Gurgeh puso la cara de sorpresa que se esperaba de él.
—¿Un ambiente muy limitado? —exclamó Chamlis Amalk-Ney—. ¿En un VGS?
Su aura gris metálico indicaba perplejidad.
—Es bastante tímida.
—Sí, supongo que debe serlo.
—Tengo que conocerla —dijo Gurgeh.
—La conocerá —dijo Boruelal—, y puede que muy pronto. Dijo que quizá vendría conmigo a Tronze para el próximo concierto. Hafflis siempre celebra una partida allí, ¿no?
—Sí, tiene esa costumbre —dijo Gurgeh.
—Quizá juegue con usted en Tronze. Pero no se sorprenda demasiado si lo único que consigue es que le mire con cara de susto.
—Seré el epítome de la afabilidad y los buenos modales —le aseguró Gurgeh.
Boruelal asintió con expresión pensativa mientras recorría la multitud de invitados con la mirada. Un estallido de gritos procedente del centro de la sala pareció distraerla.
—Disculpe —dijo—. Creo haber detectado el comienzo de una nueva conmoción.
Se apartó de él. Chamlis Amalk-Ney se hizo a un lado para evitar el que volviera a utilizarle como mesa y la profesora se llevó su copa con ella.
—¿Viste a Yay esta mañana? —preguntó Chamlis.
Gurgeh asintió con la cabeza.
—Me hizo poner un traje especial y me dio un arma para que disparara contra proyectiles de juguete que se desmantelaban a sí mismos mediante explosiones controladas.
—Y no te gustó.
—En lo más mínimo. Tenía grandes esperanzas para esa chica, pero si continúa abusando de esa clase de tonterías… Bueno, creo que su inteligencia acabará sufriendo un proceso de desmantelamiento explosivo.
—Esa clase de diversiones no son para todos. Yay intentaba ayudarte, nada más… Dijiste que te sentías inquieto y que andabas buscando algo nuevo.
—Sí, pero parece que no se trataba de eso —dijo Gurgeh, y sintió una tan repentina como inexplicable oleada de tristeza.
Él y Chamlis observaron cómo los invitados empezaban a desfilar junto a ellos dirigiéndose hacia la hilera de ventanas que daban a la terraza. Gurgeh sintió una especie de zumbido ahogado dentro de su cabeza. Había olvidado que utilizar Azul fuerte requería un cierto grado de control y vigilancia interna si se querían evitar los desagradables efectos de la resaca. Vio pasar a los invitados con una ligera sensación de náuseas.
—Debe faltar poco para que empiecen los fuegos artificiales —dijo Chamlis.
—Sí… ¿Qué te parece si salimos a tomar el aire?
—Es justo lo que necesito —dijo Chamlis.
Su aura se había vuelto de un color rojo oscuro.
Gurgeh dejó su copa sobre la mesa. Él y la vieja unidad se unieron a los grupos de invitados que abandonaban el bien iluminado salón adornado con tapices para salir a la terraza que daba a las oscuras aguas del lago.
3
Las gotas de lluvia se estrellaban contra las ventanas con un ruido que recordaba el chisporroteo de los leños que ardían en la chimenea. La vista desde la casa de Ikroh —la pendiente boscosa que bajaba hasta el fiordo y las montañas que se alzaban al otro lado de él—, quedaba ligeramente distorsionada por los hilillos de agua que se deslizaban sobre los cristales, y de vez en cuando un grupo de nubes bajas pasaba velozmente enredándose en las tórrelas y cúpulas del hogar de Gurgeh como si fueran hilachas de humo mezcladas con vapor de agua.
Yay Meristinoux cogió un enorme atizador de hierro labrado que colgaba junto a la chimenea, apoyó una bota en las complejas tallas de las piedras que servían de marco a la chimenea y hundió la punta del atizador en uno de los troncos que crujía y siseaban mientras se consumían sobre la rejilla. Un chorro de chispas salió disparado hacia arriba y se esfumó por la chimenea para reunirse con la lluvia que caía del cielo.
Chamlis Amalk-Ney flotaba cerca de la ventana observando las nubes de un gris oscuro.
La puerta de madera que había en un rincón de la estancia giró sobre sus bisagras y Gurgeh apareció en el umbral trayendo consigo una bandeja encima de la que había bebidas calientes. Llevaba puesta una bata muy holgada de color claro sobre unos pantalones oscuros y bastante abolsados. Las zapatillas que calzaba chocaron contra las plantas de sus pies acompañando su caminar con un suave golpeteo cuando cruzó la habitación. Gurgeh dejó la bandeja sobre una mesita y miró a Yay.
—¿Aún no se te ha ocurrido ningún movimiento?
Yay fue hacia el tablero, lo contempló sin demasiado interés y acabó meneando la cabeza.
—No —dijo—. Creo que has ganado.
—Mira —dijo Gurgeh.
Cambió de posición unas cuantas piezas. Sus manos se movieron sobre el tablero con tanta rapidez como las de un prestidigitador, aunque Yay siguió cada movimiento.
—Sí, ya veo —dijo asintiendo con la cabeza—. Pero… —Dio unos golpecitos sobre el hexágono en el que Gurgeh acababa de colocar una de sus piezas—. Eso sólo serviría de algo si hubiese protegido esa pieza de bloqueo hace dos movimientos. —Cogió un vaso, tomó asiento en el sofá y lo alzó hacia el hombre que le sonreía en silencio desde el sofá colocado enfrente del suyo—. Brindo por el vencedor —dijo.
—Has estado a punto de ganar —dijo Gurgeh—. Cuarenta y cuatro movimientos… Estás mejorando mucho.
—Relativamente —dijo Yay, y tomó un sorbo de su bebida—. Sólo relativamente. —Se dejó absorber por las profundidades del sofá mientras Gurgeh colocaba las piezas en las posiciones iniciales y Chamlis Amalk-Ney se acercaba un poco para acabar flotando casi entre ellos, pero sin interponerse del todo—. ¿Sabes que siempre me ha gustado mucho el olor de esta casa, Gurgeh? —dijo Yay alzando los ojos hacia las tallas del techo. Se volvió hacia la unidad—. ¿Te gusta su olor, Chamlis?
El brillo del aura de la máquina se debilitó levemente en un extremo. Era el equivalente al encogimiento de hombros utilizado por las unidades de mayor edad.
—Sí. Probablemente porque lo que nuestro anfitrión está quemando en la chimenea es bonise, una madera especial desarrollada hace milenios por la vieja civilización waveriana porque les gustaba el perfume que desprendía al arder.
—Sí, ya… Bueno, huelen muy bien —dijo Yay, poniéndose en pie y yendo hacia las ventanas. Meneó la cabeza—. Este lugar tiene un clima jodidamente lluvioso, ¿eh, Gurgeh?