—¿Y tan importante es eso?
—Gurgeh, en esta sociedad todo es importante —dijo la unidad—. Al menos os han anunciado a los dos —añadió con voz algo lúgubre.
—¡Hola, hola! —gritó una voz cuando llegaron al final de la escalinata.
Una persona muy alta que parecía pertenecer al sexo masculino se abrió paso por entre un par de azadianos y se plantó delante de Gurgeh. Vestía ropas muy holgadas y de varios colores. Tenía barba, el cabello castaño recogido en una coleta, ojos verdes muy brillantes y vivaces y daba la impresión de que quizá hubiera nacido en la Cultura. El recién llegado alargó una mano de dedos muy esbeltos recubiertos de anillos, se apoderó de la mano derecha de Gurgeh y la estrujó con entusiasmo.
—Shohobohaum Za, encantado de conocerte. Habría reconocido tu nombre si no fuera porque ese delincuente de ahí arriba lo asesinó con su torpe lengua. Gurgeh, ¿verdad? Oh, Pequil, así que también has venido al baile, ¿eh? —Cogió una copa y la puso en la mano de Pequil—. Toma, creo recordar que bebes esta porquería, ¿no? Hola, unidad. Eh, Gurgeh… —Pasó un brazo sobre los hombros de Gurgeh—. Supongo que te apetecerá beber algo decente, ¿no?
—Jernou Moral Gurgue, permita que le presente a… —empezó a decir Pequil, quien parecía sentirse bastante incómodo.
Pero Shohobohaum Za ya se había llevado a Gurgeh y estaba guiándole por entre los grupos de invitados que había al final de la escalinata.
—¿Qué tal va todo, Pequil? —gritó por encima del hombro. El ápice no supo cómo reaccionar—. ¿Bien? ¿Sí? Me alegro. Ya hablaremos luego, ¿eh? ¡Este otro exiliado necesita tomarse una copa!
Pequil se había puesto un poco pálido, pero consiguió saludarles débilmente con la mano. Flere-Imsaho vaciló y acabó decidiendo quedarse con el azadiano.
Shohobohaum Za se volvió hacia Gurgeh y le quitó el brazo de los hombros.
—El viejo Pequil es una auténtica vejiga muerta —dijo en un tono de voz algo menos estridente que el que había utilizado hasta entonces—. Espero que no te importe que te haya apartado de él.
—Creo que sobreviviré a los remordimientos —dijo Gurgeh mientras recorría al otro hombre de la Cultura con la mirada—. Supongo que eres el… el embajador.
—Ése soy yo —dijo Za, y eructó—. Por aquí —dijo moviendo la cabeza y siguió guiando a Gurgeh por entre el gentío—. Creo haber visto unas cuantas botellas de grif escondidas detrás de una mesa y quiero agenciarme un par antes de que el Empe y sus amigotes acaben con todo el lote. —Pasaron junto a un estrado en el que había una banda tocando a toda potencia—. Increíble, ¿verdad? —gritó Za, y se desvió hacia el fondo de la estancia.
Gurgeh se preguntó a qué se estaría refiriendo.
»Ya hemos llegado —dijo Za, y se detuvo junto a una larga hilera de mesas.
Detrás de las mesas había machos vestidos con librea que servían bebidas y comida a los invitados. La pared que se iba curvando por encima de sus cabezas estaba adornada con un tapiz incrustado de diamantes y surcado por bordados hechos con hilo de oro que mostraba una batalla espacial librada hacía ya mucho tiempo.
Za lanzó un silbido y se inclinó sobre la mesa que tenía delante para hablar en voz baja con el macho alto y de aspecto adusto que fue hacia él en respuesta al silbido. Gurgeh vio cambiar de manos un trocito de papel, y un instante después Za puso su mano con bastante brusquedad sobre la muñeca de Gurgeh y se alejó rápidamente de la hilera de mesas, remolcándole hasta un diván circular de gran tamaño que rodeaba la parte inferior de una columna de mármol cuyas nervaduras estaban adornadas con metales preciosos.
—Espera a que hayas probado esto —dijo Za.
Se inclinó hacia adelante hasta que su rostro quedó muy cerca del de Gurgeh y le guiñó el ojo. Shohobohaum Za tenía la piel un poco más pálida que Gurgeh, pero seguía siendo mucho más moreno que el promedio azadiano. Calcular la edad de un habitante de la Cultura era bastante difícil, pero Gurgeh supuso que Za debía tener unos diez años menos que él.
—Supongo que bebes, ¿no? —preguntó Za con expresión alarmada.
—Me he estado librando del alcohol apenas lo ingería —respondió Gurgeh.
Za meneó la cabeza con mucho énfasis.
—No se te ocurra hacer eso con el grif —dijo, y le dio unas palmaditas en la mano—. Sería espantoso… De hecho, debería ser un crimen penado por la ley. Pon en marcha tus glándulas y empieza a producir Estado Fuga de Cristal. Es una combinación soberbia: hará que las neuronas te salgan disparadas por el agujero del culo… El grif esincreíble. Viene de Ecronedal, ¿sabes? Lo mandan desde ahí para los juegos. Sólo lo fabrican durante la Estación del Oxígeno, y la cosecha que vamos a beber debe tener por lo menos dos Grandes Años de antigüedad. Cuesta una fortuna. Ha separado más piernas que un láser cosmético. Bueno… —Za se reclinó en el diván, contempló a Gurgeh y se puso muy serio—. ¿Qué opinas del Imperio? Maravilloso, ¿verdad? ¿No estás de acuerdo? Quiero decir… Horrendo pero de lo más sexy, ¿eh? —Un sirviente apareció ante ellos llevando consigo una bandeja en la que había un par de jarritas tapadas con un corcho y Za dio un salto hacia adelante—. ¡Aja!
Cogió la bandeja con las jarritas y el sirviente recibió otro trocito de papel. Za descorchó las dos jarritas y le entregó una a Gurgeh. Za se llevó la jarrita a los labios, cerró los ojos y tragó una honda bocanada de aire. Murmuró algo ininteligible que parecía una especie de cántico ritual y bebió sin abrir los ojos.
Cuando abrió los ojos vio que Gurgeh estaba inmóvil con un codo apoyado en la rodilla y el mentón encima de la mano observándole con cierta perplejidad.
—Oye, cuando te reclutaron… ¿Ya eras así? —le preguntó—. ¿O es un efecto de tu estancia en el Imperio?
Za dejó escapar una ruidosa carcajada y alzó los ojos hacia el techo adornado por un fresco gigantesco que mostraba a un montón de embarcaciones librando una batalla que ya tenía varios milenios de antigüedad.
—¡Sí a las dos preguntas! —dijo Za sin dejar de reír.
Movió la cabeza señalando la jarrita de Gurgeh y su expresión se alteró sutilmente. Za le lanzó una mirada entre burlona y divertida, y el brillo de sagacidad que iluminó sus pupilas —o que Gurgeh creyó detectar en ellas— hizo que revisara su cálculo inicial sobre la edad de Za añadiéndole unas cuantas décadas más.
—Bueno, ¿vas a beberte eso o no? —preguntó Za—. Acabo de gastarme el sueldo anual de un trabajador no especializado para que pudieras probarlo.
Gurgeh clavó la mirada en las verdes pupilas de Za durante unos momentos y acabó llevándose la jarrita a los labios.