Bermoiya pasaba las pausas entre movimientos de las partidas menores sumido en la inmovilidad más absoluta sin apartar los ojos del tablero, y sólo cambiaba de postura para desplazar una pieza. Su estilo con las cartas era igual de lento y deliberado, y Gurgeh descubrió que estaba empezando a reaccionar de la manera opuesta. Su comportamiento se fue volviendo cada vez más nervioso, y no paraba de moverse. Combatió aquellas sensaciones con las drogas de sus glándulas haciendo un esfuerzo consciente para relajarse, y los siete días que duraron las partidas menores le sirvieron para irse acostumbrando al ritmo y el estilo del ápice. La suma de las puntuaciones acumuladas a lo largo de las partidas dejó al juez con un pequeño margen de ventaja. Hasta el momento no se había hecho mención de ninguna clase de apuestas.
Empezaron a jugar en el Tablero del Origen y al principio Gurgeh creyó que el Imperio se limitaría a confiar en el obvio dominio del Azad exhibido por el juez… pero cuando llevaban una hora de partida el ápice de cabellos plateados alzó una mano e indicó a su Adjudicador que deseaba hablar con él.
El Adjudicador y el ápice fueron hacia Gurgeh, quien estaba de pie en una esquina del tablero. Bermoiya le saludó con una reverencia.
—Jernou Gurgue —dijo. El ápice poseía una voz grave y hermosa, y Gurgeh tuvo la impresión de que cada sílaba estaba respaldada por la autoridad de un volumen entero de jurisprudencia—. Debo pedir que nos comprometamos en una apuesta del cuerpo. ¿Está dispuesto a tomar en consideración mi propuesta?
Gurgeh contempló aquellos ojos grandes y profundos y no logró detectar ni la más leve chispa de intranquilidad. Se sintió incapaz de sostener aquella mirada y bajó la cabeza. Se acordó de la chica del baile. Volvió a alzar la cabeza…, y se enfrentó de nuevo a la presión casi palpable que emanaba de aquel rostro sabio y digno.
Bermoiya estaba acostumbrado a sentenciar a sus congéneres a la muerte, el desfiguramiento, el dolor y la prisión. Era un ápice que trataba de forma cotidiana con la tortura y la mutilación, y tenía el poder de ordenar su uso e incluso de condenar a muerte para preservar al Imperio y sus valores.
«Podría negarme —pensó Gurgeh—. Ya he hecho suficiente. Nadie me culparía. ¿Por qué no? ¿Por qué no aceptar que son mejores que yo, al menos en este aspecto del juego? ¿Por qué he de soportar el temor, las preocupaciones y la tortura? La tortura psicológica como mínimo, y puede que incluso la física… Has demostrado todo lo que te habían pedido que demostraras y todo lo que tú querías probar, y has llegado mucho más lejos de lo que esperaban.
»Abandona. No seas idiota. No eres del tipo heroico. Utiliza un poco del sentido común que has adquirido jugando al Azad. Ya has alcanzado todas las metas que te habías fijado. Abandona y demuéstrales lo que piensas de su estúpida "opción física" y de sus ridículas amenazas de matones… demuéstrales lo poco que significa todo eso para ti.»
Pero no iba a hacerlo. Sostuvo la mirada del ápice y comprendió que iba a seguir jugando. Sospechó que no estaba del todo cuerdo, pero no pensaba abandonar. Agarraría a ese juego tan fabuloso como enloquecido por el cuello, saltaría sobre él y seguiría adelante.
Y averiguaría hasta dónde podía llegar antes de que el juego le hiciera salir despedido por los aires…, o se revolviese contra él y le devorara.
—Estoy dispuesto —dijo sin apartar la mirada del rostro del ápice.
—Creo que es usted macho, ¿no?
—Sí —dijo Gurgeh.
Sintió que le empezaban a sudar las palmas.
—Mi apuesta es la castración. Amputación del miembro masculino y extracción de los testículos contra castración apicial en esta partida del Tablero del Origen. ¿Acepta?
—Yo…
Gurgeh tragó saliva, pero no logró humedecerse la boca. Era absurdo. No corría ningún peligro real. La Factor limitativo le rescataría, y también tenía la opción de pasar por todo el proceso. No sentiría ningún dolor, y los genitales eran una de las partes del cuerpo que volvían a crecer más deprisa… pero eso no impidió que la habitación pareciera oscilar y distorsionarse ante sus ojos, y tuvo una repentina visión de un burbujeante charco de líquido rojizo que se iba volviendo negro poco a poco. Sintió una oleada de náuseas.
—¡Sí! —logró balbucear por fin—. Sí —repitió volviéndose hacia el Adjudicador.
Los dos ápices le saludaron con una reverencia y se alejaron.
—Si quieres puedes llamar a la nave ahora mismo —dijo Flere-Imsaho.
Gurgeh no apartó los ojos de la pantalla. De hecho estaba a punto de ponerse en contacto con la Factor limitativo, pero sólo para discutir su posición actual en el juego, que no era demasiado buena y no para lanzar un grito de socorro. No hizo caso de la unidad.
Era de noche, y no había tenido un buen día. Bermoiya había jugado con gran brillantez y los servicios de noticias sólo hablaban de la partida. Los artículos y comentarios afirmaban que iba a ser una de las grandes partidas clásicas de la historia de los juegos, y Gurgeh —en compañía de Bermoiya, naturalmente—, había vuelto a repartirse los titulares y las horas de más audiencia con Nicosar, quien seguía aniquilando implacablemente a sus adversarios sin importar lo buenos que fueran.
Pequil fue hacia él después de la sesión de la noche. El ápice seguía llevando el brazo en cabestrillo y le trató de una forma casi reverencial. Le dijo que el módulo estaría sometido a una vigilancia especial que duraría hasta el final de la ronda. Pequil estaba seguro de que Gurgeh era una persona de honor, pero los jugadores que aceptaban una apuesta física siempre eran sometidos a una discreta vigilancia y en el caso de Gurgeh la vigilancia correría a cargo de un crucero situado en la capa superior de la atmósfera. La nave formaba parte del escuadrón que patrullaba continuamente los cielos que aún no llegaban a ser espacio por encima de Groasnachek. El módulo tenía que seguir en su posición actual sobre el tejado del hotel.
Gurgeh se preguntó qué estaría sintiendo Bermoiya en aquellos momentos. Cuando expresó su intención de utilizar la opción física el ápice empleó la palabra «debo», cosa que a Gurgeh no se le había pasado por alto. Gurgeh había acabado sintiendo un considerable respeto hacia el estilo de juego del ápice y, por lo tanto, hacia el mismo Bermoiya. No creía que el juez tuviera muchos deseos de utilizar la opción, pero el Imperio había acabado encontrándose en una situación bastante apurada. Todo el mundo había dado por sentado que a estas alturas ya estaría fuera del juego, y el Imperio había basado su estrategia de exagerar la amenaza que Gurgeh representaba para ellos en esa suposición. La estrategia no sólo no había funcionado sino que los resultados estaban alcanzando las proporciones de un pequeño desastre. Se rumoreaba que ya habían rodado algunas cabezas en el Departamento Imperial. Bermoiya habría recibido órdenes muy claras y terminantes: tenía que detener a Gurgeh fuera como fuese.