—Hmmm —dijo la unidad—. Cuidado, cuidado… ¿Sabe cómo llaman a los habitantes de los planetas que conquistan? Animales, así les llaman. Oh, naturalmente que son unos animales, de la misma forma que usted es un animal y de la misma forma que yo soy una máquina. Pero son animales que han llegado a un nivel de conciencia muy considerable, y poseen una sociedad que, como mínimo, es tan complicada como la nuestra…, más en algunos aspectos. El azar ha hecho que les conociéramos durante un momento de su historia en el que su civilización nos parece muy primitiva. Una era glacial menos en Eá y es muy posible que los primitivos fuéramos nosotros.
Gurgeh asintió con expresión pensativa y observó el silencioso desplazarse de las siluetas sobre el tablero de Azad bajo la luz reproducida de un sol muy lejano.
—Pero… —añadió Worthil con voz jovial—. Las cosas son como son y no tenemos por qué preocuparnos pensando en lo que podría haber ocurrido, ¿verdad? Bien… —dijo, y volvieron a encontrarse en la habitación de Ikroh. La holopantalla se desactivó y las ventanas recuperaron su transparencia habitual. El repentino diluvio de sol hizo que Gurgeh parpadeara deslumbrado—. Estoy seguro de que comprenderá que aún quedan muchas cosas por contarle, pero ahora ya sabe cuál es nuestra proposición expuesta en sus líneas más generales. Aún es pronto para pedirle que me responda con un sí, pero… ¿Vale la pena que siga hablando o ya ha tomado la decisión irrevocable de que no quiere ir?
Gurgeh se frotó la barba y se volvió hacia la ventana para contemplar el bosque que se extendía por encima de Ikroh. Lo que la unidad le había revelado era tan increíble que necesitaba algún tiempo para digerirlo. Si el juego era real… Bueno, entonces el Azad era el juego más maravilloso y más lleno de significado con el que se había encontrado en toda su existencia, y posiblemente tuviera más significado que todos los juegos que conocía juntos. Su cualidad de desafío definitivo le excitaba y, al mismo tiempo, le atemorizaba. Se sentía atraído instintivamente hacia él con una fuerza casi sexual, incluso ahora, incluso sabiendo tan poco sobre el juego…, pero no estaba seguro de poseer la autodisciplina necesaria para estudiar con tal intensidad durante dos años seguidos, y no tenía ni idea de si su cerebro sería capaz de contener un modelo mental de un juego tan asombrosamente complejo. Sus pensamientos volvían una y otra vez a la evidencia de que los azadianos eran capaces de ello, pero tal y como había dicho la máquina los azadianos vivían sumergidos en el juego desde que nacían. El Azad quizá sólo pudiera ser dominado por alguien cuyos procesos cognoscitivos hubieran sido moldeados por el mismo juego…
¡Pero cinco años! Todo ese tiempo, y no por el mero hecho de estar lejos de su casa sino porque tendría que pasar la mitad o probablemente algo más de la mitad de esos cinco años sin disponer del tiempo necesario para mantenerse al comente de los progresos que se fueran produciendo en los demás juegos, sin tiempo para leer artículos o escribirlos, sin tiempo para nada salvo para aquel juego absurdo que ya empezaba a obsesionarle. Y todo eso supondría un cambio. Al final de aquellos cinco años sería una persona distinta. El cambio era inevitable, tan inevitable como el que acabaría llevando dentro una parte del juego, por pequeña que fuese. Y cuando volviera… ¿Conseguiría ponerse al día? Le habrían olvidado. Habría estado lejos durante tanto tiempo que aquellos habitantes de la Cultura cuya vida giraba alrededor de los juegos no le prestarían ninguna atención. Se habría convertido en una figura histórica. Y cuando volviera… ¿Le permitirían hablar de su experiencia? El manto de silencio impuesto por Contacto ya llevaba siete décadas de existencia, y quizá siguiera en vigor muchas más.
Pero si aceptaba… Podría conseguir que Mawhrin-Skel le dejara en paz. Podía exigir el precio que la unidad le había pedido a cambio de no divulgar la grabación, podía exigir que volvieran a admitirle en CE.
O —y la idea se le ocurrió en ese mismo instante—, podía exigir que le redujeran al silencio para siempre…
Una bandada de pájaros surcó el cielo, manchas blancas recortándose contra los telones verde oscuro del bosque esparcido sobre las faldas de la montaña. Los pájaros se posaron en el jardín y empezaron a ir lentamente de un lado para otro mientras picoteaban el suelo. Gurgeh se volvió nuevamente hacia la unidad y cruzó los brazos delante del pecho.
—¿Cuándo necesita que le dé una respuesta? —preguntó.
Aún no había tomado una decisión. Tenía que ganar algo de tiempo. Necesitaba disponer del máximo de datos posible antes de decidirse en un sentido o en otro.
—Tendría que saberlo en un plazo de tres o cuatro días como máximo. El VGS Bribonzuelo salió hace poco del centro de la galaxia y se dirige hacia aquí. Partirá con destino a las Nubes dentro de los cien días próximos. Si lo pierde el viaje duraría mucho más tiempo. Tal y como están las cosas, su nave tendrá que mantener la velocidad máxima hasta llegar a la cita con el VGS.
—¿Mi nave? —exclamó Gurgeh poniendo cara de sorpresa.
—Necesitará una nave, primero para llegar al Bribonzuelo a tiempo y después volverá a necesitarla al final del trayecto para ir desde el punto de mayor proximidad a la Nube Menor alcanzado por el VGS hasta el imperio propiamente dicho.
Gurgeh observó en silencio durante unos momentos a los pájaros blancos como la nieve que picoteaban el suelo del jardín. Se preguntó si debería sacar a relucir el tema de Mawhrin-Skel ahora o si sería mejor esperar. Una parte de su ser quería abordarlo en aquel mismo instante sólo para dejar de sufrir y por si se llevaba la improbable sorpresa de que Contacto accediera a su petición sin hacerse de rogar, lo cual le permitiría dejar de preocuparse por el chantaje a que le tenía sometido la máquina (y empezar a preocuparse pensando en las absurdas complicaciones de aquel juego de locos). Pero sabía que no debía hacerlo. La paciencia es otro nombre de la sabiduría, como decía el refrán. Tenía que esperar. Si acababa decidiendo ir (aunque, naturalmente, no accedería. No podía hacerlo, incluso el pensar en ello era una locura…), dejaría que creyeran que no deseaba nada a cambio; dejaría que hicieran todos los preparativos necesarios y dictaría sus condiciones en el último momento…, suponiendo que Mawhrin-Skel tuviese la paciencia necesaria para esperar todo ese tiempo antes de cumplir su amenaza.
—De acuerdo —dijo volviéndose hacia la unidad de Contacto—. No digo que vaya a ir, pero… Pensaré en ello. Y ahora, cuénteme más cosas sobre el Azad.
9
Las historias ambientadas en la Cultura pertenecientes a la variedad “Las Cosas Se Ponen Feas” solían empezar con un humano perdiendo, olvidando o prescindiendo deliberadamente de su terminal. Era un comienzo narrativo convencional, el equivalente a salirse del camino e internarse en la espesura del bosque tan socorrido en una era anterior o el de un coche averiándose de noche en una carretera solitaria de otra. Una terminal —en forma de anillo, botón, brazalete, pluma o lo que fuese— era la conexión que te mantenía unido a todo el resto de la Cultura. Con una terminal nunca estabas a más de una pregunta o un grito de casi cualquier cosa que desearas saber o casi cualquier tipo de ayuda que pudieras llegar a necesitar.