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—… por lo que lo más prudente sería no mantener ningún tipo de actividad sexual. Tomarse en serio a un macho ya les resultará bastante difícil aunque tu aspecto les parezca extraño, pero si intentaras establecer cualquier clase de relaciones sexuales estamos casi seguros de que lo considerarían como un insulto.
—¿Alguna otra buena noticia, unidad?
—Y no hagas ninguna referencia al tema de las alteraciones sexuales. Conocen la existencia de las glándulas productoras de drogas aunque no saben gran cosa sobre sus efectos exactos, pero lo ignoran todo sobre las mejoras físicas realmente serias. Oh, puedes hablar de las callosidades que protegen zonas delicadas y ese tipo de cosas, eso carece de importancia… Pero incluso las toscas alteraciones de los conductos y vasos sanguíneos utilizadas en tu diseño genital provocarían algo parecido a una revolución si llegaran a enterarse de su existencia.
—¿De veras? —preguntó Gurgeh.
Estaba sentado en el salón principal de la Factor limitativo. Flere-Imsaho y la nave le estaban explicando qué podía decir y qué debía callarse mientras se hallara en el Imperio. Estaban a pocos días de viaje de la frontera.
—Sí. Sentirían una envidia terrible —dijo la diminuta unidad con su voz chillona y algo chirriante—. Y probablemente también les darías asco y te considerarían repugnante.
—Pero lo peor sería la envidia —dijo la nave mediante su unidad manejada a distancia, que emitió una especie de suspiro.
—Bueno, sí —dijo Flere-Imsaho—, pero aparte de eso también le…
—Verás, Gurgeh —se apresuró a interrumpirle la nave—, lo que debes recordar por encima de todo es que su sistema social se basa en la propiedad. Todo lo que veas y toques y todo aquello con lo que entres en contacto pertenecerá a una persona o institución. Será suyo y lo poseerán, ¿comprendes? Todas las personas a las que conozcas serán conscientes de su posición dentro de la sociedad y de la relación que mantienen con quienes los rodean.
»Otra cosa muy importante que no debes olvidar es que los humanos también pueden ser propiedad de alguien; y no en términos de auténtica esclavitud, que se sienten muy orgullosos de haber abolido, sino en el sentido de que según el sexo y la clase a la que se pertenezca un individuo puede ser propiedad parcial de otro u otros porque se ve obligado a vender su trabajo o sus talentos a quien tiene los medios de adquirirlos. En el caso de los machos la entrega más total se da cuando se convierten en soldados. Los miembros de sus fuerzas armadas viven en una situación muy parecida a la de los esclavos, pues apenas si tienen libertad personal y pueden ser castigados con la muerte en caso de que no obedezcan las órdenes de sus superiores. Las hembras venden sus cuerpos firmando el contrato legal del «matrimonio» con un intermedio, el cual paga sus favores sexuales mediante…
—¡Oh, nave, vamos…!
Gurgeh no pudo contener la risa. Había hecho algunas investigaciones particulares sobre el Imperio, había leído sus propias historias y había visto sus grabaciones divulgativas. La imagen de las costumbres e instituciones del Imperio que le estaba dando la nave le parecía injusta, llena de prejuicios y terriblemente impregnada de la actitud de superioridad tan típica en la Cultura.
Flere-Imsaho y la unidad de la nave se contemplaron aparatosamente la una a la otra hasta asegurarse de que Gurgeh se había dado cuenta de lo que hacían.
—De acuerdo —dijo la pequeña unidad bibliotecaria acompañando sus palabras con un destello amarillo de resignación—. Volvamos al principio…
La Factor limitativo se encontraba en el espacio flotando sobre Eá, el hermoso planeta azul y blanco que Gurgeh había visto por primera vez casi dos años antes en la pantalla de la habitación de Ikroh. A cada lado de la nave había un crucero de batalla imperial el doble de largo que la Factor limitativo.
Las dos naves de guerra se habían encontrado con la Factor limitativo en los límites del grupo de estrellas en el que se hallaba el sistema de Eá, y la Factor limitativo, que ya avanzaba con la lentitud propia de los motores de distorsión en vez de con la propulsión hiperespacial —la cual era otro de los secretos que el Imperio no debía conocer—, se detuvo. Sus ocho protuberancias se habían vuelto transparentes y mostraban los tres tableros del juego, el hangar del módulo y la piscina en las protuberancias de la parte central y los espacios vacíos en las tres protuberancias del morro (el armamento había sido traslado al Bribonzuelo), pero los azadianos enviaron una lanzadera con tres oficiales a la nave. Dos se quedaron con Gurgeh mientras el tercero registraba minuciosamente cada protuberancia y hacía una inspección no tan concienzuda del resto de la nave.
Esos oficiales u otros permanecieron a bordo durante los cinco días que duró el viaje hasta Eá. Eran bastante parecidos a como Gurgeh se los había imaginado: rostros chatos de rasgos muy pronunciados y piel afeitada casi blanca. Cuando los tenía cerca Gurgeh se daba cuenta de que eran bastante más bajos que él, pero sus uniformes lograban que pareciesen mucho más altos. Eran los primeros uniformes auténticos que Gurgeh había visto en toda su existencia, y cada vez que los contemplaba sentía una especie de extraño mareo, una sensación de aturdimiento y de estar muy lejos de cuanto le era familiar que iba acompañada por un inexplicable temor respetuoso.
Lo que sabía sobre el Imperio hizo que no le sorprendiera la forma en que le trataban. Los oficiales parecían ignorarle. Casi nunca le dirigían la palabra y cuando lo hacían no le miraban a los ojos. Gurgeh nunca se había sentido tan despreciado e ignorado.
Los oficiales parecían bastante interesados por la nave, pero no prestaron mucha atención a Flere-Imsaho —que procuraba mantenerse lo más lejos posible de ellos—, ni a la unidad remota. Flere-Imsaho se metió en el caparazón hueco de la falsa unidad escasos minutos antes de que los oficiales subieran a bordo de la Factor limitativo dejando bien claro lo mucho que le disgustaba aquella farsa. Después contempló en un furioso silencio a Gurgeh mientras éste insistía en que ahora parecía una antigüedad de gran valor y le explicaba con todo lujo de detalles lo atractivo que resultaba aquel caparazón desprovisto de aura. La unidad se apresuró a desaparecer en cuanto los oficiales subieron a bordo.
«Bueno —pensó Gurgeh—, adiós a la ayuda que se suponía debía prestarme cuando tuviera problemas lingüísticos y me enfrentara a las complejidades de la etiqueta.»
El comportamiento de la unidad remota de la nave no fue mucho mejor que el de Flere-Imsaho. La unidad seguía a Gurgeh, pero fingía ser estúpida y tropezaba aparatosamente con algún objeto de vez en cuando. En dos ocasiones Gurgeh se dio la vuelta, chocó con el lento y torpe cubo que flotaba detrás de él y estuvo a punto de caerse. Gurgeh sintió considerables tentaciones de darle una patada.