—¿Acaba de obtener otra victoria, Jernau Gurgeh?
—¿Se me nota? —replicó Gurgeh llevándose su bebida a los labios.
—He aprendido a reconocer los signos —dijo la profesora. Tendría dos veces la edad de Gurgeh y ya había dejado bastante atrás su segundo siglo de existencia, pero su digna hermosura seguía siendo impresionante. Tenía la piel bastante pálida y el cabello blanco, como siempre lo había tenido, y lo llevaba muy corto—. ¿Otro estudiante mío ha sido humillado?
Gurgeh se encogió de hombros. Apuró su bebida y miró a su alrededor buscando una bandeja donde depositarla.
—Permíteme —murmuró Chamlis Amalk-Ney.
Quitó delicadamente la copa de entre sus dedos y la colocó sobre una bandeja que pasaba a unos tres metros de distancia de ellos. Su campo teñido de matices amarillos se extendió hasta alcanzar una copa llena del mismo vino que acababa de beber y se la entregó.
Boruelal vestía un traje oscuro de tela muy suave adornado en la garganta y las rodillas por delicadas cadenitas de plata. Iba descalza, y Gurgeh pensó que sus pies desnudos no realzaban su atuendo tan bien como podrían haberlo hecho un par de botas de tacón, pero aquella excentricidad casi resultaba insignificante comparada con las que gustaban de exhibir algunos miembros del cuadro académico de la universidad. Gurgeh sonrió, bajó la vista hacia los dedos de sus pies y contempló el contraste de la piel morena sobre los tablones dorados del suelo.
—Es usted tan destructivo, Gurgeh… —dijo Boruelal—. ¿Por qué no nos ayuda? Conviértase en parte de la facultad y deje de ser el eterno conferenciante invitado que va de un lado a otro.
—Ya hemos hablado de eso muchas veces, profesora, y creo recordar que siempre le he dado la misma explicación. Estoy demasiado ocupado. Tengo montones de partidas que jugar, tesis y trabajos que escribir, cartas que contestar, invitaciones que me exigen viajar y aparte de eso… Bueno, ya sabe que me aburro con mucha facilidad.
Gurgeh apartó la mirada.
—Jernau Gurgeh sería un pésimo profesor —dijo Chamlis Amalk-Ney—. Si un estudiante no lograra comprender algo al momento, sin importar lo complejo y abstruso que fuese, Gurgeh perdería la paciencia y probablemente le derramaría lo que estuviese bebiendo por encima de la cabeza…, o quizá hiciera algo aún peor.
—Sí, he oído algunos rumores al respecto —dijo la profesora poniéndose muy seria.
—Ya hace un año de eso —dijo Gurgeh frunciendo el ceño—. Y Yay se lo merecía.
Contempló a la vieja unidad sin dejar de fruncir el ceño.
—Bueno —dijo la profesora lanzando una rápida mirada de soslayo a Chamlis—, quizá hayamos logrado encontrar un rival digno de usted, Gurgeh. Hay una joven que…
Hubo un estruendo lejano y el nivel del ruido de fondo aumentó repentinamente. Unos instantes después los gritos les hicieron volver la cabeza.
—Oh, no, otro jaleo no… —dijo la profesora con voz cansada.
A primera hora de la noche uno de los jóvenes conferenciantes había perdido el control de su mascota, un pájaro que se había dedicado a revolotear por toda la sala graznando frenéticamente y posándose en la cabeza de varias personas antes de que la unidad Mawhrin-Skel lo interceptara en pleno vuelo dejándolo inconsciente, con lo que la mayoría de asistentes a la fiesta perdieron una diversión con la que no contaban y que había estado pareciéndoles muy entretenida.
—¿Y ahora qué? —suspiró Boruelal—. Discúlpenme…
Dejó distraídamente su bebida y el canapé que había estado mordisqueando sobre la lisa parte superior de Chamlis Amalk-Ney y se fue abriendo paso entre el gentío dando codazos y pidiendo disculpas. Gurgeh vio cómo se alejaba en dirección al origen de la perturbación.
El aura de Chamlis emitió un breve destello gris blanquecino de incomodidad. La unidad dejó la copa sobre la mesa haciendo bastante ruido y arrojó el canapé a una papelera.
—Estoy seguro de que todo es culpa de Mawhrin-Skel. Esa máquina es insoportable —dijo Chamlis con irritación.
Gurgeh alargó el cuello intentando ver algo por encima de la multitud.
—¿De veras? —preguntó—. ¿Crees que toda esta conmoción es obra suya?
—Francamente, no comprendo qué encuentras de atractivo en ella —dijo la vieja unidad.
Volvió a coger la copa de Boruelal y derramó el vino de color oro encima de un campo dejándolo suspendido en el aire como si flotara en el interior de un recipiente invisible.
—Me divierte —replicó Gurgeh, y se volvió hacia Chamlis—. Boruelal dijo no sé qué de que había encontrado una rival digna de mí… ¿Estabais hablando de eso cuando llegué?
—Sí. Acaba de matricularse en la universidad… Tengo entendido que se ha pasado la vida en un VGS, y parece tener un don natural para el Acabado.
Gurgeh enarcó una ceja. El Acabado era uno de los juegos más complejos de su repertorio, y también uno de los que sabía jugar mejor. Había otros jugadores humanos en la Cultura que podían vencerle —aunque todos eran especialistas en el juego, no generalistas como él—, pero ni uno solo de ellos estaba en condiciones de garantizar que saldría triunfador de una partida, y aparte de eso eran muy pocos y se encontraban esparcidos por toda la Cultura…, probablemente sólo habría unos diez en toda la población.
—Bien, ¿quién es ese bebé que parece tener tanto talento?
Los ruidos que llegaban del otro extremo de la sala habían ido debilitándose poco a poco.
—Es una recién llegada —dijo Chamlis. Manipuló el campo que sostenía el vino y dejó que fuese goteando a lo largo de esbeltos haces huecos de energía invisible—. Acaba de desembarcar del Culto del cargamento, y creo que aún está terminando de instalarse.
El Vehículo General de Sistemas Culto del cargamento había llegado al Orbital Chiark hacía diez días y se había marchado hacía sólo dos. Gurgeh había estado en él para dar unas cuantas exhibiciones múltiples (y se había llevado la secreta alegría de haber ganado limpiamente en todas, ya que no le habían derrotado en ninguno de los varios juegos que componían la exhibición), pero no había jugado al Acabado. Algunos de sus oponentes habían hecho vagos comentarios sobre una jugadora supuestamente muy brillante (aunque bastante tímida) que viajaba en el Vehículo, pero la jugadora no había dado la cara —o, al menos, Gurgeh no se había enterado de que hubiera decidido hacerlo—, y acabó suponiendo que los informes sobre el talento de aquella joven prodigio habían sido groseramente exagerados. Los habitantes de las grandes naves tendían a sentirse extrañamente orgullosos de sus moradas. Les gustaba pensar que el hecho de que hubieran sido vencidos por el gran jugador no quería decir que en algún lugar de su habitáculo no hubiese alguien capaz de enfrentarse a él y derrotarlo (naturalmente, la nave sí habría podido vencerle con suma facilidad, pero eso no contaba; los que tanto presumían de su VGS se referían a seres humanos o a unidades cuyo valor fuera de 1 o superior).