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No comprendió lo difícil que era el juego hasta que no hubo empezado a familiarizarse con las piezas, tocándolas y oliéndolas para evaluar sus potencialidades y lo que habían sido y aquello en que podían llegar a convertirse. Las piezas podían ser más débiles o más potentes, más rápidas o más lentas y su existencia podía acortarse o alargarse considerablemente.

Gurgeh descubrió que las piezas biotecnológicas eran un enigma incomprensible. Parecían vegetales tallados y pintados, y pesaban en sus manos como animales muertos. Gurgeh las frotó y las estrujó hasta mancharse los dedos, las olisqueó y las miró fijamente, pero apenas estaban en el tablero las piezas empezaban a comportarse de forma imprevisible. Las piezas que Gurgeh había creído eran el equivalente de una nave de guerra cambiaban para convertirse en carne de cañón, y los equivalentes de premisas filosóficas sólidamente protegidas en la retaguardia de su territorio se alteraban bruscamente revelando ser piezas de observación concebidas para los terrenos altos o la primera línea del juego.

Cuatro días de luchar con ellas le redujeron a la desesperación y empezó a pensar seriamente en pedir que se le devolviera a Chiark sin más dilación. Haría una confesión completa ante Contacto, y se pondría en sus manos con la esperanza de que su apuro les hiciera apiadarse de él y optaran por no anular la readmisión de Mawhrin-Skel o reducirle al silencio de una vez para siempre. Cualquier cosa sería preferible a seguir con aquella charada increíblemente frustrante que estaba acabando con sus últimas reservas de moral.

La Factor limitativo le sugirió que se olvidara de las piezas biotecnológicas durante un tiempo y que se concentrara en los tableros secundarios. Si lograba dominarlos esos tableros le permitirían ejercer un cierto control sobre la amplitud con que debía utilizar las piezas durante las etapas siguientes. Gurgeh siguió la sugerencia de la nave y logró hacer progresos bastante considerables, aunque seguía sintiéndose deprimido y pesimista, y a veces descubría que la Factor limitativo llevaba varios minutos hablándole mientras él había estado pensando en otro aspecto del juego, y no le quedaba más remedio que pedirle que repitiera lo que había estado diciendo.

Los días fueron pasando y de vez en cuando la nave le sugería que practicara con alguna pieza, aconsejándole sobre las secreciones glandulares que debía producir antes de intentarlo. Incluso le sugirió que se llevara a la cama algunas de las piezas más importantes, y Gurgeh acabó durmiendo con una pieza en las manos o abrazado a ella tan tiernamente como si la pieza fuese un bebé diminuto. Cuando despertaba siempre tenía la sensación de haber estado haciendo el ridículo, y se alegraba de que no hubiera nadie para verle por las mañanas (pero un instante después se preguntaba si podía estar seguro de que no había nadie observándole. Su experiencia con Mawhrin-Skel quizá le hubiera vuelto hipersensible, pero empezaba a sospechar que nunca podría volver a estar seguro de que no se hallaba sometido a vigilancia. La Factor limitativo podía estar espiándole, Contacto podía estar observándole y evaluándole…, pero al final acabó decidiendo que ya no le importaba).

Se tomaba un día libre de cada diez otra sugerencia de la Factor limitativo—, y los invirtió en explorar la nave más a fondo, aunque había muy poco que ver. Gurgeh estaba acostumbrado a las naves civiles, cuya densidad y diseño podían ser comparados a los de los edificios corrientes habitables por los seres humanos, con paredes relativamente delgadas que delimitaban grandes volúmenes de espacio, pero la nave de guerra era mucho más parecida a un pedazo de metal o roca sólida. De hecho, le hacía pensar en un asteroide en el que se habían perforado algunos conductos y ahuecado varias cavernas minúsculas para que los humanos pudieran vagabundear por ellas; pero se dedicó a pasear, trepar o flotar arriba y abajo por los corredores y pasadizos que tenía a su disposición e incluso pasó un rato en una de las tres protuberancias del morro contemplando el amasijo de maquinaria y equipo que aún no había sido desmantelado y que parecía haber sido sometido a un extraño proceso de congelación.

La penumbra hacía que el efector primario rodeado por sus disruptores de campo, monitores, sistemas de seguimiento, iluminadores, desplazadores y sistemas secundarios de armamento pareciese mucho más grande de lo que era en realidad, y Gurgeh pensó que tenía la forma de un gigantesco globo ocular provisto de una lente cónica y recubierto por curiosas excrecencias metálicas. El conjunto del efector tendría sus buenos veinte metros de diámetro, pero la nave le dijo que cuando estaba activado toda aquella masa podía girar y detenerse tan deprisa que un humano tendría la impresión de que el movimiento había sido instantáneo. La nave le aseguró que bastaba un parpadeo para no captarlo, y Gurgeh creyó detectar un cierto tono de orgullo en su voz.

Inspeccionó el hangar vacío que había en una de las protuberancias centrales y que acabaría alojando el módulo de Contacto que estaba siendo reconvertido en el VGS hacia el que se dirigían. Ese módulo sería el hogar de Gurgeh cuando llegara a Eá. Había visto algunos hologramas mostrando el aspecto que tendría el interior y le había parecido que sería razonablemente espacioso, aunque nunca podría estar a la altura de Ikroh.

Aprendió más cosas sobre el Imperio, su historia, su política, su filosofía y su religión, sus creencias y costumbres y sus distintos sexos y subespecies.

No tardó en tener la impresión de que el Imperio era un amasijo de contradicciones insoportablemente vividas, un sistema social que lograba el milagro de ser patológicamente violento y, al mismo tiempo, lúgubremente sentimental, asombrosamente bárbaro y sorprendentemente sofisticado, fabulosamente rico y aterradoramente pobre (pero también inequívoca e innegablemente fascinante).

Y, tal y como le había dicho Worthil, la única constante que impregnaba toda la enloquecedora variedad de la vida azadiana era el juego. El juego estaba presente en todos los niveles de la sociedad como si fuese un tema musical enterrado en una cacofonía de ruidos, y Gurgeh empezó a comprender lo que había querido decir Worthil cuando le explicó que Contacto sospechaba que el juego era lo que mantenía unido al Imperio. Aparte del juego, no parecía haber nada más que pudiera justificar el que siguiese en pie.

Se acostumbró a pasar un rato cada día nadando en la piscina. El proceso de reconversión de la protuberancia que había albergado al efector incluyó un proyector holográfico, y la Factor limitativo empezó proyectando un cielo azul y nubes blancas que discurrían lentamente sobre la espaciosa superficie interior producida por los veinticinco metros de diámetro que tenía la protuberancia, pero Gurgeh no tardó en cansarse de contemplar aquella imagen y le pidió que proyectara las imágenes que vería si estuvieran viajando por el espacio real o la vista ajustada equivalente, tal y como la llamaba la nave.

Gurgeh se acostumbró a nadar bajo la negrura irreal del espacio y las motitas luminosas de las estrellas que se iban moviendo lentamente, abriéndose paso por la superficie tenuemente iluminada desde abajo de aquellas aguas cálidas que parecían una blanda imagen invertida de la nave y alejándose hasta desaparecer.

Cuando llevaba noventa días de viaje empezó a tener la sensación de que había desarrollado una cierta afinidad con las piezas biotecnológicas. Podía jugar una partida limitada contra la nave en todos los tableros secundarios y uno de los tableros principales, y cuando se iba a dormir pasaba las tres horas de reposo que se permitía cada noche soñando con otras personas y con su vida, reviviendo su infancia, su adolescencia y los años transcurridos desde aquel entonces envuelto en una extraña atmósfera mental de fantasía, recuerdos y deseos que no se habían convertido en realidad. Siempre tenía la intención de escribir o grabar algo para Chamlis, Yay o cualquiera de las otras personas que se habían quedado en Chiark y que le enviaban mensajes, pero nunca parecía encontrar el momento adecuado y cuanto más retrasaba el ponerse manos a la obra más difícil le parecía la tarea. La gente fue dejando de enviarle comunicaciones, lo cual hizo que Gurgeh sintiera una extraña mezcla de alivio y culpabilidad.