Gurgeh tuvo que encargarse de explicar a los oficiales que la nave carecía de puente, cubierta de vuelo o sala de control —al menos que él supiera—, pero le pareció que los oficiales azadianos no le habían creído.
Cuando llegaron a Eá los oficiales se pusieron en contacto con su crucero de batalla y hablaron demasiado deprisa para que Gurgeh pudiera entenderles, pero de repente la Factor limitativo rompió su silencio y empezó a hablar. La discusión que se produjo a continuación fue bastante acalorada. Gurgeh miró a su alrededor buscando a Flere-Imsaho para que le tradujera lo que se estaba diciendo, pero la unidad había vuelto a esfumarse. Escuchó el veloz intercambio de sonidos ininteligibles durante varios minutos sintiéndose cada vez más frustrado y acabó decidiendo dejar que la nave y los oficiales se las arreglaran entre ellos. Se dio la vuelta para ir a sentarse. La unidad remota había estado flotando cerca del suelo a su espalda. Gurgeh tropezó con ella y en vez de sentarse en el sofá acabó cayendo encima de la unidad. Los oficiales se volvieron para lanzarle una rápida mirada y Gurgeh sintió que se ruborizaba. La unidad remota se alejó dando bandazos de un lado a otro antes de que Gurgeh pudiera propinarle un puntapié.
«Bien —pensó—, al cuerno con Flere-Imsaho; al cuerno con la planificación supuestamente impecable y la inmensa astucia de Contacto…» Su joven representante ni tan siquiera se había tomado la molestia de estar visible para cumplir con su trabajo. Prefería esconderse para lamer las heridas sufridas por su patética y maltratada autoestima.
Gurgeh sabía lo suficiente sobre el Imperio y la forma en que funcionaba para comprender que jamás habría permitido que ocurrieran cosas semejantes. Los habitantes del Imperio comprendían muy bien lo que era un deber y una orden. Se tomaban sus responsabilidades terriblemente en serio y en caso de no hacerlo sufrían por ello.
Hacían lo que se les ordenaba. Eran disciplinados.
Los tres oficiales hablaron entre ellos durante algunos minutos, volvieron a ponerse en contacto con su nave y acabaron dejándole a solas para inspeccionar el hangar del módulo. Cuando se hubieron marchado Gurgeh usó su terminal para preguntarle a la nave cuál había sido el motivo de la discusión.
—Querían traer más personal y equipo a bordo —le explicó la Factor limitativo—. Les dije que no podían hacerlo. No hay nada de qué preocuparse. Será mejor que empieces a recoger tus cosas y vayas al hangar del módulo. Saldré del espacio imperial dentro de una hora.
Gurgeh volvió la cabeza hacia su camarote.
—He estado pensando —dijo—. Si te olvidaras de avisar a Flere-Imsaho y te lo llevaras contigo tendría que ir a Eá sin él y no podría contar con su ayuda… Sería terrible, ¿verdad?
No hablaba del todo en broma.
—Sería impensable —dijo la nave.
Gurgeh fue por el corredor y pasó junto a la unidad remota. La unidad estaba girando sobre sí misma muy despacio mientras subía y bajaba erráticamente.
—¿Es realmente necesario todo esto? —le preguntó Gurgeh.
—Me limito a hacer lo que me han ordenado —replicó la unidad.
—Creo que te estás excediendo —murmuró Gurgeh, y fue a recoger sus cosas.
Gurgeh empezó a hacer el equipaje. Cogió una capa que no se había puesto desde que salió de Ikroh y vio caer un paquetito que rebotó en el esponjoso suelo del camarote. Gurgeh cogió el paquetito, desató la cinta y empezó a abrirlo. Intentó recordar quién se lo había dado, y pensó que podía haber sido cualquiera de las jóvenes damas a las que había conocido durante su estancia en el Bribonzuelo.
El paquetito contenía un brazalete muy pequeño, un modelo de un Orbital de gran envergadura con toda clase de detalles minuciosamente reproducidos a escala cuya superficie interna estaba mitad iluminada y mitad a oscuras. Gurgeh lo acercó a sus ojos y vio unos puntitos de luz minúsculos apenas discernibles esparcidos por la mitad nocturna. El lado diurno mostraba un mar azul y retazos de tierra bajo diminutos sistemas nubosos. Toda la escena del interior brillaba con la luz generada por alguna fuente de energía situada dentro de la pequeña banda.
Gurgeh deslizó el brazalete sobre su mano y contempló cómo relucía alrededor de su muñeca. Pensó que era un regalo muy extraño para proceder de alguien que vivía en un VGS.
Entonces vio la nota unida al paquetito, la cogió y leyó lo que había escrito en ella: «Sólo para que me recuerdes cuando estés en ese planeta. Chamlis».
El nombre le hizo fruncir el ceño y luego —vagamente al principio, pero con una creciente y muy molesta sensación de vergüenza después— recordó la noche anterior a su partida de Gevant, hacía ya dos años.
Sí, claro…
Aquel paquetito contenía el regalo de Chamlis.
No había vuelto a acordarse de él.
15
—¿Qué es eso? —preguntó Gurgeh.
Estaba sentado en la sección frontal del módulo reconvertido que el VGS había colocado a bordo de la Factor limitativo. Él y Flere-Imsaho habían subido a la lanzadera y se habían despedido de la vieja nave de guerra. La Factor limitativo se mantendría a una distancia prudencial del Imperio esperando que volviera a llamarla. La protuberancia del hangar había girado sobre sí misma y el módulo había caído lentamente hacia el planeta escoltado por un par de fragatas mientras la Factor limitativo se alejaba del pozo gravitatorio acompañada por los dos cruceros de batalla, moviéndose con la mayor lentitud posible.
—¿Qué es qué? —preguntó Flere-Imsaho.
La unidad estaba flotando junto a él. Se había quitado el disfraz y lo había dejado en el suelo.
—Eso —dijo Gurgeh.
Señaló hacia la pantalla en la que aparecía una imagen de lo que tenían debajo. El módulo avanzaba hacia Groasnachek, la capital de Ea. El Imperio no quería que ninguna nave entrara en la atmósfera directamente sobre sus ciudades, y habían tenido que seguir un rumbo por encima del océano.
—Oh —dijo Flere-Imsaho—. Eso… Es el Laberinto Prisión.
—¿Una prisión? —exclamó Gurgeh.
El complejo de muros y edificios que se retorcían en extrañas contorsiones geométricas se fue deslizando por debajo de ellos y el extrarradio de la gigantesca capital empezó a invadir la pantalla.
—Sí. Las personas que han quebrantado la ley son encerradas en el laberinto, y el lugar exacto en el que se las coloca queda determinado por la naturaleza de su delito. La prisión no sólo es un laberinto físico, sino que ha sido construida con el objetivo de que también sea un laberinto moral y de comportamiento (por cierto, su aspecto externo no da ninguna pista sobre su disposición interior; todo ese retorcimiento es sólo para despistar). El prisionero debe dar las respuestas correctas y sus acciones no deben salirse del marco de lo aprobado. Si falla no logrará seguir avanzando, y puede que incluso se le haga retroceder a las profundidades del laberinto. La teoría afirma que una persona irreprochable puede salir del laberinto en cuestión de días, y una persona totalmente mala no saldrá nunca de él. Naturalmente, hay un límite de tiempo para evitar que el laberinto esté demasiado concurrido y si lo supera, la persona en cuestión es transferida a una colonia penal donde permanecerá durante el resto de su existencia.