Algunos le preguntaron qué tal se le daba el Azad. Gurgeh replicó que no tenía ni idea, y no mentía: la nave nunca había hecho ningún comentario al respecto. Dijo que esperaba ser capaz de jugar lo bastante bien para que sus anfitriones no lamentaran haberle invitado a tomar parte en el juego. Su respuesta pareció impresionar a algunos comensales, pero Gurgeh pensó que se limitaban a reaccionar como adultos ante un niño respetuoso y bien educado.
Un ápice sentado a su derecha que vestía un uniforme muy apretado y de aspecto bastante incómodo parecido a los que llevaban los tres oficiales que habían subido a bordo de la Factor limitativo no paraba de hacerle preguntas sobre su viaje y la nave en que había llegado hasta allí. Gurgeh se mantuvo fiel a la historia acordada. El ápice llenaba una y otra vez la copa de cristal tallado de Gurgeh, y éste no tenía más remedio que apurar el vino cada vez que alguien proponía un brindis. El proceso necesario para que el alcohol saliera rápidamente de su organismo sin producir los efectos habituales le exigía ir al lavabo con bastante frecuencia (no sólo para orinar, sino también para beber agua). Gurgeh sabía que en la sociedad azadiana esas funciones fisiológicas eran un tema bastante delicado, pero al parecer supo usar la frase correcta en cada ocasión. Nadie puso cara de perplejidad ofendida, y Flere-Imsaho estaba muy tranquilo.
El ápice sentado a la izquierda de Gurgeh —se llamaba Lo Pequil Monenine sénior, y trabajaba como agregado en el Departamento de Asuntos Alienígenas— acabó preguntándole si estaba preparado para ir al hotel. Gurgeh dijo que había pensado alojarse en el módulo. Pequil empezó a hablar bastante deprisa, y pareció sorprenderse cuando Flere-Imsaho intervino en la conversación hablando a una velocidad similar. El intercambio de palabras resultante fue un poco demasiado rápido para que Gurgeh pudiera comprenderlo del todo, pero la unidad acabó explicándole que habían llegado a un compromiso. Gurgeh se alojaría en el módulo, pero el módulo quedaría colocado en el techo del hotel. Contaría con varios guardias de seguridad que se encargarían de protegerle y el servicio de comidas del hotel —que era considerado como uno de los mejores de la ciudad— estaría a su entera disposición.
Gurgeh pensó que el arreglo parecía bastante razonable. Invitó a Pequil a ir en el módulo hasta el hotel y el ápice aceptó de buena gana.
—Antes de que le preguntes a nuestro amigo encima de qué estamos pasando —murmuró Flere-Imsaho flotando junto al codo de Gurgeh entre zumbidos y estática— te diré que es un barrio de chabolas, uno de los sitios en los que la ciudad aloja a sus contingentes de trabajadores no especializados.
Gurgeh se volvió hacia la unidad y la contempló con el ceño fruncido. Lo Pequil estaba de pie junto a Gurgeh en la rampa trasera del módulo, que se había desplegado para formar una especie de balcón. La ciudad iba desfilando debajo de ellos.
—Creía que no debíamos utilizar el marain delante de ellos —dijo Gurgeh.
—Oh, no corremos peligro. Ese tipo lleva encima un sistema de grabación y vigilancia, pero el módulo puede neutralizarlo.
Gurgeh señaló con el dedo el barrio de chabolas.
—¿Qué es eso? —preguntó volviéndose hacia Pequil.
—Es el sitio donde suelen acabar las personas que han abandonado el campo atraídas por las luces de la ciudad. Por desgracia, la mayoría son gente perezosa que no quiere trabajar.
—Expulsada de sus tierras por un sistema de impuestos sobre la propiedad tan ingenioso como injusto, por no mencionar la reorganización oportunista del aparato productivo agrícola —añadió Flere-Imsaho.
Gurgeh se preguntó si la última frase de la unidad debía entenderse como «granjas», pero se volvió hacia Pequil.
—Comprendo —dijo.
—¿Qué ha dicho su máquina? —preguntó Pequil.
—Me ha citado unos…, unos versos —dijo Gurgeh—. Un poema que habla de una ciudad muy grande y hermosa.
—Ah. —Pequil asintió: una serie de movimientos espasmódicos hacia arriba de la cabeza—. Creo que a su gente le gusta mucho la poesía, ¿no?
Gurgeh tardó unos momentos en responder.
—Bueno… —dijo por fin—. Hay a quienes les gusta y a quienes no les gusta.
Pequil volvió a asentir y puso cara de entenderle perfectamente.
El viento soplaba sobre el límite del campo protector que rodeaba al módulo y traía consigo un leve olor a quemado. Gurgeh se inclinó sobre la zona de calina producida por el campo y contempló la inmensa ciudad que se deslizaba debajo del módulo. Pequil parecía no querer acercarse demasiado al borde del balcón.
—Oh, tengo buenas noticias para usted —dijo Pequil y sonrió (sus labios se curvaron sobre sí mismos enseñando los dientes y gran parte de las encías).
—¿De qué se trata?
—Mi departamento —dijo Pequil hablando muy despacio y en un tono muy serio— ha conseguido que se le permita seguir el desarrollo de la Serie Principal del juego hasta Ecronedal.
—Ah… Allí es donde se celebra la fase final del juego, ¿no?
—Sí. Es la culminación del Gran Ciclo que dura seis años, y se celebra en el mismísimo Planeta de Fuego. Le aseguro que obtener permiso para asistir es un gran privilegio. Los jugadores invitados rara vez pueden gozar de semejante honor.
—Comprendo, y me siento enormemente honrado. Le ofrezco mi más sincero agradecimiento a usted y a su departamento. Cuando vuelva a mi hogar diré a mi gente que los azadianos son un pueblo muy generoso. Han conseguido que me sienta como en mi casa. Gracias. Estoy en deuda con usted.
Sus palabras parecieron dejar muy satisfecho a Pequil. El ápice asintió y sonrió. Gurgeh también asintió, pero no se atrevió a probar suerte con la sonrisa.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué, Jernau Gurgeh? —replicó Flere-Imsaho.
Los campos de su aura verde y amarilla brotaban de su diminuta estructura como si fueran las alas de un insecto exótico. La unidad se había posado sobre una túnica ceremonial desplegada encima de la cama de Gurgeh. Estaban en el módulo estacionado sobre el jardín-tejado del Gran Hotel de Groasnachek.
—¿Qué tal lo he hecho?
—Muy bien. No llamaste «Señor» al ministro cuando te dije que usaras ese tratamiento y hubo momentos en que te mostraste algo vago, pero en conjunto… Lo hiciste bastante bien. No has provocado ningún incidente diplomático catastrófico y no has insultado a nadie. Creo que no está mal para ser el primer día. ¿Te importaría dar la vuelta y ponerte de cara al reversor? Quiero asegurarme de que esta cosa te queda bien.