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Fuera cual fuese la causa se sentía invadido por una marea agridulce de emociones tan nuevas como intensas. El terror del riesgo y la posible derrota, el júbilo puro y simple de la apuesta que daba en el blanco y la campaña triunfante; el horror que acompañaba al repentino descubrimiento de un punto débil en sus posiciones que podía costarle la partida; la oleada de alivio que llegaba cuando nadie más lo descubría y podía reforzarlo; el furioso palpitar de maligna alegría que se apoderaba de él cuando descubría un punto débil en la estrategia de algún adversario… y, naturalmente, la alegría ilimitada de la victoria.

Y, aparte de eso, la satisfacción adicional que le daba el saber que lo estaba haciendo mucho mejor de lo que nadie esperaba. Todas sus predicciones las de la Cultura, el Imperio, la nave y la unidad, habían resultado equivocadas y habían demostrado ser otras tantas fortalezas aparentemente inexpugnables que se derrumbaron ante él. Había llegado al extremo de superar sus propias expectativas y lo único que le preocupaba era que algún mecanismo subconsciente decidiera que había llegado el momento de relajarse un poco. Había demostrado más que sobradamente de lo que era capaz. Había llegado tan lejos, había vencido a tantos adversarios… ¿Qué daño podía hacerle un pequeño descanso? Pero Gurgeh no quería descansar. Estaba disfrutando como nunca en su vida y quería seguir adelante. Quería descubrirse a sí mismo en el espejo de aquel juego infinitamente explotable capaz de exigencias igualmente infinitas, y no quería que una parte débil y asustada de su personalidad le obligara a aflojar la marcha. Tampoco quería que el Imperio se librara de él usando algún truco sucio, pero ni tan siquiera eso le preocupaba demasiado. Que intentaran matarle… La sensación de ser invencible era tan intensa que casi le había vuelto temerario. Se conformaba con que no intentaran descalificarle con la excusa de algún tecnicismo. Eso sí que le haría mucho daño.

Pero existía otra forma de impedirle seguir adelante. Tendría que enfrentarse a una nueva ronda de la modalidad singular, y había muchas probabilidades de que decidieran usar la opción física. Encajaba perfectamente con su forma de razonar. El hombre de la Cultura se asustaría tanto que no aceptaría la apuesta singular que le esperaba, y aun suponiendo que decidiera seguir adelante el terror de saber lo que podía ocurrir si perdía le paralizaría y le iría royendo las entrañas hasta consumirle.

Habló de ello con la nave. La Factor limitativo había consultado con el Bribonzuelo —el VGS se encontraba a decenas de milenios de distancia, en plena región de la Nube Mayor, y creía estar en condiciones de garantizar su supervivencia. La vieja nave de guerra se mantendría fuera del Imperio, pero tendría preparados todos los sistemas para alcanzar la velocidad máxima y se colocaría en el radio mínimo apenas empezara la partida. Si Gurgeh se veía obligado a apostar contra una opción física y perdía la nave se dirigiría hacia Ea a velocidad máxima. La Factor limitativo estaba segura de que podía esquivar sin problemas a cualquier nave imperial que se interpusiera en su camino, llegar a Ea en pocas horas y activar el más potente de sus desplazadores para sacar a Gurgeh y a Flere-Imsaho de allí, todo eso sin tener que reducir la velocidad ni un instante.

¿Qué es esto?

Gurgeh contempló con expresión dubitativa la diminuta esfera que Flere-Imsaho le estaba enseñando.

Baliza y comunicador unidireccional dijo la unidad. Dejó caer la esferita en el hueco de su mano y Gurgeh vio como rodaba un par de veces hasta detenerse. Póntela debajo de la lengua. Hay un sistema de implante automático y ni tan siquiera te darás cuenta de que está allí. Cuando venga hacia aquí la nave lo utilizará para localizarte si no hay ninguna otra forma de hacerlo. Cuando sientas una serie de punzadas bastante fuertes debajo de la lengua cuatro punzadas en dos segundos, tendrás dos segundos para asumir una posición fetal. Después de esos dos segundos todo lo que se encuentre en un radio de tres cuartos de metro alrededor de esa esferita será transferido a bordo de la nave, así que procura meter la cabeza entre las rodillas y pega los brazos al cuerpo.

Gurgeh contempló la esferita. Tenía unos dos milímetros de diámetro.

Unidad, ¿hablas en serio?

Totalmente. La nave utilizará sus sistemas de emergencia para alcanzar la máxima velocidad posible, así que puede pasar por aquí moviéndose a cualquier cifra entre uno y veinte kiloluces. A esa velocidad incluso su desplazador de máxima potencia sólo estará un quinto de milisegundo dentro del radio de acción. Necesitaremos toda la ayuda posible, ¿comprendes? Gurgeh, te estás colocando en una situación muy difícil… y a mí también. Quiero hacerte saber que todo esto no me hace ni pizca de gracia.

No te preocupes, unidad. Me aseguraré de que no te incluyan en la apuesta física.

No, me refiero a la posibilidad de que sea preciso utilizar el desplazamiento. Es bastante arriesgado y no me hablaron de que pudiera ocurrir. Los campos de desplazamiento en el hiperespacio son singularidades, y están sometidos al Principio de Incertidumbre…

Sí, ya lo sé. Puedes acabar en otra dimensión o metido en algún…

O puedes acabar esparcido por el extremo equivocado de esta dimensión, y eso es lo que más me preocupa.

¿Y con qué frecuencia ocurren ese tipo de accidentes?

Bueno, una vez en cada ochenta y tres millones de desplazamientos, pero eso no es lo que…

En tal caso y comparando el desplazamiento con el riesgo que corres viajando en un vehículo de superficie o en una aeronave de estos payasos las posibilidades están bastante a tu favor, ¿no? Vamos, Flere-Imsaho… Sé intrépido y lánzate a la aventura.

Oh, claro, a ti no te cuesta nada decirlo, pero incluso si…

Gurgeh dejó que la máquina siguiera parloteando sin prestarle atención.

Correría el riesgo. Si tenía que venir a rescatarle la nave necesitaría unas cuantas horas para hacer el viaje, pero las apuestas de muerte nunca se llevaban a cabo hasta el día siguiente y Gurgeh siempre podía desconectar su sistema nervioso para no sentir el dolor de las torturas a que pudieran someterle. La Factor limitativo tenía un sistema médico muy eficiente y una enfermería muy bien equipada. La nave podría remendarle aun suponiendo que ocurriera lo peor.

Colocó la esferita debajo de su lengua. Sintió una especie de entumecimiento que duró apenas un segundo y desapareció enseguida, como si la esferita se hubiera disuelto. Se metió un dedo en la boca y apenas logró encontrar sus diminutos contornos ocultos debajo del paladar.

24

Por la mañana despertó sintiendo una mezcla de nerviosismo y expectación tan intensa que casi parecía sexual.

Otra avenida. La sede escogida para esta nueva etapa de los juegos era un centro de conferencias situado cerca de la pista de aterrizaje para lanzaderas donde se había posado al llegar. Una vez allí conoció a Lo Prinest Bermoiya, un juez del Tribunal Supremo de Eá y uno de los ápices más impresionantes que Gurgeh había visto en toda su estancia. Lo era alto, tenía los cabellos plateados y se movía con una gracia que Gurgeh encontró extraña y casi inquietantemente familiar. Al principio no logró identificar el origen de aquella sensación, y necesitó unos minutos para comprender que el juez caminaba como si fuese un habitante de la Cultura. Los movimientos del ápice poseían una fluida agilidad que Gurgeh ya había dejado de dar por supuesta, y volver a encontrarse bruscamente con ella hizo que la captara de una forma todavía más intensa.