Movió la mano. Parecía inquieto.
—¡Mejor aún! ¡Deja que lo haga! ¡Sólo para demostrarte que soy capaz de hacerlo! ¡Para demostrármelo a mí mismo!
—Mawhrin-Skel, estás hablando de hacer trampas —dijo Gurgeh.
Sus ojos recorrieron la plaza. No había nadie cerca. Los farolillos de papel y los arcos de piedra de los que colgaban eran invisibles desde su posición actual.
—Vas a ganar. ¿En qué cambia eso las cosas?
—Sigue siendo hacer trampas.
—Tú mismo has dicho que todo es cuestión de suerte. Has ganado…
—Aún no.
—Oh, venga, estás casi seguro de que vas a ganar… Tienes mil posibilidades de ganar contra una de perder.
—Probablemente algunas menos —admitió Gurgeh.
—La partida ha terminado. La chica no puede perder más de lo que ya ha perdido, ¿verdad? Deja que forme parte de una partida que se convertirá en historia. ¡Dale eso por lo menos!
—Sigue… —dijo Gurgeh golpeando la balaustrada con la palma de la mano—, siendo… —otro golpe—, ¡hacer trampas!
Dio un último golpe sobre la balaustrada.
—Baja la voz —murmuró Mawhrin-Skel y retrocedió unos centímetros. Cuando volvió a hablar lo hizo en un tono tan bajo que Gurgeh tuvo que inclinarse hacia la unidad para oír sus palabras—. Es una pura cuestión de suerte. Cuando la habilidad ya ha desempeñado su papel todo lo que queda se reduce a la suerte, ¿no? La suerte fue la que me proporcionó una cara tan fea que no encajaba en Contacto, es la suerte la que te ha convertido en un gran jugador y es la suerte la que te ha traído aquí esta noche. Ninguno de los dos fuimos totalmente planeados, Jernau Gurgeh. Tus genes te han determinado y los genes manipulados de tu madre se aseguraron de que no nacerías lisiado o subnormal. El resto es suerte y azar. Se me creó con la libertad de ser yo mismo, y si lo que ese plan general y esa suerte en particular produjeron es algo que una mayoría —y recalco lo de mayoría, no la totalidad—, de la junta de admisión en CE decide no ser exactamente lo que desean en aquellos momentos… ¿Crees que eso es culpa mía? ¿Lo es?
—No.
Gurgeh suspiró y bajó la vista.
—Oh, la Cultura es maravillosa, ¿verdad, Gurgeh? Nadie se muere de hambre y nadie muere a causa de las enfermedades o los desastres naturales y no hay nadie ni nada que sea explotado, pero la suerte, el dolor y la alegría siguen existiendo. El azar, las ventajas y las desventajas… todo eso continúa existiendo.
La unidad se quedó callada y siguió flotando sobre el precipicio y la llanura que había debajo. Gurgeh observó el avance de la aurora que estaba emergiendo desde el borde del mundo para ir cubriendo el Orbital.
—Controla tu suerte, Gurgeh. Acepta lo que te estoy ofreciendo. Deja que los dos creemos nuestro propio destino aunque sólo sea por esta vez. Ya sabes que eres uno de los mejores jugadores de la Cultura. No estoy intentando halagarte. Lo sabes, ¿verdad? Pero esta victoria haría que tu fama viviera eternamente.
—Si es posible… —dijo Gurgeh.
Se calló y tensó las mandíbulas. La unidad se dio cuenta de que estaba intentando controlarse tal y como había hecho siete horas antes en el tramo de escalones que llevaba a la casa de Hafflis.
—Si no lo es por lo menos ten el valor de averiguarlo —dijo Mawhrin-Skel.
Su voz subió de tono hasta adquirir la intensidad de una súplica quejumbrosa.
El hombre alzó los ojos hacia los límpidos tonos azules y rosados del amanecer. Las ondulaciones de la llanura cubierta de niebla hacían pensar en una inmensa cama desordenada.
—Estás loca, unidad. Jamás podrás hacerlo.
—Sé muy bien lo que puedo hacer y lo que no puedo hacer, Jernau Gurgeh —dijo la unidad.
Retrocedió unos centímetros y le observó en silencio.
Gurgeh pensó en su viaje en tren de aquella mañana. La oleada de miedo delicioso que le había invadido… Ahora parecía un presagio.
Suerte. Azar puro y simple.
Sabía que la unidad tenía razón. Sabía que se equivocaba y, al mismo tiempo, sabía que tenía razón. Todo dependía de él.
Se apoyó en la balaustrada. Sintió que algo se le clavaba en el pecho. Metió la mano en el bolsillo y extrajo la tarjeta circular de cerámica que había decidido conservar como recuerdo después de la desastrosa partida de Posesión. Le fue dando vueltas lentamente entre los dedos. Alzó los ojos hacia la unidad y tuvo la extraña sensación de ser muy viejo y, al mismo tiempo, de ser un niño.
—Si algo va mal —dijo hablando muy despacio—. Si te descubren… Estaré acabado. Me suicidaré. Muerte cerebral completa y absoluta sin dejar ningún vestigio de mi personalidad.
—Todo irá bien. Te aseguro que averiguar lo que hay dentro de esos globos es lo más sencillo del mundo. No me costará nada.
—Pero… ¿y si te descubren? ¿Y si hay alguna unidad de CE rondando por aquí o si el Cubo está observando la partida?
La unidad guardó silencio durante unos momentos.
—Ya se habrían dado cuenta. He terminado.
Gurgeh abrió la boca para decir algo, pero la unidad se apresuró a flotar hacia adelante hasta quedar muy cerca de su rostro.
—Por mí misma, Gurgeh —siguió diciendo con mucha calma—. Por mi propia paz mental. Yo también quería saberlo. Volví hace mucho rato. He pasado las últimas cinco horas observando la partida. Era fascinante… La tentación de averiguar si podía hacerse acabó resultando irresistible. Si he de serte sincero sigo sin saberlo. La partida se encuentra más allá de lo que puedo comprender. Mi pobre mente ha sido configurada para seguir caminos y lograr objetivos mucho más sencillos, y la partida es excesivamente complicada para ella…, pero tenía que intentarlo. Tenía que hacerlo, ¿comprendes? El riesgo ya ha pasado, Gurgeh. Está hecho. Puedo decirte lo que necesitas saber… Y no te pido nada a cambio. Eso es cosa tuya. Quizá puedas hacer algo por mí algún día, pero no estás atado por ninguna obligación. Créeme…, por favor, créeme. No hay ninguna obligación. Hago esto porque quiero ver como tú… No, quiero ver como alguien lo consigue. Tú o quien sea, me da igual.
Gurgeh contempló a la unidad. Tenía la boca seca. Podía oír gritos lejanos. El botón de la terminal que había en el hombro de su chaqueta emitió un zumbido. Tragó aire para hablar, pero un instante después oyó su voz y tuvo la impresión de que pertenecía a otra persona.
—¿Si?
—¿Listo para seguir jugando, Jernau? —dijo la voz de Chamlis desde el botón.
—Voy para allá —le oyó decir Gurgeh a su voz.
Clavó los ojos en la unidad. La terminal emitió un zumbido más estridente para indicar el fin de la comunicación.
Mawhrin-Skel se acercó unos centímetros más.
—Ya te lo había dicho, Jernau Gurgeh. Puedo engañar a esas calculadoras estúpidas siempre que quiera. Es lo más sencillo del mundo… Y ahora, deprisa. ¿Quieres saberlo o no? La Red Completa… ¿Sí o no?