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Gurgeh dejó escapar el aliento que había estado conteniendo y se relajó. El Adjudicador imperial fue hacia él y le pidió que disculpara el comportamiento del sacerdote.

El público y los medios de comunicación seguían estando convencidos de que Flere-Imsaho le proporcionaba alguna clase de ayuda y el Departamento dijo que deseaba acallar esa clase de sospechas y rumores infundados, por lo que preferiría que la máquina pasara las sesiones de juego confinada en las oficinas de una empresa imperial de ordenadores situada al otro extremo de la ciudad. La unidad protestó ruidosamente, pero Gurgeh accedió enseguida.

Gurgeh seguía atrayendo grandes cantidades de público. Algunos venían para mirarle fijamente y abuchearle hasta que eran expulsados del recinto por los funcionarios encargados de mantener el orden durante las partidas, pero la mayoría sólo deseaban verle jugar. El centro recreativo poseía sistemas capaces de ofrecer representaciones esquemáticas de la situación en los tableros principales para que los espectadores pudieran seguir el desarrollo del juego desde fuera de la sala, y algunas de las sesiones de Gurgeh que no coincidían con las partidas del Emperador llegaron a ser retransmitidas en directo.

Después de haber eliminado al sacerdote Gurgeh derrotó a dos de los burócratas y al coronel saliendo vencedor de todas sus partidas, aunque en el caso del coronel sólo por un leve margen de ventaja. Las partidas duraron un total de cinco días, y Gurgeh pasó todo aquel tiempo sumido en un intenso estado de concentración. Había supuesto que acabaría agotado pero sólo sintió un leve cansancio. La sensación predominante era el júbilo. Había jugado lo bastante bien para tener una posibilidad de vencer a las nueve personas que el Imperio le había escogido como adversarios y no sólo no agradeció el descanso, sino que descubrió que estaba impaciente por seguir jugando. Quería que los demás acabaran sus partidas menores para poder dar comienzo a la lucha en los tableros principales.

¡Oh, claro, tú te lo pasas en grande pero yo estoy todo el día encerrado en una cámara de observación! Una cámara de observación donde se me somete a vigilancia, ¿comprendes? ¡Esos sesos carnosos están intentando analizarme! ¡Hace un tiempo precioso y la gran estación migratoria acaba de empezar, pero yo estoy encerrado con un montón de concienzófilos llenos de odio y prejuicios que intentan violarme!

Lo siento, unidad, pero… ¿Qué quieres que haga? Sabes que están buscando cualquier excusa que les permita expulsarme de los juegos. Si quieres presentaré una solicitud para que se te permita permanecer en el módulo, pero dudo mucho de que accedan.

Mira, Jernau Gurgeh, no tengo por qué aguantar todas estas indignidades. Puedo hacer lo que me dé la gana, ¿sabes? Si quisiera podría negarme a entrar en esa cámara. No soy propiedad tuya y mucho menos de ellos, y nadie puede darme órdenes.

Yo lo sé, pero ellos no. Puedes hacer lo que quieras, naturalmente… Haz lo que te parezca más conveniente, unidad.

Gurgeh le dio la espalda y volvió a concentrar su atención en la pantalla del módulo. Había empezado a estudiar unas cuantas partidas clásicas en la modalidad de diez jugadores. Flere-Imsaho estaba envuelto en una aureola de gris frustración. El aura normal verde y amarilla que mostraba cuando se quitaba el disfraz había ido palideciendo progresivamente durante los últimos días. Gurgeh estaba empezando a sentir una cierta compasión hacia ella.

Bueno… gimió Flere-Imsaho, y Gurgeh tuvo la impresión de que si hubiera poseído unos labios de carne la palabra habría sido un balbuceo lloroso. ¡No me basta con eso!

La unidad giró sobre sí misma y salió de la habitación después de haber proferido aquella observación tirando a patética.

Gurgeh se preguntó hasta qué punto la estaría afectando el pasarse los días encerrada. Una de las últimas ideas que se le habían ocurrido era que la máquina podía haber recibido instrucciones secretas. Quizá estuviese allí para impedirle llegar demasiado lejos en los juegos. En tal caso, negarse al encierro podía ser una forma muy elegante de conseguirlo. Contacto podía defenderse alegando que pedirle que renunciara a su libertad era un acto totalmente irracional e injustificable, y que la unidad tenía todo el derecho del mundo a negarse. Gurgeh se encogió de hombros. No podía hacer nada al respecto.

Ordenó a la pantalla que le mostrara otra partida.

* * *

Diez días después todo había acabado y Gurgeh estaba a punto de clasificarse para la cuarta ronda. Sólo tenía que vencer a un oponente más y partiría hacia Ecronedal para la fase final de los juegos, no como observador o invitado sino como participante.

Las partidas menores le sirvieron para ir acumulando la ventaja que había albergado la esperanza de conseguir y cuando llegó el momento de jugar en los tableros principales no intentó montar ninguna gran ofensiva. Esperó a que los otros jugadores vinieran a por él y eso fue justamente lo que hicieron, pero Gurgeh confiaba en que no se mostrarían tan dispuestos a cooperar los unos con los otros como lo habían estado los jugadores de la primera ronda. Sus adversarios eran personas importantes. Tenían que pensar en sus carreras, y por muy grande que pudiera ser su lealtad al Imperio también tenían que cuidar de sus propios intereses. El único jugador que tenía muy poco que perder era el sacerdote, por lo que quizá estuviera dispuesto a sacrificarse en aras del bien imperial y el puesto no decidido por los resultados del juego que la Iglesia pudiera encontrarle después.

Gurgeh creía que el Departamento Imperial había cometido un grave error en el juego que envolvía al juego. Habían optado por enfrentarle a los diez primeros clasificados, y a primera vista el plan parecía bastante bueno porque no le daba un momento de reposo, pero no tardó en ser obvio que Gurgeh no necesitaba relajarse y la táctica significaba que sus oponentes procedían de varias ramas del árbol imperial, por lo que no conocían demasiado bien el estilo de los demás y dificultaba el manejarles mediante órdenes o promesas de una recompensa futura.

Gurgeh también había descubierto algo llamado rivalidad entre departamentos encontró algunas grabaciones de viejas partidas que le parecieron no tener ningún sentido hasta que la nave le describió aquel extraño fenómeno, e hizo cuanto pudo para conseguir que el coronel y los hombres del Almirantazgo se enfrentaran entre sí. Los jugadores no necesitaron muchos estímulos por parte de Gurgeh.

La partida fue tan sólida y lenta como la obra de un buen artesano; un conjunto de movimientos funcionales pero poco inspirados en el que Gurgeh se limitó a jugar un poquito mejor que los demás. Ganó por un margen de ventaja no muy grande…, pero ganó. Uno de los vicealmirantes de la Flota quedó en segundo lugar y el sacerdote Tounse acabó el último.

* * *

Y, una vez más, el calendario supuestamente decidido por el azar le dio el mínimo tiempo posible para descansar entre una ronda y la siguiente, pero Gurgeh casi se sintió complacido por ello pues significaba que podría mantener su estado de concentración sin necesidad de interrumpirlo y no tendría tiempo que perder preocupándose o pensando en lo que podía suceder. Una parte de su mente estaba tan asombrada y perpleja como todos los que le rodeaban y apenas si lograba creer el buen papel que estaba haciendo. La parte perpleja se había retirado a las profundidades de su personalidad, pero Gurgeh tenía la sospecha de que si llegaba a ocupar el centro del escenario y decía «Eh, un momento, ¿qué está pasando aquí?» todo se desmoronaría como un castillo de naipes. El hechizo se esfumaría y aquel paseo que en realidad era una caída se interrumpiría para estrellarle contra la derrota. Como decía el refrán, caerse nunca había matado a nadie. Lo malo era dejar de caer…