Y no la necesitaba.
Ésa fue precisamente la revelación traída por la droga en cuanto los efectos iniciales se desvanecieron y la fase de meseta se hubo adueñado de su organismo. El hombre con el que se disponía a enfrentarse y a cuya partida anterior de Cuatro Colores había asistido como espectador tenía un estilo engañoso, pero eso no impedía que el comprenderlo y superarlo fuese relativamente sencillo. Su forma de jugar resultaba impresionante, pero casi todo era pura fachada; elegante e intrincada, de acuerdo, pero también muy hueca y delicada y, en última instancia, terriblemente vulnerable. Gurgeh escuchó los sonidos de la fiesta, el lento chapotear de las aguas del lago y los ruidos que llegaban desde los edificios de la universidad que había en la orilla de enfrente. El recuerdo del estilo de su joven contrincante seguía tan claro como antes.
«Olvídalo —decidió de repente—.Deja que el hechizo se derrumbe.»
Algo se relajó en su interior. Era un simple truco mental, como si un miembro fantasma hubiera dejado de estar tenso. El hechizo —el equivalente cerebral a un minúsculo y tosco subprograma circular que podía mantenerse en acción indefinidamente— se derrumbó y, sencillamente, dejó de ser pronunciado.
Se quedó un rato más en la terraza contemplando el lago, giró sobre sí mismo y volvió a la fiesta.
—Jernau Gurgeh… Creía que habías optado por la huida.
Gurgeh se volvió hasta quedar de cara a la pequeña unidad que había flotado hacia él apenas volvió a entrar en la sala elegantemente amueblada. Los invitados hablaban o formaban grupos alrededor de los tableros de juego y las mesas bajo los inmensos tapices de considerable antigüedad que hacían pensar en estandartes de guerras olvidadas. También había docenas de unidades, algunas jugando, algunas observando las partidas, otras hablando con seres humanos y unas cuantas envueltas en las austeras geometrías vagamente parecidas a celosías indicadoras de que estaban comunicándose mediante un transceptor. Mawhrin-Skel, la unidad que acababa de dirigirle la palabra, era con mucho la más pequeña de todas las presentes en la fiesta y habría cabido cómodamente en un par de manos extendidas. El campo de su aura contenía matices cambiantes de gris y marrón que teñían la banda del azul convencional. La unidad parecía el modelo a escala de una compleja nave espacial bastante antigua.
Gurgeh la observó frunciendo el ceño. La unidad le fue siguiendo mientras se abría paso hacia la mesa de Cuatro Colores.
—Pensé que el mocoso quizá te había asustado —dijo la unidad.
Gurgeh acababa de llegar a la mesa donde estaba jugando el joven y se dejó caer en la silla de madera repleta de tallas que acababa de ser abandonada a toda prisa por su recién derrotado predecesor. La unidad había hablado en un tono de voz lo suficientemente alto para que el «mocoso» —un hombre de cabellera desordenada que tendría treinta o treinta y pocos años como máximo— pudiera oírle. El joven puso cara de sentirse herido.
El volumen de las voces de quienes le rodeaban se debilitó un poco. Los campos del aura de Mawhrin-Skel pasaron a una mezcla de rojo y marrón, lo que indicaba placer divertido y disgusto juntos. La unidad acababa de emitir una señal contradictoria muy próxima a un insulto directo.
—No haga ningún caso de esta máquina —dijo Gurgeh volviéndose hacia el joven y devolviendo el asentimiento de cabeza con que acababa de saludarle—. Le encanta hacer enfadar a la gente. —Acercó su silla a la mesa e intentó alisar los pliegues de su vieja chaqueta de mangas anchas, una prenda tan holgada que ya no estaba de moda—. Me llamo Jernau Gurgeh. ¿Y usted?
—Stemli Fors —dijo el joven tragando saliva.
—Encantado de conocerle. Bien… ¿Con qué color juega?
—Ahhh… Con el verde.
—Estupendo. —Gurgeh se reclinó en la silla. Guardó silencio durante unos momentos y movió la mano señalando el tablero—. Bien… Después de usted.
El joven llamado Stemli Fors hizo su primer movimiento. Gurgeh se inclinó hacia adelante para hacer el suyo y Mawhrin-Skel se colocó sobre su hombro zumbando distraídamente. Gurgeh golpeó una de sus placas con la punta de un dedo y la unidad se apartó un poco. Mawhrin-Skel se pasó el resto de la partida imitando el sonido que hacían las pirámides con la punta sostenida por bisagras al ser cambiadas de posición sobre el tablero. Gurgeh dio las gracias al joven y se puso en pie.
No le había costado nada derrotarle e incluso se permitió unas cuantas florituras al final, aprovechando la confusión de Fors para producir una colocación de cierta belleza estética. Le bastó con mover velozmente una pieza cuatro diagonales con un traqueteo de pirámides en rotación parecido a una ráfaga de disparos y el brusco desplazamiento dibujó un cuadrado tan rojo como una herida sobre el tablero. Algunos espectadores aplaudieron; otros dejaron escapar murmullos de admiración.
—Es un truco de lo más barato —dijo Mawhrin-Skel lo bastante alto para que le oyeran todos—. Ese chico era presa fácil. Estás perdiendo la finura.
Su campo se iluminó con un brillante destello rojizo y la unidad hendió el aire hasta colocarse sobre las cabezas de los presentes y se alejó.
Gurgeh meneó la cabeza y se levantó de la mesa.
La pequeña unidad le irritaba y le divertía a partes casi iguales. Era grosera e insultante y solía hacerle enfadar, pero su presencia también suponía una agradable alteración de la norma. La gente siempre le trataba de una forma tan espantosamente cortés… Mawhrin-Skel ya debía de haber encontrado otro infortunado al que molestar. Gurgeh avanzó por entre el gentío saludando a unas cuantas personas con la cabeza. Vio a la unidad Chamlis Amalk-Ney junto a una mesa muy larga y no demasiado alta hablando con una de las profesoras menos insoportables de la universidad. Gurgeh fue hacia ellos y cogió una bebida de una bandeja de servicio que pasó flotando a su lado.
—Ah, amigo mío… —dijo Chamlis Amalk-Ney.
La unidad medía casi un metro y medio de altura por medio de anchura y otro tanto de profundidad, y las sencillas placas de su estructura mostraban las diminutas señales y la falta de brillo provocadas por el desgaste de los milenios. La unidad volvió su banda de percepción hacia él.
—La profesora y yo estábamos hablando de ti.
La habitual expresión de severidad de la profesora Boruelal quedó algo aliviada por una sonrisa irónica.