mismo tiempo según las partes de su cerebro que lo evaluaran. La raíz animal olisqueaba el combustible de un alimento rico en proteínas; el tronco y la parte media del cerebro captaban la presencia de células muertas e incineradas, y el dosel de la parte delantera del cerebro ignoraba ambas señales porque sabía que su estómago estaba lleno y la carne asada había salido de los tanques de cultivo.

También podía detectar la presencia del mar; un olor a sal que había recorrido diez kilómetros o más por encima de la llanura y las marismas, otra conexión de hebras parecida a la telaraña y la red de ríos y canales que unían la masa oscura del lago al incansable fluir del océano que se extendía más allá de los pastizales y los bosques perfumados por la resina.

Azul fuerte era una secreción de jugadores, un producto de las glándulas alteradas por la manipulación genética que se hallaban en la parte inferior del cráneo de Gurgeh, ocultas por las primeras y viejas capas cerebrales producto de la mera evolución animal. La panoplia de drogas manufacturadas por el organismo entre las que podían escoger la inmensa mayoría de individuos de la Cultura contaba con más de trescientos compuestos distintos cuya sofisticación y popularidad variaban considerablemente de unos a otros. Azul fuerte era uno de los menos utilizados porque no provocaba ningún placer inmediato y producirlo requería un notable esfuerzo de concentración, pero resultaba muy útil para los juegos. Lo que parecía complicado se volvía sencillo; los problemas que parecían insolubles se revelaban repentinamente fáciles de solucionar y lo que había parecido incognoscible se convertía en obvio. Era una droga utilitaria, un modificador de la abstracción cuyos efectos no tenían nada que ver con los de un intensificador sensorial, un estimulante sexual o un reforzante fisiológico.